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El mensaje del Rabino de AMIA por Tishá BeAv, "el día más triste del calendario judío"

El mensaje del Rabino de AMIA por Tishá BeAv, "el día más triste del calendario judío"
1 de Agosto de 2025 | 17:41

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En Tishá BeAv, que comienza al atardecer de mañana, sábado 2 de agosto, y finaliza al anochecer del domingo 3, el pueblo judío lamenta las tragedias ocurridas a lo largo de los siglos, vinculadas especialmente con la destrucción de los dos templos de Jerusalén.

En vísperas de este día de ayuno y duelo en el judaísmo, el Rabino de AMIA, Eliahu Hamra, compartió su reflexión dirigida a toda la comunidad:

Tishá BeAv, día de duelo y reflexión en el calendario judío

Tishá BeAv, considerado el día más triste del calendario judío, es una fecha profundamente significativa, marcada por el duelo y la reflexión.

Nuestros sabios establecieron esta conmemoración para mantener viva la memoria de las tragedias que han golpeado al pueblo judío a lo largo de los siglos, en especial la destrucción del Primer y del Segundo Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén).

También se recuerda en este día el decreto que impidió a la generación del desierto ingresar a la Tierra de Israel, a raíz del pecado de los espías; la caída de Betar en manos del Imperio Romano y la masacre de miles de judíos durante la rebelión de Bar Kojbá; así como la destrucción de Jerusalén, reemplazada por la ciudad pagana de Aelia Capitolina. Al igual que la destrucción de los Templos, estos eventos marcaron el comienzo de nuevos exilios para el pueblo judío.

Pero Tishá BeAv no es solo una fecha de evocación histórica. Es, también, un día para reflexionar sobre cómo ese mismo proceso de destrucción puede repetirse hoy en nuestras vidas, cuando nuestros mundos personales se quiebran o se sienten vacíos. Para transformar esa realidad, es necesario comprender la profundidad del desastre y las causas que lo originaron.

La raíz de la destrucción fue la distorsión de la realidad provocada por el ser humano, una deformación tan profunda que, de algún modo, hizo inevitable la devastación.

El Primer Templo fue destruido a causa de tres graves transgresiones: idolatría, relaciones prohibidas y derramamiento de sangre, tal como lo explica el Talmud (Yomá 9b). Estas faltas tienen en común el hecho de representar una alteración extrema de la realidad, una corrupción tan profunda que no dejó espacio para otra cosa que la destrucción.

La idolatría, en esencia, es un servicio a lo vacío, a aquello que carece de existencia real. Así lo expresa el profeta Isaías: “Los que hacen ídolos, todos ellos son nada”. En otras palabras, la idolatría representa un trabajo espiritual completamente desconectado de la realidad.

Las relaciones prohibidas también generan una realidad dañada, sobre la que el Talmud dice: “Lo torcido no se puede enderezar” tratado Jaguigá (9a). A pesar de que todas las almas que llegan al mundo provienen de un tesoro llamado “cuerpo” que se encuentra bajo el Trono Celestial, como se explica en el Talmud, tratado Avodá Zará (5a), y aunque esas almas son puras y sin defecto alguno, el ser humano, por la mala elección de su libre albedrío, puede corromper esa realidad sagrada y engendrar un mamzer (bastardo), sobre el cual se dijo: “Lo torcido no puede enderezarse”.

El derramamiento de sangre, por su parte, borra la imagen divina del mundo. Como está escrito en el Midrash Bereshit Rabá (34:14), “es como si se redujera la imagen de Dios”, porque quien asesina está eliminando al ser humano creado a Su semejanza, y con ello daña la estructura misma del mundo.

Asimismo, la destrucción del Segundo Templo fue por odio gratuito, como se explica también el tratado de Yomá. Y de nuevo, esto surge de una distorsión de la realidad: odiar al otro sin motivo, simplemente por no poder tolerarlo, es un impulso destructivo que no construye nada, solo arrasa.

