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Ezequiel Fernández Moores
Novak Djokovic no es Jesucristo crucificado en la cruz, como dramatiza su familia desde Serbia, “un pueblo orgulloso” que hoy se siente “atacado” porque su hijo pródigo (algo terco) creyó que le sería fácil ingresar sin vacunas a un país que cerró fronteras, encerró ciudadanos y eligió el aislamiento como mejor método para combatir la pandemia. Djokovic no es Jesucristo, pero es el mejor tenista del mundo y nueve veces campeón del Grand Slam australiano, cuyas autoridades le habían dado el okey para viajar. También dieron el okey las autoridades políticas federales, que aportan dinero para el torneo. Y también pareció darlo el propio primer ministro Scott Morrison, cuando primero dijo que el okey al serbio era un asunto federal, hasta que advirtió furia popular, su gobierno resolvió entonces que el visado del tenista no era el correcto y lo envió al hotel de inmigrantes que llevan años en esa misma situación, solo que no le importan a nadie porque no se llaman Novak Djokovic.
¿Cómo el entorno del mejor tenista del mundo no previó que iba a ser complejo que un símbolo antivacunas (involutariamente, o no, Djokovic lo es) pudiera ingresar fácilmente a uno de los países más duros respecto del Covid y en pleno rebrote pandémico? ¿Y cómo fue posible que una nación de ese llamado Primer Mundo como Australia manejara tan mal un caso que tenía claro destino de noticia mundial? La dura Australia fue centro de críticas primero porque permitió jugar a Djokovic. Luego se dijo que Australia era algo así como un modelo porque rectificó y trató como un ciudadano simple a un divo del deporte. Y ahora Australia está siendo vista como torpe hasta el infinito. Haciendo uso y abuso político del caso Djokovic. Buena parte de la prensa local alega que la torpeza mayor fue acaso de Tennis Australia (TA) responsable primaria de que todo estuviera bajo control. Sin Roger Federer ni Rafael Nadal, el Abierto de Australia, que pidió dinero a los bancos para mantenerse a flote, ahora arriesga quedarse sin Djokovic. O, peor. Si el serbio gana este lunes su reclamo judicial, no es difícil imaginar que su eventual ingreso a la cancha será un teatro del absurdo.
Serbia, donde Djokovic es hoy más héroe nacional que nunca, complica el cuadro cuando habla de patria y religión. El caso no es menor para un mundo que debate los límites entre la responsabilidad colectiva y las libertades individuales en medio de una pandemia que costó demasiadas muertes y pérdidas como para pretender reducirlo a la terquedad de Djokovic. El mejor tenista de los últimos tiempos (que lucha por ser el mejor de todos los tiempos) tiene su derecho, como cualquiera, de expresar sus propias ideas. Y, atleta formidable como es, tiene también el derecho de cuidar su cuerpo libre de carnes y químicos y como le plazca. Pero Djokovic forma parte del mismo mundo que los niños que le alcanzan las pelotas, le acercan la toalla y le sostienen el paraguas que lo protege del sol. Y la salud de esos niños vale tanto como la de él mismo. Ayer se supo que un argumento clave de Djokovic para ingresar a Australia fue un contagio de diciembre (que lo eximía de vacunarse). Pero al día siguiente del contagio, el mismo gobierno serbio aparece premiando en ceremonia pública a Djokovic, honrado en Belgrado con un sello postal. Las imágenes están a la vida de todos. Nole ayuda poco. Eso está claro.
No debe ser fácil ser Djokovic cuando su papá Srdjan compara a su hijo con “Jesucristo” y mamá Dijana describe a Novak como “un revolucionario que está cambiando al mundo”. El propio Djokovic habló alguna vez de su esfuerzo por ser aceptado y querido, sugiriendo que un serbio no goza del mismo estatus que otros (¿Federer y Nadal, por ejemplo?). Crecido en medio de las bombas por la guerra que azotó a la ex Yugoslavia, Novak, de 34 años, formó sus propias ideas sobre medicina alternativa y el rol de Serbia en el mundo. Es menos “políticamente correcto” que el suizo y el español, ambos casi un catálogo de buena conducta. Novak no le temió nunca al centro de la escena, todo lo contrario. Arrogante y simpático. Inclusive aun hoy pretende liderar sindicalmente a los cientos de jugadores que animan el circuito que lo tiene ahora como figura central. No debe ser fácil tanta presión cuando, además, trabaja desde hace años exhibiendo talento y esfuerzo para dominar la cumbre. Ovaciones, aplausos, dinero y fama. ¿Cómo se verá el mundo desde esas alturas?
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