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Alexandre Koberidze: el cineasta georgiano enamorado de Messi

El realizador estrena en Mubi “What do we see when we look at the sky?”, una historia romántica que tiene como trasfondo la magia de La Pulga. En diálogo con EL DIA, explica por qué homenajea en su filme al astro

Alexandre Koberidze: el cineasta georgiano enamorado de Messi

“What do we see...” llega el viernes a la plataforma Mubi

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

3 de Enero de 2022 | 02:18
Edición impresa

Un hombre y una mujer se chocan en las calles de Kutaisi, Georgia. Es el nacimiento de un amor que parece condenado: una maldición genera que aunque los enamorados a primera vista se citan al otro día, ya nunca más podrán reconocerse. Trabajarán a metros el uno del otro, se cruzarán por las calles georgianas, pero sus rostros no serán para ellos el rostro del enamorado encontrado por destino o por azar.

Así comienza “What do we see when we look at the sky?”, ligera fábula del georgiano Alexandre Koberidze que llega a Mubi el viernes, una historia de amor filmada por una cámara distraída, itinerante, que captura tanto las desventuras de sus amantes cruzados como los barrios, los atardeceres y los perros de Kutaisi. Y también, como se enteró ya el público que la vio y ovacionó en el Festival de Cine de Mar del Plata, captura a los ciudadanos de Kutaisi apasionados por el fútbol, hinchando por la selección argentina, atrapados por un Mundial imaginado en el que Messi avanza y avanza hacia la gloria.

“Intenté pensar en una fábula simple, algo que no necesitara toda la duración de la película para contarse, algo que sea fácil de entender. Porque al final, lo que me interesaba es lo que sucede alrededor de la historia. La trama es parte de la película, pero lo que rodea a la trama, para mi, es lo más interesante”, explica Koberidze, en diálogo con EL DIA, sobre esa cámara que flota, burbujeante y con gracia, por la ciudad de sus dos protagonistas, Lisa y Giorgi. La del amor, sin embargo, es una aparición reincidente en el cine del georgiano, que reconoce que “como espectador, me gusta lo romántico, disfruto especialmente del cine romántico. Así que creo que eso aparece en las películas que hago”.

El amor ya había sido uno de los ejes de “Let the summer never come again”, su anterior filme, al igual que el mecanismo de disolver las barreras entre ficción y documental. Koberidze señala al respecto que “en todas las películas que he hecho he tratado de entender las barreras entre la ficción y el documental, cómo funcionan”: así, entrelaza “imágenes completamente construidas” e “imágenes donde no tocamos nada”. También “colocamos a los actores en espacios donde no controlamos lo que ocurre en el entorno”, revela su método el realizador, que intenta de esta manera “tratar de volver todo uno: volver a la realidad parte del cuento de hadas y viceversa. Hay una parte mágica en la película, pero para volver esta fábula más creíble, la hicimos parte de la vida real: queríamos mostrar ese evento mágico como parte de lo que ocurre cotidianamente en una ciudad. Y creo que en esas cosas simples se descubren significados, cosas que están ocultas detrás de estas historias simples, de estos movimientos simples, que permiten entender cosas que antes no entendías”.

Por otro lado, agrega, “las grandes historias ya han sido contadas, y creo que se necesitan otros grandes maestros para contar nuevas grandes historias. Yo trato de perseguir historias más simples que, desde ya, no es sencillo, volver otra vez interesantes a las cosas de todos los días”.

En definitiva, el método del cineasta georgiano genera una cámara casi caprichosa, que va y viene entre ficción y realidad, entre la fábula y el documental, entre los amantes y su ciudad, que se mueve al son del deseo fluctuante de su director.

El método puede fallar, dice. “Al final, se trata un poco de tener suerte, pero aunque no se puede planificar el resultado, sí planificamos trabajar así”, afirma Koberidze, y relata como ejemplo el inicio del rodaje: “Viajamos a Kutaisi un año antes, durante el Mundial 2018, porque queríamos filmar cómo la gente miraba fútbol. Pero eran solo tres horas al día, el resto del tiempo paseábamos con la cámara viendo qué pasaba: a veces pasábamos medio día en un lugar y no conseguíamos nada interesante para la película, pero de repente atrapábamos un momento precioso. Es un regalo”.

Es una forma de hacer cine juguetona (incluso, por el deseo de probar, Koberidze captura algunos momentos en 16mm: “Hay menos química en el material digital, se ve demasiado en el digital, es un desafío filmar en estas cámaras de alta resolución y ocultar algo, porque creo que ocultar es parte crucial al filmar: si mostrás todo, no es interesante”, concluye sobre ese experimento). Y el resultado es una película donde el cineasta incluye “quizás no todas mis cosas favoritas, pero sin dudas algunas”: la ciudad y su comunidad, los chicos jugando a la pelota, y también, y sobre todo, perros interesados en el Mundial y gatos que van y vienen, “un retrato algo idealista de la ciudad en la que vivo: salgo, y un gato vive en el barrio, en algún patio o alguna terraza, e interactuamos”.

