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Más allá de cerrar los ojos, dormir es un “complejo ballet cerebral”. Los procesos y el rol de la siesta. Todas las claves
El reposo es fundamental para generar el relax / Freepik
Para muchos, el sueño es un refugio al final de un día agitado, una pausa necesaria antes de la próxima jornada. Pero lo que ocurre en nuestro cerebro y cuerpo mientras dormimos es mucho más que un simple apagón. Es un proceso dinámico y vital, orquestado en fases que son cruciales para nuestra salud física y mental. Comprender estos mecanismos nos ayuda a valorar la importancia de un descanso de calidad y a integrar prácticas como la siesta de forma inteligente.
El sueño no es un estado uniforme, sino que se divide en ciclos de aproximadamente 90 a 110 minutos, cada uno compuesto por diferentes etapas. A lo largo de la noche, pasamos por 4 a 6 de estos ciclos, alternando entre el sueño No-REM (Movimiento Ocular No Rápido) y el sueño REM (Movimiento Ocular Rápido).
Las fases del sueño No-REM se subdividen en: Fase N1 (o adormecimiento), que es la etapa inicial, muy ligera, donde podemos experimentar la sensación de “caer” o pequeñas sacudidas musculares. Es el umbral entre la vigilia y el sueño.
En la fase N2 (o sueño ligero), la actividad cerebral disminuye, la respiración y el ritmo cardíaco se ralentizan, y la temperatura corporal desciende. Pasamos la mayor parte de nuestra noche en esta fase. Es crucial para el procesamiento de la información y la consolidación de la memoria.
Por otro lado, en la Fase N3 (o sueño de ondas lentas/profundo), ocurre la etapa más reparadora del sueño No-REM. Es cuando el cuerpo se restaura físicamente, se liberan hormonas de crecimiento y el sistema inmunitario se fortalece. Despertar en esta fase puede sentirse desorientador y pesado.
La Fase REM se caracteriza por movimientos oculares rápidos, parálisis temporal de los músculos (para evitar que actuemos nuestros sueños) y una intensa actividad cerebral, similar a la vigilia. Es en esta fase donde ocurren la mayoría de nuestros sueños vívidos. El sueño REM es fundamental para la consolidación de la memoria emocional, el aprendizaje y el procesamiento de la información compleja.
A lo largo de la noche, la proporción de sueño profundo disminuye y la de sueño REM aumenta, siendo esta última más prolongada hacia la mañana. Alteraciones en cualquiera de estas fases pueden tener un impacto significativo en nuestra salud, afectando el estado de ánimo, la concentración, el metabolismo y la capacidad de aprendizaje.
En la cultura nacional, la siesta es una tradición arraigada, especialmente en ciertas épocas del año. Lejos de ser una simple costumbre, la ciencia respalda los beneficios de una siesta bien tomada, considerándola una herramienta poderosa para recargar energías y mejorar el rendimiento.
Una siesta ideal debe ser breve, de entre 20 a 30 minutos. Este tiempo permite entrar en las fases N1 y N2 del sueño, proporcionando un impulso de energía, mejorando el estado de alerta, la concentración y el estado de ánimo, sin caer en el sueño profundo (N3). Despertar de una siesta profunda puede generar inercia del sueño, esa sensación de aturdimiento que nos hace sentir peor de lo que estábamos antes de dormir.
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