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Juan Luis Bour
Juan Luis Bour
Es probable que, a pesar de lo que se anunciaba, el escenario de dolarización no haya estado nunca muy cerca, más por las dificultades que se presentaban para implementarlo a comienzos de 2024, que por el análisis de sus ventajas y desventajas relativas. Las dificultades –es decir, la carencia de dólares- siguen más presentes que nunca y justifican, desde ya, postergar cualquier aventura de dolarización en el corto plazo. Pero hay algo más: apareció recientemente un (bienvenido) cambio de intención hacia donde debe aterrizar el régimen monetario argentino, reflejado en presentaciones públicas, comunicados y acciones de política del Banco Central.
Quizás se trata solo de izar bandera blanca cuando todo indica que el dólar seguirá siendo una moneda escasa por bastante tiempo en la Argentina y, por lo tanto, la estabilidad dependerá de que el peso tenga la suficiente demanda como para resultar también un bien escaso (valioso). Así, lejos de repudiar el peso y considerarlo “basura”, se tratará de restablecer las condiciones para que demandemos pesos, no solo para transacciones sino como reserva de valor.
En esa línea se inserta la estrategia de emitir pesos de acuerdo con la evolución de la demanda que vaya surgiendo, previendo un crecimiento significativo de la base monetaria a partir de la hipótesis de una recuperación de la actividad económica. Ello poco tiene que ver con la idea de fijar nominalmente la base y no emitir más (error subsanado por el Banco Central al reemplazar la fijación de la cantidad de dinero por la fijación, “en esta etapa”, del objetivo de alcanzar una base monetaria de 47.7 billones de pesos a fin de 2026). Vale recordar que la idea de fijar nominalmente para siempre la cantidad de pesos fue, en algún momento, defendida vehementemente por distintas autoridades, llevando –como no podía ser menos- a una discusión estéril.
La competencia de monedas se abre, ahora sí, como el escenario más probable –al menos, en la estrategia delineada desde el Banco Central- que nos vuelve a posicionar en un terreno conocido, reduciendo la incertidumbre sobre el régimen monetario que prevalecerá en la Argentina. Ello no elimina otras fuentes de incertidumbre de política económica que siguen presentes, en particular la transición desde el régimen cammbiario actual a un régimen unificado y libre con flotación.
Pero ahora resulta más claro que esta cuestión no se encauza solamente pidiendo plata (aumentando la deuda) para acumular transitoriamente un mayor volumen de reservas brutas. El camino a la estabilidad, cuando se apuesta al peso, requiere que la política económica sea “estructuralmente” sustentable, a riesgo de perder nuevamente la confianza en la moneda nacional.
Y si bien la política fiscal muestra un compromiso muy fuerte por el equilibrio –tanto en la política de gasto como de recursos- y la dirección y acciones de la política monetaria acompañan para sentar las bases de una economía más estable respecto de todo lo que vimos en las últimas décadas, la política cambiaria sigue generando incertidumbre. Hay varias formas de entrarle al problema de los precios relativos que se está gestando. Una de ellas es por el lado salarial.
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Los números indican que los salarios formales privados, medidos en pesos constantes, estaban en julio entre 7 y 13% por debajo de su promedio entre 2021 y noviembre de 2023 (último mes completo de la gestión de Alberto Fernández). Medidos en dólares, sin embargo (al tipo de cambio oficial), estarán por arriba. Ello indica costos laborales unitarios crecientes, dada la etapa del ciclo económico por la que transitamos, particularmente para los sectores transables. Y más importante aún, sugiere a partir de evaluar el sendero que sigue el ratio de salarios a precios mayoristas, asociado al cambio en el margen de beneficios, que estamos frente a un deterioro en la tendencia de éstos.
Esa caída de márgenes se refleja, en una economía con un sistema financiero minúsculo, en un deterioro de la formación bruta de capital y de la tasa de recuperación de la economía .
Naturalmente, todo es cuestión de tiempo, y la persistencia o no de incertidumbre depende de la rapidez con que nuevas y profundas reformas microeconómicas complementen las reformas macroeconómicas, permitiendo que ganancias de productividad compensen aumentos de otras variables que afectan costos unitarios. El margen para frenar salarios –como alternativa a ganancias
de productividad-, y por dicha vía frenar aumentos de costos, no parece estar disponible dado el bajo punto de partida. Esta Fase 2 del programa económico debe transformarse sin solución de continuidad en una Fase 3 de “reconstrucción institucional” que permita llegar al destino de estabilidad sin condenarnos a pérdidas de competitividad que anticipen nuevas turbulencias macroeconómicas en el horizonte.
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