Cuando reflexionamos sobre este punto, se revela un aspecto impactante: el enorme poder que Dios le otorgó al ser humano. Aun cuando la santidad está grabada en el mundo de forma natural, el ser humano tiene la capacidad de distorsionarla, de desplazar la presencia Divina y generar destrucción. Así fue como se arruinó el Templo: porque la santidad fue pervertida desde adentro, y entonces el mundo quedó desolado.

El ser humano posee una capacidad destructiva tal que incluso puede utilizar un sistema sagrado —como la justicia, cuya función es traer orden a la humanidad— para recurrir a pruebas falsas, a la manipulación y a las injurias, y así tergiversar la verdad.

Las noticias de cada día nos muestran cómo, incluso hoy, lo sagrado puede ser profanado desde adentro. Vemos padres y madres enfrentados en juicios interminables, donde los hijos son utilizados como herramientas para dañar al otro. Vemos denuncias falsas que destruyen reputaciones en segundos, mientras la verdad tarda años —cuando llega— en restituirse. Vemos cómo se manipulan testimonios, cómo se instalan relatos mentirosos en redes sociales o en los medios, arrasando con vidas enteras. Lo que debería proteger —la justicia, la familia, la verdad— se convierte en un campo de batalla donde todo se permite, incluso el dolor de los más inocentes.

Por eso, hoy más que nunca, debemos elegir usar lo mejor que tenemos —la palabra, la verdad, la compasión— para construir, para reparar, para unir.

Tomar conciencia de cuán poderoso es lo que tenemos en nuestras manos —un poder que puede construir, pero también destruir— debería despertarnos la motivación para usarlo del lado correcto, el de la reparación. Ya que vemos que sí es posible modificar la realidad, depende de nosotros elegir si queremos construir o destruir. Y por eso, este es un momento para preguntarnos con honestidad: ¿vemos alguna forma de destrucción en nuestras vidas? ¿Estamos realmente buscando construir una vida espiritual auténtica, o nos dejamos llevar por una realidad superficial, cómoda pero vacía?

Podemos hacer este análisis mirando incluso cómo esperamos la gueulá, la redención: ¿la deseamos porque anhelamos una vida espiritual más elevada? ¿O simplemente porque queremos tranquilidad, sin problemas ni preocupaciones? Los sabios enseñaron que en los tiempos del Templo, Jerusalén estaba llena de sufrimiento y enfermedades, como está escrito “la justicia residía en ella” (Isaías 1:21). En un lugar donde la santidad se manifiesta con tanta intensidad, no se tolera ni el más mínimo error. Por eso, los habitantes de Jerusalén sufrían —pero al mismo tiempo se purificaban.

Hoy en día, incluso nuestra forma de esperar la redención está influenciada por una visión distorsionada. No aspiramos a santidad, sino al confort. Y eso también es parte del problema.

Por eso, especialmente en estos días, además de mirarnos con espíritu crítico y detectar el “Jurbán” (destrucción) que pueda haber en nuestras propias vidas, es importante tomar conciencia de ese increíble poder que se nos dio, y usarlo para tratar de construir, de reparar, de acercarnos a una realidad lo más íntegra posible. Aunque no está en nuestras manos traer la redención completa —como explica el Ramjal en Da’at Tevunot y Mesilat Yesharim 19 —, se espera de nosotros que preparemos nuestras vidas para que una dimensión espiritual verdadera tenga lugar en ellas. Que nuestra esperanza por la gueulá sea una verdadera aspiración por una vida de santidad.

En este Tishá BeAv, recordamos que la raíz de esa destrucción fue el odio gratuito que fracturó la unidad y pervirtió la justicia. Solo cuando el amor gratuito venza al odio gratuito por el que fue destruido el Beit HaMikdash, podremos estar verdaderamente listos para recibir la gueulá.

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