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En esta novela, el lector tiene una participación vital: mientras avanza la obra, deja de ser un espectador
El autor Cristian Acevedo / Web
“Más atrás, a un lado de la barra, siguiendo el pasillo que da a los baños, habrá otro personaje. Ahí es donde usted se ubicará. Caminará hasta esa mesa y se ubicará en ese personaje. No a un costado, no frente a él. Sino en él”.
Con este párrafo -uno de los primeros de las casi 150 páginas-, comienza la novela de Cristian Acevedo “Matilde debe morir”. Es mucho más que una propuesta; una indicación, una exigencia, una obligación.
No se trata de una sugerencia literaria, ni de una amable invitación al suspenso. Es una orden. Una especie de conjuro narrativo que obliga a ceder la propia voz y ponerse en los ojos, en el cuerpo, en las manos de un personaje que aún no se conoce.
Leer, acá, es aceptar un pacto de implicación total. Abandonar el resguardo intelectual, la posición analítica, y entregarse a un texto que no busca ser entendido, sino experimentado.
Y sin embargo, también hay que pensar.
Porque esta novela pide todo. Pide la entrega, sí, pero también el análisis. Exige sensibilidad, pero también estrategia. La trama se despliega como una máquina perfectamente calibrada, donde cada movimiento tiene peso, y cada silencio, una función. Cada vez que Matilde se sienta a escribir, algo vibra. Algo que me involucra, me sacude, me observa.
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Como lector, paso a ser sospechoso. Me reconozco en los gestos mínimos. En las escenas que se repiten. En el murmullo de lo no dicho. En los cuentos que ella escribe, que leo como si fueran claves de algo que todavía no entiendo. Porque en este mundo narrativo, nada es gratuito: cada párrafo es un anzuelo, cada epígrafe, una advertencia. Todo lo que se cuenta puede estar escondiendo otra cosa.
Entonces me detengo. Me hago preguntas. Y el texto responde, pero no aclara: inquieta. El libro me habla en segunda persona, como si supiera algo que yo todavía no sé. Me nombra. Me sitúa. Me empuja. La voz narrativa no es una voz: es un mandato. Y ese mandato, esa certeza que avanza sin titubeos, instala una tensión constante entre lo que sucede y lo que va a suceder. Un presente que arrastra al futuro sin opción de escape.
“Matilde debe morir” es una novela que no se deja leer desde afuera.
Es una obra que desactiva las distancias. Que convierte la lectura en un ejercicio de sospecha, de identificación, de vértigo. Como en los buenos relatos, lo que se juega no es sólo una historia, sino la forma misma de contarla. Y en ese arte, Acevedo demuestra una lucidez incómoda, punzante, necesaria.
Cristian Acevedo nació en 1980 y tras escribir “Matilde debe morir”, construyó un universo que devino en una trilogía: “Matilde decide vivir” (2021) y “Matilde debe matar” (2025). Su narrativa inquisidora y su mirada sobre el lector, sus puntos claves.
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