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Evolución de la ropa, desde el taparrabos hasta los distintos modelos de la actualidad. Origen cultural de cada una de las prendas. La visión y el comportamiento de los escritores
Audrey Hepburn / Web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Del primer rudimentario vestido hecho con el cuero desollado de algún animal, que varones y mujeres de la Antigüedad cosían con agujas de hueso, hasta la refinada moda de hoy –que no pretende sólo defender de la intemperie sino embellecer a la figura humana- pasaron aguas caudalosas bajo los puentes.
Desde el taparrabos elemental, que aún siguen usando algunas tribus empecinadas de ayeres, la ropa fue y sigue siendo compañera de la humanidad. Cuando fue usada por los primitivos, fue además –lo dice su propia etimología- el primero y más codiciado botín.
El término ropa viene del gótico “raupa” (botín) e influido del germánico “raupjan”, que quiere decir arrancar y del alemán antiguo “roufen”, que significa saquear. Lo primero que robó la humanidad fue ropa.
Es enriquecedor ir conociendo la etimología del nombre de las distintas prendas, porque cada una de ellas deriva de una civilización diversa y entonces, cuando se integra la vestimenta completa, resulta ser que la humanidad está vestida por la cultura acumulada de cinco continentes y de miles de años. Sería muy largo reflejar todas, así que para muestras no hacen falta demasiados botones.
García Márquez / Web
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La palabra “pantalón” viene de la cultura veneciana del siglo XVI y deriva de la devoción que los venecianos tenían con San Pantaleón, en quien se inspiró un famoso payaso “Pantalone” que hacía reír o llorar a los habitantes venecianos. El clown usaba una prenda que fue denominada “pantaloni” que, con los ajustes del caso, es la que varones y mujeres usan hasta hoy.
Aunque en materia de moda, nadie es el definitivo creador. En la Antigüedad eran comunes entre los pueblos ecuestres estas prendas ideales para combatir y cabalgar, muy usada por los mongoles, aunque los romanos la consideraron propia de bárbaros y por eso los prohibieron, con solemnes bandos del emperador pegados en las columnas.
El chaleco es una prenda de vestir que cubre el torso, con o sin mangas. Viene del árabe “yalija” y de una alteración del turco “yalac”. Hay desiertos y tormentas de arena acumulados en los chalecos.
En cuanto a la pollera, se entiende que sus orígenes vienen de España y que se impuso como tal en los siglos XVI y XVII, considerada como una conquista del nuevo mundo. En la Península se adoptó y reformuló esta prenda de origen americano –posiblemente inca- con zócalos sobrepuestos o bordados florales.
Su origen etimológico viene del latín, de la “pullarius”, que derivaba a su vez de “pullus”. Este vocablo se usó al principio para definir a las crías de todos los animales y finalmente se dejó única y exclusivamente para referirse a los pollos.
“Corpiño”, llega del gallego-portugués “corpinho”, que es el diminutivo de cuerpo y que define una “prenda sin mangas ajustada al cuerpo que cubre desde los hombros hasta la cintura”.
Antonin Artaud se arrojaba cal sobre sus trajes negros para acentuar su bohemia
Así, sucesivamente, si se analizan palabras como zapatos, sandalias, calzas, calzoncillos, bombachas, medias, pulóver, etc., se advierte la rica y a veces exótica suma de civilizaciones que confluyeron para vestir a la humanidad.
Otro dato histórico enseña que hasta la Edad Media varones y mujeres compartieron muchas de las prendas que, luego, se diferenciaron en el uso por los distintos sexos. Las capas, las entonces ya llamadas bragas o calzones y desde luego muchos accesorios que hoy se diferencian –como los sombreros- fueron indumentarias uniforme. O unisex, para escribirlo en idioma actual.
Paul Auster / Web
Recién al fin de la Edad Media es cuando empieza a nacer una moda diferenciada, que es cuando se busca embellecer a la figura humana, esencialmente a la de la mujer. La mayor síntesis a la que podría apelarse para definir ese cambio, podría ser la que señale que la ropa masculina se ajustó más al cuerpo, mientras que la femenina se extendió, se hizo más larga en extensión, con mangas anchas y con mayores juegos de colores.
