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El cuenco de plata acaba de publicar Los chicos salvajes , editado por primera vez en 1971 y fundamental en la obra del autor
Por MARCOS NÚÑEZ
Podríamos decir que abrir un libro de Burroughs es como abrir una canilla (sí, canilla y no “grifo”, a propósito de lo cual la traducción de Márgara Averbach para esta edición de El cuenco de plata es exquisita): imágenes, escenas, personajes, diálogos manan de estas páginas en un flujo que es difícil precisar cuándo terminan unos y empiezan otros.
La lectura de un libro de Williams Burroughs no es una tarea sencilla, si por sencillo se entiende la reposición de una historia más o menos lineal. En este sentido, quizá Yonqui (1953) o Queer (escrita en 1953 y publicada recién en el 85) se acercan más a esta convención en la obra del autor norteamericano. Los chicos salvajes, como El almuerzo desnudo –su libro más celebrado–, tiene una propuesta fragmentaria y experimental y, probablemente producto de ello, Burroughs tiene una mayor libertad para jugar con el lirismo de las frases y las formas narrativas. Sobre la experimentación en su obra, el escritor nacido en Estados Unidos en 1914 fue terminante: “Se le dice a algo experimental cuando el experimento salió mal”. Lo que, claro, no clausuró la discusión.
Un voraz lector de literatura norteamericana, el escritor argentino radicado en Barcelona Rodrigo Fresán, dijo alguna vez sobre la escritura de Burroughs y su técnica del Cut-up: “Lo que entendemos por realismo es lo más irrealista que hay. Los tempos de la vida real no están organizados como en Madame Bovary o en Anna Karenina. Para mí William Burroughs es mucho más fiel a como pensamos y actuamos en la realidad, con sus cortes y saltos”.
Se le dice a algo experimental cuando el experimento salió mal”
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En las páginas de Los chicos salvajes, una escritura anárquica y desordenada describe jardines de carne en los que cuerpos humanos y árboles se trenzan en escenas de sexo, o violencia, o ambas. Y hay descripciones, también, de escenas bellísimas: “23 de junio de 1988. Hoy cruzamos a salvo la barrera y entramos en el Desierto Azul de Silencio. El silencio es devastador al principio uno se ahoga en él nuestras voces quedan enmudecidas como si estuviéramos hablando a través de capas de terciopelo”.
William Burroughs publicó su obra maestra, El almuerzo desnudo, en 1959 con la ayuda de su amigo, el también escritor Jack Kerouac. Para entonces Burroughs ya había sido adicto a la heroína; había estudiado literatura en Harvard y algo de medicina en Viena; había sido exterminador de cucarachas en Chicago y había vivido en México, Tánger y Londres; había asumido su homosexualidad y había asesinado accidentalmente a su esposa Joan Vollmer. Burroughs ha confesado en varias ocasiones que al momento de este último infortunio fue poseído por un espíritu maléfico; a partir de entonces, dice, su escritura ha sido el intento de sacar afuera ese demonio.
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