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El creador de la mítica serie de HBO regresó a la tevé con otra historia de corrupción y violencia policial en Baltimore
Omar Little, figura estelar de “The Wire”, considerada una de las mejores series de la historia
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
En ocasión de la celebración tuitera por los 20 años del estreno de “The Wire”, la serie de HBO considerada ampliamente como una de las mejores de la historia que debutó en la pantalla el 2 de junio de 2002, un usuario tuiteó: “Feliz día de la sociología”. Una manera interesante de resumir la potencia de la serie: los habitantes del mundo creado por David Simon, en compañía de los guionistas George Pelecanos y Ed Burns, son personajes, cuerpos, atravesados por la historia y el contexto.
Lejos de ese “decir” explícito de la televisión actual, a menudo didáctica, los personajes de “The Wire” están atrapados en sus contradicciones invisibles, reflejan las circunstancias del mundo que habitan y se rebelan contra ellas, pero están necesariamente atravesados por el mundo que los rodea: a través de esos individuos, de esas criaturas de a pie, Simon y compañía construyen un retrato de una ciudad, Baltimore, que es también el retrato de una sociedad. La contraseña para ingresar a esa sociedad, enseña Osvaldo Aguirre que dice Hans Magnus Enzensberger, es el crimen (el narcotráfico pero también las fuerzas que combaten ese tráfico), “una contraseña que, una vez descifrada, delata algo del total de la sociedad en la que sucedió”.
Veinte años después, Simon y Pelecanos vuelven a Baltimore en su nueva serie, “La ciudad es nuestra”, miniserie de 6 episodios disponible en HBO Max. Allí, analizan la ciudad con la misma contraseña, el crimen, pero al calor de nuevos debates que hacen arder Estados Unidos, lo que latía profundo en “The Wire” emerge a primera plana: basada en un caso retratado por un periodista del Baltimore Sun, Justin Fenton, “La ciudad es nuestra” es el relato de la violencia policial contra la comunidad negra de Baltimore, enmascarada del gran tema de “The Wire”, la “guerra contra las drogas”.
Veinte años después de “The Wire”, David Simon trae a HBO Max “La ciudad es nuestra”
Pero, mencionaban los propios narcos en la serie que se estrenó en 2002 y duró 5 temporadas, las guerras terminan: el juego (“the game”), ese tablero de ajedrez con peones de carne y hueso que van al muere, está arreglado para que nadie gane; mientras la noción de “guerra” transmitida en las academias policiales multiplica la violencia y el abuso policial, los altos jefes policiales se obsesionan con las estadísticas y la política “muerden” de las fastuosas ganancias del narcotráfico. Nadie quiere que las cosas cambien, en realidad.
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Algunos personajes en “The Wire” intentaban salirse del juego. Uno de los líderes del narcotráfico, Stringer Bell (interpretado por Idris Elba en su primer rol estelar), quiere limpiarse, legitimarse como un empresario (como Michael Corleone). Lo liquidan, como al joven y algo sensible D’Angelo Barksdale. Jimmy McNulty, carismático policía irlandés, trabajólico y alcohólico, choca mientras tanto constantemente contra las autoridades que le impiden siempre ir a fondo: también a él lo marginan, lo mandan a manejar un barco. A “Bunny” Colvin se le ocurre poner freno a las guerras entre pandillas y policías legalizando el intercambio de drogas en un área abandonada de Baltimore: es crucificado. Y así.
McNulty se pregunta por qué las drogas no pueden ser como cualquier negocio, por qué hay que dispararse y sacrificar cuerpos por lo que es en definitiva la venta de un producto: la serie le responde que en el riesgo se esconde la ganancia fastuosa de la que todos se benefician. El delincuente, decía Marx hace ya un buen tiempo, no solo produce delitos: también produce policías, jueces, funcionarios, una industria de chalecos antibala y escudos y pistolas taser.
Así, nada nunca cambia realmente. Y “The Wire” dedica cada temporada a analizar cómo, desde distintas instituciones de la sociedad, solo se apuesta por cambios superficiales: si la primera temporada enfrenta a policías y narcos, es solo la introducción; el tráfico, el sindicalismo y la política asoman en la segunda y tercera entrega como igualmente impotentes, e igualmente cómplices (es particularmente conmovedora la lucha de Frank Sobotka, el sindicalista que acepta mirar hacia el otro mientras trafican quién sabe qué en su puerto, para lograr un dinero extra que permita sobornar a funcionarios públicos para que construyan una nueva sección al puerto y extender así, al menos durante algunos años, la vida de los trabajadores portuarios). La cuarta entrega mira hacia las aulas, y en la quinta temporada la serie se vuelve hacia sí misma para analizar el rol de los medios en todo este asunto.
Simon es un ex periodista, y ataca desde ya a los medios, a la persecución de la noticia superficial y espectacular por sobre la noticia compleja, ambigua, menos atractiva: es un ataque, otra vez, contra la falta de profundidad, pero no solo es contra los diarios, sino contra todas las “historias” que contamos. Como dice Adam Curtis, son historias cada vez más simplificadas las que consumimos, que han facilitado esta polarización que vivimos actualmente y que parece provocada en gran medida por algoritmos corporativos para generar adhesión y adicción y filtros burbuja, pero de la que los políticos se han aprovechado. La polarización es fabulosa para pasar leyes terribles, para ir a la guerra y para ganar una elección.
“The Wire”, en cambio, intenta desde el arte contar un mundo contradictorio, sin héroes ni villanos, sin soluciones fáciles, quizás sin solución: la propuesta lleva necesariamente a que la historia se cuente de forma coral, desde distintas perspectivas, y esa coralidad hasta lo rizomático genera una ficción densa, ambigua. El espectador tiene que trabajar, no se puede quedar en la superficie, en el valor de entretenimiento shampoo. “La ciudad es nuestra”, a 20 años de “The Wire”, redobla la apuesta, narrada con constantes saltos temporales, flashbacks y flashforwards. Parece un manifiesto: en una era donde la televisión apuesta a la claridad narrativa e ideológica, e incluso se ha vuelto declamativa, narrando desde el púlpito progre hollywoodense, una era de relatos cada vez más simplificados, “La ciudad es nuestra” responde con una visión extremadamente difícil de digerir de las razones detrás del racismo endémico en la sociedad estadounidense.
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