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La Ciudad |Merecido final de una búsqueda incansable y futbolera

Ocurrencias: y Ailing lo encontró

Ocurrencias: y Ailing lo encontró

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

3 de Agosto de 2025 | 02:40
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La historia de Ailing Hou, la china buscadora y futbolera, ya se conoce. En la final de la Copa América, fue rescatada del acecho cargoso de dos parejas colombianas que les querían arrebatar sus plateas a ella y a su amiga. La arrojada acción de un hincha argentino las puso a salvo. Por eso vino dos veces al país buscando a ese ángel de la guarda. Quería agradecerle y de paso invitarlo a conocer China, con pasaje y estadía pagada por ella. “Sería un sueño para mí”, dijo. Aquí, durante la búsqueda, había agotado infructuosamente todos los caminos. Hizo dos viajes en cuatro meses desde la distante Beijing. Recorrió canchas, distribuyó la foto de su salvador, y hasta la recibieron en la AFA. Y cuando ya estaba a punto de renunciar, un gol sobre la hora, como corresponde, le dio la copa mundial de la esperanza a esta perseguidora tan encarnizada y tan agradecida.

Un día, el salvador apareció. Y no estaba lejos. Se llama Antonio Villalón y vive con sus padres en la ciudad santafecina de Santo Tomé. Tiene 17 años y se mudará a Buenos Aires para estudiar en la universidad de San Andrés. Por supuesto se encontrarán en quizá en septiembre, en el próximo partido de la Selección por las Elimnitorias, devolviéndole al futbol su condición de sede fundadora de esta nueva relación, hecha de fe, silencios, esperas y kilómetros. Es la gran historia de un reencuentro que ningún escritor se hubiera atrevido a imaginar, porque estaba más cerca del delirio que de lo posible. Un “corazón partío” menos. Y un mundo que bombardea al amor y no encuentra el plateísta que se anime a rescatarlo.

Fantástica deriva de esta chinita bella y empecinada que dio dos vueltas al mundo, sin amigos ni contactos y sin idioma, memorando el relámpago de un vínculo que nació en la cancha y se evaporó, pero la siguió iluminando. El amor a veces ocurre en lugares impensados. La sonrisa de ese desconocido la llevó todo este tiempo como un talismán. Por eso volvió por segunda vez para darle otra chance a sus anhelos. La cara fresca de ese vago simpático era la única brújula que la guiaba. Miraba hasta gastar esas fotos que la fueron obligando a fundar referencias nuevas del querer y el extrañar. Aprendió que, a veces, hay sentimientos que se esclarecen con la lejanía. Un viaje tan largo, tan costoso y tan aventurado le fue agregando condimento cariñoso a una nostalgia recargada que buscaba saber qué hay más allá de la gratitud.

El azar al fin le dio una mano a esta persecución conmovedora. Su perseverancia tuvo premio. Si la Julieta de Shakespeare convirtió su ficción en símbolo del amor sacrificial, Ailing, desde la realidad, pasó a ser un barra brava de la esperanza. Aquella pasó a la historia desde un balcón; ésta renació desde una platea.

Antonio Villalón, el gran encontrado, se sorprendió enormemente al tomar conocimiento de la maratón que ella había emprendido para poder encontrarlo. “Y es muy linda”, subrayó. Se asombró por haber recibido la invitación para ir a China, “algo que estamos considerando en casa, porque no es un viaje más”; una excursión que, de concretarse, le daría el mejor final a esta película romántica con trazos de cuento de hadas. Y relata que cuando vio lo que les estaba pasando a esas dos chicas, no dudó en encarar a los colombianos. “Estaban medio borrachos y decidí llamar a un agente de seguridad que estaba cerca”. Todo se resolvió, llegaron las selfies y el agradecimiento, y yo no me acordé más de ese episodio”.

El relámpago de un vínculo que nació en la cancha y se evaporó, pero la siguió iluminando

Ailing sin querer enseñó que la gratitud puede ser un sentimiento potente y que estos héroes anónimos merecen ser reconocidos y recompensados. Aprendió también que nunca es tarde para darle una oportunidad a la corazonada y a la perseverancia. Su constancia ayudó a poner en valor otras virtudes. Esto de seguirle el rastro a un corajudo sonriente que primero le dio calma y después le dio ilusiones, deja varias lecciones. Ailing se conmovió por la espontánea reacción de este justiciero arriesgado que se involucró en un hecho que no lo implicaba y que además tenía como riesgoso escenario un estadio repleto y desbordado. Por eso no borra de su memoria la reacción de ese hincha sensible que por un ratito dejó de alentar a la Selección para sacarles tarjeta roja a los colombianos arrebatados que al final fueron derrotados en la cancha y en la platea.

El amor, a veces, en cualquiera de sus versiones, merece estas reverencias para que su significado primordial no se pierda. Todos saben que los finales felices no conmueven tanto como las historias frustradas. Pero suena a justicia que de vez en cuando el azar reparta sus mejores cartas entre la buena gente. Ailing hizo lo imposible para retribuir como sea a este quijote blanquiceleste que se le coló en su vida. Ni el silencio ni la distancia la doblegaron. Sus seres cercanos seguramente le dijeron que su insistencia parecía un disparate más que una cortesía. La habrán tratado de disuadir, aunque ella idealizaba esa ausencia que la mantenía inquieta pero ilusionada. El reencuentro , cuando se produzca, consagrará el triunfo de una búsqueda que le dio ánimo, optimismo y textura emocional a un irrenunciable sueño. Al final, habrá que admitir que la frase de Cortázar terminó pegando cerca del blanco: “Andábamos sin buscarnos sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

 

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