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Temas |EL GRAN CUBISTA NACIONAL

Emilio Pettoruti: el platense que llevó la pintura argentina al siglo XX

Un adelantado a su tiempo, fue el gran modernizador del arte en nuestro país. Sin perder nunca el vínculo con La Plata, con un paso que lo consagró en tierras europeas, llegó a convertirse en uno de los pintores más reconocidos y cotizados a nivel mundial

Emilio Pettoruti: el platense que llevó la pintura argentina al siglo XX

Obra de 1932, cuando Pettoruti ya era director del Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata / Web

26 de Octubre de 2025 | 02:59
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En una ciudad de casas raleadas que no tenía todavía diez años desde su fundación surgió uno de los artistas más innovadores del siglo XX.

Autodidacta y visionario, Emilio Pettoruti llevaría el arte argentino a la modernidad. Su obra rompió con el costumbrismo dominante en la escena nacional y cambió para siempre la manera de entender la pintura en el país.

SUS INICIOS

El primero de doce hijos de una familia de inmigrantes italianos dedicada al comercio de fiambres y vinos que había llegado a la Ciudad a poco de su fundación, Emilio Pettoruti, nació en La Plata el 1º de octubre de 1892 y pasó su infancia alrededor de la esquina de 3 y 53. Fue en ese entorno marcado por el trabajo y la vida barrial donde el pequeño Emilio descubrió su vocación. Porque si bien sus maestras en la Escuela Italiana notaban su talento por el dibujo, fue su abuelo materno, José Casaburi, quien alentó esa vocación regalándole los primeros materiales para pintar.

A los 19 años participó de su primera muestra, en la que presentó una caricatura de un diputado amigo de la familia. Por entonces, trabajaba decorando vidrieras de comercios locales como el Bazar X y Gath & Chaves. En 1913 años, obtuvo una beca del gobierno de la provincia de Buenos Aires y emprendió el viaje que cambiaría su vida: su formación artística en Europa.

El pintor, en su taller privado, en 1970 / Web

Aunque el programa de la beca lo orientaba a París, Pettoruti decidió radicarse en Florencia, donde asistió a la Real Academia de Bellas Artes. Allí conoció el futurismo de primera mano y quedó deslumbrado por la Esposizione Futurista Lacerba. “Acababa de cumplir los veintiún años y mi formación artística era nula... Copiaba un Fra Angelico en el Uffizi cuando me alcanzó aquel impacto”, escribiría en su autobiografía “Un pintor ante el espejo” décadas después.

Su contacto con las vanguardias europeas fue decisivo en su formación. Estudió mosaico, vitraux y fresco; se vinculó con el poeta Filippo Tommaso Marinetti, autor del manifiesto futurista, y conoció las obras de Picasso y Juan Gris. De éste último tomó la idea de los planos de color, pero la combinó con su propia búsqueda de equilibrio y ritmo. Así nació un lenguaje personal que unía las formas geométricas del cubismo con el movimiento del futurismo y la armonía del Renacimiento.

En 1916 conoció en Florencia a Oscar Schulz Solari, el futuro Xul Solar. La amistad entre ambos se volvería fundamental. Ocho años después regresarían juntos a la Argentina, decididos a renovar el panorama artístico argentino, aunque su debut no resultó precisamente alentador.

“El hombre de la flor amarilla” (1932), una de las piezas más recordadas / Web

SU DEBUT

Al presentar en 1924 su primera gran exposición en Buenos Aires -86 obras que desafiaban los cánones costumbristas en el Salón Witcomb- se desató un escándalo: parte del público reaccionó con violencia, llegando incluso a escupir sus cuadros, y la prensa tradicional lo atacó también.

Sin embargo aquella polémica, que habría de marcar el inicio de una nueva etapa en la historia del arte argentino, operó a su favor. En los años siguientes, algunas familias notables de Buenos Aires comenzaron a adquirir sus cuadros dando lugar a una renovación en la mentalidad de la plástica en el ambiente local. Y con el tiempo se convirtió no sólo en un referente continental sino en el primer artista del país cuya obra alcanzó reconocimiento a nivel mundial.

EN LA PLATA

En 1930 asumió la dirección del Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata, una institución en crisis que transformó por completo. Modernizó su acervo, organizó muestras rotativas, incorporó donaciones y creó una biblioteca especializada. Su gestión marcó un antes y un después en la vida cultural de la provincia.

Durante esos años conoció a la poeta y crítica chilena María Rosa González, con quien se casó en 1942. Su carrera internacional siguió creciendo: en 1944 expuso en California y comenzó a despertar interés entre los coleccionistas. Pero en 1947 su etapa en el museo llegó a su fin cuando se negó a firmar una adhesión política y fue cesanteado por el gobierno de Perón.

Aunque en 1953 se instaló en París, regresaba con frecuencia al país. Recibió el Premio Continental Guggenheim de las Américas en 1956, fue nombrado miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes y homenajeado en el Museo Nacional de Bellas Artes. En 1969, la Universidad Nacional de La Plata le otorgó el doctorado Honoris Causa y el club Estudiantes lo nombró socio honorario.

“El improvisador”, pieza de 1937 / Web

Sus visitas a La Plata eran frecuentes. Mantenía contacto con sus hermanos y solía recordar su infancia en la ciudad. “Los colores y las formas de La Plata, mi ciudad natal, están en mis pinturas”, afirmaba con emoción.

En 1971, mientras planeaba regresar definitivamente a la Argentina, sufrió un ataque renal y murió en París el 16 de octubre. Cumplidos los deseos del artista, sus cenizas fueron esparcidas en el Río de La Plata frente a Ensenada.

Hoy, su legado está disperso por el mundo: desde el Museo el MOMA de Nueva York hasta el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile y el Reina Sofía de Madrid,además de numerosas colecciones privadas. Pero quizá su huella más perdurable sigue atada a La Plata, en el museo provincial que hoy lleva su nombre y en esa luz tan particular que supo trasladar al lienzo y sentía propia de nuestra ciudad.

 

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