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Temas |UN ACTO DE CORAJE, PERO TAMBIÉN DE RESPETO

Hablar por atrás: menos frontalidad y más hipocresía

No se trata de buscar el conflicto, sino de elegir la autenticidad de las personas sobre la incomodidad superficial

Hablar por atrás: menos frontalidad y más hipocresía

En estos tiempos, hablar de frente parece la acción “menos común” / Freepik

13 de Julio de 2025 | 06:12
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A veces la escena se repite casi como un ritual invisible: lo que se piensa no se dice, lo que molesta se traga, lo que debería aclararse se deja en pausa indefinida. En reuniones familiares, en parejas, en vínculos laborales o entre amigos, se impone una suerte de pacto tácito de silencio, una preferencia inquietante por callar en lugar de enfrentar. La pregunta, inevitable, es qué nos pasa que tantas veces elegimos no decir las cosas cara a cara.

Las respuestas no son simples ni únicas, pero sí se conectan en una trama emocional profunda. Psicólogos y sociólogos coinciden en que una de las razones más frecuentes es el miedo: miedo al rechazo, al conflicto, al juicio ajeno. La ansiedad social, cada vez más extendida, puede transformarse en un obstáculo paralizante a la hora de expresar desacuerdos o incomodidades. Incluso personas con vínculos de confianza a veces eligen el silencio por temor a “romper algo”, como si la palabra franca tuviera un poder destructivo mayor que el resentimiento acumulado.

En otros casos, hay cuestiones de autoestima en juego. Muchas personas no creen que su mirada tenga peso o temen no poder expresarla con claridad. El “mejor me callo” encierra un acto de autocensura que, lejos de evitar problemas, suele incubar otros. Lo que no se dice, dicen los especialistas, tiende a pudrirse adentro. El cuerpo, muchas veces, termina hablando a través del insomnio, la tensión muscular, los dolores de cabeza o la irritabilidad.

A esto se suma la mochila de experiencias pasadas. En entornos donde la sinceridad fue castigada con gritos, desprecio o indiferencia, la evitación se vuelve una estrategia de supervivencia emocional. No hablar se aprende. Si en la infancia se creció en casas donde las cosas se barrían debajo de la alfombra, la adultez muchas veces replica ese patrón. Hay también un factor cultural: en algunas sociedades —incluso en ciertos sectores de la Argentina— existe una fuerte presión por no “hacer lío”, por no incomodar al otro, por mantener las formas aun a costa del propio malestar.

El estilo de personalidad también juega un rol. Personas más ansiosas, complacientes o con alta necesidad de aprobación tienden a evitar los conflictos abiertos. Según investigaciones en psicología, quienes adoptan estrategias evitativas para resolver tensiones, pueden sentir un alivio inmediato, pero a largo plazo experimentan mayores niveles de estrés y frustración.

Paradójicamente, en muchos casos, se evita decir algo con la excusa de “cuidar al otro”, pero lo que se cuida, en realidad, es el propio miedo. El silencio no siempre es respeto: a veces es abandono. No decir las cosas es también una forma de decidir, de marcar límites o de renunciar al vínculo. Quien no habla, decide no intentar cambiar nada. En ese mutismo aparente hay decisiones que se toman sin palabras, con consecuencias concretas.

Ahora bien, esto no quiere decir que toda verdad deba ser dicha sin filtro, ni que haya que confrontar cada mínimo desacuerdo. El desafío, dicen los expertos, está en encontrar formas de comunicación asertivas, empáticas y honestas. Decir “me está costando hablar de esto” ya es una manera de empezar a hablar. Tomarse un tiempo, elegir el momento adecuado, usar frases que expresen cómo uno se siente sin atacar al otro, son pasos que ayudan a destrabar lo que a veces se anuda en el pecho.

 

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