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Mano a mano con EL DIA, la futbolista, que es zurda y juega de 10, contó su historia, relató su lucha por ser reconocida y habló sobre la colecta a beneficio de los que menos tienen que lleva el nombre del astro
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Por las noches, a Eugenia Laprovíttola le cuesta conciliar el sueño: la futbolista platense, de 25 años, se presentó en la Justicia para que determine si es hija de Diego Maradona, y eso implica duelos mediáticos con otros herederos, consultas constantes de los medios y el escrutinio permanente en su vida diaria.
Un torbellino que continuó arrastrándola, en los últimos días, a partir de una disputa con el abogado de Diego Junior que, cuenta en diálogo con EL DIA, ha logrado pasear su pedido de juzgado en juzgado “para que no se pueda avanzar con el ADN” necesario para determinar si Laprovíttola es o no es hija de Diego Armando Maradona. “Yo no me peleé con Diego Jr. Mi enojo fue con su abogado”, dice, intentando llevar algo de claridad al pantano de las disputas maradonianas, de ese “él dijo / ella dijo” constante que es la disputa por la herencia del Diez, y que se juega en algunos programas que por un puñado de rating disfrutan jugando al teléfono descompuesto.
“Diego estaba cansado de ser Maradona. En el último tiempo, quería algo tan simple como ir al supermercado”
Un mundo complicado, al que Laprovíttola llegó hace meses, apenas: una de las dos supuestas herederas platenses de Maradona (también pide el reconocimiento Santiago Lara) se enteró de que Diego sería su padre “una semana después de que falleció”. Hasta entonces, era solo una jugadora de fútbol en Independiente, actividad en la que, como si en el ADN existiera un gen futbolero, se dedica, cuenta, “desde muy chiquita, desde los 3, 4 años”. Encima, “soy zurda, juego de 10”.
En la cancha, dice, “trato de estar tranquila, de no compararme, porque si pienso en eso es mucha presión”. Cuenta que “cuando podía ir un poco la gente a la cancha, me gritaban cosas”, pero “no escucho mucho cuando me dicen, intento jugar tranquila, porque cuando me divierto es cuando juego bien”.
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Pero ser hija de Maradona es un pasaporte a vivir una porción de lo que le tocó a Diego, del escrutinio, de la vida pública: desde el día uno, Laprovíttola se dio cuenta de lo difícil que sería proteger esa tranquilidad, en la cancha y afuera. Laprovíttola recuerda cómo fue el momento en que todo comenzó a cambiar, cuando se enteró de que Diego podría ser su padre: “Me llamaban periodistas, me decían que era hija de Maradona, querían una nota… Yo pensaba que era un chiste, obviamente. Pero un día me estaba por ir a entrenar y me llama mi cuñada: en la tele estaban diciendo que era hija de Maradona. Le corté… pero llamé a mi mamá y le pedí que prenda la tele, que estaban hablando de mí”, relata. Aparecía en la pantalla junto al resto de los hijos de Maradona, y “no entendía nada… Me fui a entrenar con un nudo en la panza, me llamaban de todos lados…”
A partir de ahí, comenzó a reconstruir la historia: siempre supo que era adoptada, pero diferentes periodistas le comentaron que la noticia llegó a los medios porque su mamá biológica “se había comunicado con algunos para hacerles llegar la historia”. Entonces, “hablé con mis papás adoptivos, ellos me dieron los papeles de adopción y pude tener un contacto con mi mamá biológica, para que me cuente la historia, me confirme esto”.
Y ahí, escuchó de su boca cómo su madre conoció a Maradona: “Se conocieron en un boliche en Palermo, donde él iba bastante seguido cuando volvió a Argentina, en el año 94. Ahí nació una historia”, relata Laprovíttola. La historia no tendría final feliz. “Ella tenía una pareja, que era violenta. Cuando queda embarazada de mi y la pareja se entera que yo no era hija de él, le empieza a pegar en la panza. Era un contexto de mucha violencia, y mi vieja me dio en adopción para que no viva en ese contexto de violencia”.
Por obra del destino, Laprovíttola aterrizó en “un hogar maradoniano, donde me enseñaron que Diego era el Dios del fútbol”. Y se hizo hincha de Gimnasia. Cuando Maradona firmó como técnico del Lobo, entonces, sintió una pulsión de acercarse a él, sin saber aún que podría ser su padre.
