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Interno, externo y con una dinámica de retroalimentación, los movimientos proponen un desajuste que siempre construye algo nuevo. Las consecuencias, depende de la anticipación, adaptación, el entorno de contención y qué hacemos con la novedad
La saturación puede generar la necesidad de cambios / Freepik
Un trabajo nuevo, una mudanza, una separación, un replanteo personal. Una búsqueda que estaba sepultada bajo hábitos de seguridad y comodidad y que, tarde o temprano, flota. Un cambio es cualquier alteración significativa en el entorno o en el interior de una persona. Profesionales expresaron a este diario: “Es un movimiento que está en equilibrio, que se rompe y se fuerza a equilibrarse”.
Con una naturaleza dinámica, implica pasar de un estado conocido a uno desconocido. Como flecha, atraviesa un momento de ‘antes’, provoca un punto de inflexión y se desencadena hacia un “después”. Allí radica su carga su energía: desestabiliza la comodidad y obliga al ajuste. “Yo lo definiría como una crisis disruptiva. No necesariamente en términos de sufrimiento, sino de movimiento”, expresó a EL DIA Milagros Roldán, psicóloga recibida en la UNLP.
Se podría decir que un cambio externo puede provocar movimientos internos (por ejemplo, una pérdida puede revelar la soledad) y viceversa (que un cambio de personalidad implique y requiera movimientos en los hábitos) y que ambos aspectos se retroalimentan y potencian el cambio pero, lo cierto es que “somos sistemas abiertos, que estamos en constante intercambio con el exterior. La idea de exterior e interior es como una división pedagógica, arbitraria. En realidad no existe porque una continuidad”, definió Mercedes Protto Blanc, psicóloga de la UNLP.
Cuando un movimiento irrumpe en una persona con una rutina establecida, puede ocurrir algo llamado “desorientación”: se pierde el norte, lo conocido deja de funcionar. También, una pérdida de certezas, pequeñas reglas o cronogramas ya no se aplican; búsqueda de reemplazos, surge la necesidad de generar nuevas pautas, símbolos, rituales que reemplacen a los antiguos; potencial creativo, que depende exclusivamente de si se comunica “Estoy en obra: me estoy reconstruyendo”. Lo cierto que el quiebre muchas veces significa puerta. Ante ello, Protto Blanc detalló: “Todo cambio desestructura y después estructura”.
Pero ojo, el cambio es vital: “Hay algo de la necesariedad del cambio para la existencia. Uno no nace y muere siendo el mismo”, sentenció Florencia Galgano, psicóloga egresada de la UNLP.
“Si una persona es como muy aferrada a esa rutina y está como muy ordenada en relación a eso, y los cambios le van a significar una situación muy estresante, me parece. Y una demanda, una exigencia grande de trabajo ahí para cambiarlo o para adaptarlo”, manifestó galgano. Aquí radica el desafío: qué hace el sujeto con el cambio, más allá de que sea elegido o impuesto. “Tiempo, apoyos en vínculos, trabajo con un profesional”, agregó la profesional.
Estrés y adaptación: estos dos términos centrales nos ayudan a visualizar una pequeña porción de lo que puede lograr un movimiento.
El estrés es la respuesta fisiológica y emocional ante lo desconocido o amenazante. Se activa cuando el entorno cambia más rápido o con mayor intensidad de lo que la persona puede gestionar. Se manifiesta en irritabilidad, cansancio, dificultades de concentración, insomnio, reactividad.
En contraste, la adaptación es la capacidad de ajustarse, de incorporar el cambio. Ocurre cuando la persona encuentra nuevos rituales, reorganiza tiempos, revisa sus recursos internos y externos. Puede ser activa (se anticipa al cambio) o reactiva (responde cuando el cambio ya ocurrió). Incluye aprendizaje, que puede oscilar desde saber usar un nuevo software hasta renegociar un vínculo afectivo.
Lo cierto es que quienes poseen mentalidad de crecimiento, que pueden tolerar el estrés y poseen redes de contención, suelen recorrer mejorar los cambios. “Que un sujeto tenga más capacidades o más recursos para adaptarse a los cambios y para procesarlos de manera saludable, garantiza menor sufrimiento”, señaló la psicóloga Milagros Roldán.
Pero ojo, hay cambios externos que muchas veces no son positivos. La pérdida de personas queridas o movimientos en trabajos con muchas horas, es inevitable que duela.
La meditación puede ser favorable para transitar el momento / Freepik
Muchas veces, el cambio sucede de repente, golpea con solemnidad y sucumbe en las actividades de todos los días provocando un estrés inabarcable. Ante ello, una de las primeras recomendaciones es nombrar lo que ocurre: identificar la sensación y ponerle nombre como ‘me siento desorientado’, ‘me duele no saber qué va a pasar’.
Solicitar ayuda o contención, es uno de los consejos que suelen ofrecer los profesionales: amigos, familia, consejo profesional. Luego, fragmentar la adaptación, como convertir el cambio en pequeños pasos, y flexibilizar las expectativas: evitar la comparación o exigir que ‘todo vuelva a la normalidad’.
A su vez, registrar el proceso y aprender del camino -aunque suene utópico o inalcanzable- son dos hábitos necesarios para enfrentar el cambio: la escritura, la bitácora o alguna expresión para observar el trayecto; reflexionar los cambios internos: a dónde van los valores, las aspiraciones, cómo queremos relacionarnos.
En parte puede generar una ruptura, sí, pero que puede convertirse en motor de reconstrucción. Cuánto duele, cuánto se expande, cuánto enseña, depende fundamentalmente del grado de preparación o anticipación, plasticidad emocional (adaptación), entorno de contención y curiosidad activa con la novedad.
Aunque romper con lo conocido se siente innecesario o incluso peligroso, el cambio siempre nos invita a reconstituir nuestra forma de ser.
Interrumpe el estado de “lo que soy”, para proponernos o empujarnos al cuestionamiento “¿quién quiero ser?”. Y atentos: “No hay persona que sea inmune al cambio”, concluyeron los profesionales.
1 ANTICIPARSE: cuando es posible, preparar el cambio en etapas: por ejemplo en una mudanza, planificar paso a paso para el movimiento final.
2 DIVERSIFICAR RUTINAS: dejar espacio para la nuevo e intentar pensar: “Vale la pena incorporarlo, aunque no me haga falta”.
3 DESARROLLAR TOLERANCIA AL ESTRÉS LEVE: entrenar pequeños desafíos regulares (cambiar el orden de las comidas, provocar nuevas relaciones) para que, cuando llegue uno grande, la respuesta sea menos intensa.
4 RED DE APOYO: mantener vínculos activos (amistades, familia, colegas) que es el puente emocional y práctico.
5 AUTOCUIDADO: quizás el más importante. Ejercicio, descanso, alimentación, quietud.
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