Las apariencias que generalmente engañan tuvieron y tienen mucho que ver con la indumentaria y la moda. “Como te ven, te tratan”, es la definición simple. Los cierto es que en los tiempos dorados de la letra impresa, algunos escritores llegaron a definir la moda. No muchos, claro, sólo algunos.
Oscar Wilde, con su elegante extravagancia, uno de ellos. El solemne y ensimismado Marcel Proust, otro. El raro Antonin Artaud, que se arrojaba cal sobre sus trajes negros para acentuar su bohemia, también hizo escuela.
Medio siglo después un joven y conocido poeta argentino llegaba a las reuniones literarias porteñas vestido con una capa negra y un diamante pegado en su frente. El gusto de los escritores se tradujo en moños, bastones y monóculos a la manera de Mujica Láinez, con sombreros multiformes y modelos surrealistas.
La amante de Chopin, la escritora George Sand que cuando vestía como mujer fue envidia de las mujeres parisinas y después, cuando se divorció y decidió vestir como varón, puso de moda los pantalones varoniles en esa época. En los 50 nuestra ciudad vio llegar a una Victoria Ocampo enfundada en un traje blanco de varón, con enormes anteojos negros y era toda una novedad.
La palabra “pantalón” viene de la cultura veneciana del siglo XVI
Todo eso se disipó, porque en realidad la profesión de escritor se desarrolla en la soledad más completa de su casa o, en el mejor de los casos, en la mesa anónima de algún café en donde pasa desapercibido. En la isla de su escritorio, cuando decidía escribir libros inolvidables como “Los tres mosqueteros”, Alejandro Dumas se vestía con sandalias y una sotana roja que lo cubría completamente.
El autor de “El paraíso perdido”, John Miltón prefería envolverse en una vieja y descolorida capa de lana. Mucho más moderno en todo sentido, el novelista estadounidense Paul Auster para escribir viste siempre en tonos negros o grises ropa del común, pulóveres, camisas o abrigos cuando hacen falta.
Sería difícil no recordar el caso de Gabriel García Márquez que en 1982, en la ceremonia en la que le entregaron el Premio Nobel de Literatura, vistió una detonante guayabera blanca, bien caribeña, tan útil para los países calurosos y tan sorprendente para el frío de Estocolmo.
Otro empecinado con la ropa fue el muy vasco Miguel de Unamuno que jamás usó una corbata en su vida. No ignoraba el autor de Contra esto y aquello que la palabra corbata viene del italiano “cravatta”, derivada de “croata”. Ocurre que en 1660 el Rey de Francia se hizo defender por un batallón de soldados croatas, que usaban pañuelos rojos en el cuello.
Oscar Wilde / Web
Se los premió por su celo en defender al Rey y los nacientes modistos de Paris, impresionados por buen efecto de aquellos pañuelos rojos, crearon la moda de la corbata que se popularizó muy pronto. Pero Unamuno decía que las corbatas y antes los pañuelos rojos, venían de que al usar esa prenda los hombres se declaraban servidores de alguien, de un rey, de un jefe o también de una dama. “Yo no soy siervo de nadie ni lo quiero ser” dijo el bilbaíno que toda la vida, entonces, usó pulóveres que tapaban el lugar destinado a las corbatas.
Unamuno abominó de las modas. Decía: “Para novedades, los clásicos. La moda es lo primero que pasa de moda”.
Pero la historia está llena de frases redentoras de la moda en la indumentaria. Una, muy pretérita, pertenece Epícteto: “Conócete a ti mismo y luego viste en consecuencia”.
La princesa que al final quiso vivir en Paris, Audrey Hepburn, dijo: “La elegancia es la única belleza que nunca desaparece”. Y Coco Chanel aconsejó: “Vístete como si fueras a encontrarte con tu peor enemigo”.
La voz popular estampó dos aforismos que no pierden vigencia: “La mona aunque se vista de seda, mona queda”. Y el otro tan sabio también: “El hábito no hace al monje”.
George Sand / Web
Oscar Wilde / Web
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