Es que “vivir en un lugar sin contacto con otras criaturas es triste. No imagino vivir de otra manera: estuve en Berlín un tiempo y no me puedo imaginar viviendo ahí, está vacía, solo puedes encontrarte con humanos, alguna vez algún conejo… pero a ellos no les gusta comunicarse”, comenta Koberidze. “Por supuesto, no podemos vivir con animales salvajes que te van a comer, pero este encuentro en la frontera, estos perros y gatos que son de alguna forma parte de la sociedad, es hermoso, un ejemplo de cómo puede ser esa convivencia”, sigue el cineasta.

Y se lamenta en ese sentido sobre el presente: “En Kutaisi algunos perros viven en barrios donde los cuidan y se forman grandes amistades. Pero en otros barrios no son bienvenidos, la gente no los cuida… y la vida se vuelve dura para ellos”.

Este tipo de preocupaciones también se introducen en la fábula romántica: su narrador lanza súbitamente suaves monólogos sobre el estado del mundo y nuestra relación con la naturaleza. Son esos fluires de la conciencia que se pueden despertar en un viaje en micro, o una noche melancólica, o alguna caminata. “Todos hemos sentido esa sensación de desilusión, de frustración por no poder hacer nada. Así que quería sacarme de encima estas palabras: cuando empecé a escribir, no me importaba qué tipo de guion escribiera, quería hablar de estas cosas”, explica Koberidze sobre esos momentos ensayísticos de “What do we see…”.

“En un momento volví a creer en lo inexplicable, y fue a través de Leo: hace posible lo imposible”

Alexandre Koberidze, director de “What do we see when we look at the sky”

Pero la película se cierra, sin embargo, en una nota esperanzadora, feliz: “Me sorprendí”, dice sobre ese final feliz Koberidze. “Quería que pasara, pero es difícil de lograr, porque no es así como me siento, en general la situación es dura… De hecho, muchas veces he escrito escenas para que fueran esperanzadoras, pero como las filmaba sintiéndome desesperanzado no salían así”, se ríe. La aparición de ese cierre en el que ese narrador itinerante y preocupado abraza los finales felices “me da esperanza, porque implica que hay esperanza: no es algo que buscamos, pero terminó apareciendo parte de nuestra película, y eso me hace sentir bien acerca del futuro”.

Y mucho tiene que ver en esa esperanza final Lionel Messi, homenajeado en el cierre, pintado el “10” en dorado en las espaldas de los chicos de Kutaisi. Sin serlo, “What do we see…” es una película futbolera, filmada por alguien que pasó “años de mi vida hablando con amigos de fútbol, era una de esas cosas que nos unían, y también pasé años jugando con ellos, fue lo único que hicimos durante años, mientras crecíamos y nos conocíamos”.

El fútbol y el cine han tenido una relación distante, como si a la pasión futbolera no se le pudiera hacer justicia en una historia cinematográfica, y sin embargo Koberidze regala uno de los momentos futboleros más bellos que ha dado la pantalla grande: un grupo de muchachos y muchachas juega al fútbol con esa felicidad, esa falta de gravedad, que solo se alcanza pateando una pelota de chico; de fondo suena “Un’estate italiana”, la canción que Gianna Nannini y Edoardo Bennato que fuera banda sonora de Italia 90.

“Ese Mundial fue la primera vez que me introduje en el mundo del fútbol. Yo era un chico, se jugó un partido y al final, estaba mirando a este hombre que lloraba… Fue un momento importante en mi vida: mi madre me dijo que ese era el mejor futbolista del mundo y había perdido, esa fue una lección importante, yo no lo podía entender; también fue importante ver llorar a alguien y que aun así fuera el héroe, ver a alguien que perdiera y aún así fuera amado, es una linda lección para alguien de seis años, poder perder, poder emocionarse, poder llorar”, relata Koberidze.

Por eso, Maradona “significa mucho para mí”. Tanto como Messi. “Desde 2014, cuando Argentina jugó la final contra Alemania, tenía ganas de hacer algo con esa injusticia. Entonces, empecé a pensar en filmar una película, algún día, en la que Messi saliera campeón del mundo”, cuenta. Ese Mundial justiciero es el que se cuenta de fondo mientras los amantes de “What do we see…” se desencuentran, “una expresión de sincero amor a Leo, que me dio tanto en mi vida. He aprendido tanto de él, y me ha dado tanta alegría… Creo que el 99% de la gente nunca verá esta película, pero para mi era importante hacer este homenaje”.

¿Por qué? “Hubo un momento en el que volví a creer en lo inexplicable, y fue a través de mirar a Leo: hace posible lo que debería ser imposible”, explica. Su conexión con el cielo en sus festejos está en el título del filme, como la noción de destino que para Koberidze emana la historia de Messi: “Ver su carrera me da la sensación de que es parte de una historia, una historia inventada: viéndolo me ha vuelto la sensación de que estas cosas las creó alguien, no sé quién. Así que lo admiro a él, pero también a quien está escribiendo esa historia”.

 

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