Así, Laprovíttola siguió a Diego “desde el primer día, fui al hotel, lo seguí por todos lados. Estaba acá en La Plata, así que no podía no conocerlo. El primer encuentro que tuve con él fue en Estancia Chica, el día que él renunció y volvió a las pocas horas. Hicimos la caravana del Lobo, yo fui con los hinchas, y aunque no se podía estar adentro de Estancia, yo me colé, me escondí en el banco de suplentes y salí cuando Diego pasó caminando”.
Con algo de timidez, Laprovíttola se acercó a su ídolo. “Le gritaba cosas, ‘Diego, te amo’, y Diego primero me levantó el puño. Cuando le seguí gritando me llamó, y caminamos juntos, cantamos… Recontra cara rota, hasta le dije que no ponga más a un jugador…”, comenta entre risas. “A partir de ese día empecé a ir todos los días. Y siempre me recibió, nunca nadie me dijo que no, y si no te dejaban verlo… me quedaba hasta que lo podía ver”.
Cuenta la platense que el encuentro con su ídolo fue impactante, aunque luego se transformó en “algo normal, yo decía en casa ‘me voy a ver a Diego’, porque era algo normal”. Y, explica, era así porque “él te trataba como una persona normal, no te hacía sentir que era Maradona. Ahí me di cuenta que él era una persona más, con sus aciertos y sus defectos, un humano”.
“A Diego lo fueron aislando. Mantenía un montón de familias, y no fueron capaces de cuidarlo”
¿Le pesaba a Diego, en aquellos días, que alrededor suyo lo consideraran un Dios, lo persiguieran, lo adoraran, no lo dejaran ser, justamente, un ser humano normal? “En el último tiempo, sí, Diego quería algo tan simple como ir al supermercado. Y te lo decía”, dice ella. “Estaba cansado de ser Maradona. Y de las presiones. A él desde muy chiquito le pusieron una cámara y nunca más se la sacaron. Pero entendía también que se debía a la gente, aunque creo que en la intimidad quería ser una persona normal, comer un asado con su familia, extrañaba mucho a sus padres, estaba muy nostálgico”.
A ese cansancio, dice Laprovíttola, se sumó el aislamiento, como factores para el fatídico final: el famoso entorno se lo llevó lejos de su familia, lejos de sus amigos, “le sacaban los teléfonos, le impedían mucho el contacto con sus hijos. Yo vi manejos que no me gustaban, pero no podía decir nada. Yo creo que con un poco de esfuerzo, Diego estaría vivo. Si no está vivo es porque no tuvieron ganas”, dice. Y lanza: “A Diego lo mataron. Lo pensé desde el primer día. Y la Justicia de a poco le va dando la razón a quienes dicen que lo mataron. Lo mataron de a poquito, lo fueron aislando de su familia, de sus amigos, de la gente que lo quería ver bien. Lo metieron en una casa y no se ocuparon de atenderlo. Es raro, porque él mantenía un montón de familias, y no fueron capaces de cuidarlo”.
Laprovíttola, como todos los herederos de Diego, son para muchos fanáticos del jugador parte de un sistema que solo quiere sacar dinero de la marca Maradona. Por eso, ella aclara que la búsqueda por el apellido es solo por el reconocimiento. Incluso insiste en que, si le tocara parte de la herencia, la donaría: “Para muchos, ser hijo de Maradona es buscar plata, buscar fama… Y tal vez hay casos de sí, pero hay casos que no. Yo sé que no: a mi me gustaría hacer lo que a él le hubiera gustado ver. Si la Justicia me reconoce, aunque para eso falta un montón, yo buscaré la forma de ayudar a los que menos tienen, que es lo que Diego quería”.
En ese espíritu es que la futbolista generó la colecta Diego Armando Maradona, una campaña a beneficio “para ayudar a los que menos tienen: con la pandemia, mucha gente se quedó sin trabajo, veo mucha gente durmiendo en la calle, muchos nenes vendiendo cosas super desabrigados… Al ver todo eso, al ver que yo tengo un plato de comida, una casa, me puedo vestir, me pareció muy injusto. Quise entonces hacer algo desde mi lugar: no voy a cambiar el mundo, pero al menos quiero lograr que un día alguien pueda comer algo caliente. Como en las redes me sigue mucha gente, tengo cierta influencia, decidí usar esa influencia para hacer algo bueno”, relata.
Es por eso que pide alimentos no perecederos, que serán distribuidos por la filial Diego Armando Maradona del Lobo: para hacérselos llegar, dice, solo hace falta contactarla a través de sus redes sociales a ella o su representante, @vifernandezlecce. También aporta un teléfono para hacer donaciones: 0221-4366283. “Veo muchos homenajes a Diego, y sentí que esta era la mejor forma de homenajearlo”, explica, “colaborando con los que menos tienen”.
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