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La Ciudad |Una historia bien platense

Vivir para contarlo: tiene 76 años, pedaleó de Mar del Plata a La Plata y va por más

“Piki” Camacho ya había cumplido con este desafío hace 20 años, pero ahora lo hizo con sus hijos. Tiempo atrás rodó hasta Ushuaia, entre otros destinos. Y sigue imaginando aventuras. “En la bicicleta me siento libre, me olvido de todo y hasta resuelvo problemas”, dice

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

11 de Mayo de 2025 | 04:07
Edición impresa

 

Carlos “Piki” Camacho tiene 76 años, fue empleado, remisero y está jubilado desde hace una década, pero lo que lo hace especial es que hace pocos días recorrió los 388 kilómetros que separan a Mar del Plata de La Plata, y no fue en auto, micro ni avión: lo hizo pedaleando durante 24 horas. Dos de sus seis hijos lo acompañaron por tramos en la ruta, otra integró el grupo de apoyo en un auto y camioneta y el resto de la familia, incluida su esposa, siguió la travesía desde la Ciudad, pendientes del grupo de WhatsApp al que los ruteros subían las novedades.

“Piki” arrancó a pedalear en 1990, con un viaje a Luján. Y no paró más. En 2004 fue en bicicleta a Mar del Plata, en 2012, con otros dos platenses, decidieron llegar hasta Ushuaia, se arriesgó con otros destinos (ver aparte) y esta vez quiso hacer el mismo camino que hace 21 años, sólo que al revés y con su familia.

“La bicicleta es bárbara”, dice, no sin reconocer que “te tiene que gustar demasiado, porque, si no, se sufre un poco”. De cualquier modo, a todos los avatares los compensan, cree Carlos, esa sensación de “andar libre, olvidarse de todo y hasta el resolver problemas que de otro modo no podrías”.

“Es que muchas veces estás en lugares de los que no podés salir si no pedaleás y en la vida es igual. Si no te preocupás por resolver los problemas, nadie lo va a hacer por vos”, reflexiona.

A LA RUTA

Aunque “Piki” y los suyos salieron a la Autovía 2 a las 10 de la mañana del sábado 26 de abril, la aventura comenzó mucho tiempo antes, con la planificación del viaje y los entrenamientos que encararon él y los dos hijos que se sumaron a pedalear: Ayelén (a quien todos llaman “Tati”) y Martín.

“Tati” se preparó con la rutina que le diseñó un entrenador, atendiendo especialmente su alimentación, mientras que Martín salía a rodar a su propio tiempo. “Piki”, por su lado, repitió lo que le funcionó en 2004, aunque “ahora tengo 20 años más”, acota: recorrer cada semana el kilometraje total del desafío. Martes y jueves salía de su casa a eso de las 5 de la mañana hasta “pasar Chascomús, para hacer 180 kilómetros por día”, explica.

Con una camioneta de apoyo, partieron el viernes 25 de abril, durmieron en Mar del Plata y, después de un buen desayuno, emprendieron la vuelta en bicicleta, con todo el equipamiento que habían preparado para no tener sobresaltos en el viaje (ver aparte).

“El clima estaba bárbaro porque la noche anterior había llovido mucho”, recuerda “Piki”, pero el viento del sudoeste causó una baja abrupta de la temperatura, que terminó por complicarles el reto.

“El termómetro de la camioneta marcaba 6 grados, aunque en la ruta hacía mucho menos –cuenta-; eso nos retrasó, sumado a que era una noche muy cerrada, sin luna y teníamos que parar para comer, porque no veíamos nada”. Es en circunstancias como éstas que hasta el más osado se pregunta “qué hago acá o quién me mandó”, admite “Piki”, consciente de que “pasando ese punto, se sigue, porque el cuerpo viene bien, aunque te sientas hecho bolsa. Lo que hay que recomponer es la cabeza”.

Ayuda mucho el ingerir alimentos y mantenerse hidratado cada 30 kilómetros, cuidando de hacerlo “antes de tener hambre o sed, porque entonces ya es tarde”, explica. Alternaban “sándwiches de jamón crudo y queso, con queso y dulce de membrillo, mix de frutos secos y caramelos de miel”. Escuchar música también fue una distracción importante, porque “te despeja para no pensar tanto en los kilómetros”, el cansancio o el frío, aclara “Piki”, aunque por momentos también disfrutaban de “escuchar el silencio”.

“Papi puso en su bici un aparato para sostener el teléfono” que reproducía la playlist descargada para la ocasión (con Zitarrosa, tango y Joaquín Sabina), cuenta “Tati”, pero como en su entrenamiento Carlos advirtió que el sonido se perdía, “inventó un ‘crotoamplificador’ con un pedazo de plástico” que garantizara la escucha. El término “croto” refiere a un chiste interno de los autoproclamados integrantes de la “banda del Piki”, que salían a pedalear con él con remeras que los identificaban como tales.

Así, existe el “crotochaleco”, hecho con papel de diario para cortar el frío, o la “crotovincha”, que no es otra cosa que la botamanga de un buzo (más efectivas y menos gruesas que las deportivas) para proteger los oídos del viento.

El desafío no estuvo exento de complicaciones. “Tati”, que estaba dispuesta a hacer el recorrido completo, se descompuso en Dolores y recién pudo retomar el viaje en Atalaya, mientras que Martín acompañó a su padre en otro tramo, de modo que no tuviera que pedalear solo en la ruta. Por otro lado, la camioneta que iba de apoyo se quedó sin batería, por lo que tuvieron que recibir asistencia de personal de Aubasa.

El único que completó el trayecto sin problemas fue justamente “Piki”, quien llegó el domingo cerca de las 13 al punto donde lo esperaba su familia. A pocos días de aquel momento ya se prepara para repetirlo, porque sus hijos también quieren cumplir con el desafío: “Es cuestión de que entrenen un poquito más”, acota, aunque no toda la familia está contenta con el proyecto.

CELESTES Y MARRONES

Los Camacho tienen algo de “clan” de los buenos, de esos que bancan a los suyos aunque no siempre estén de acuerdo con las decisiones que toman. Y parece que hay dos “bandos”, el de los celestes y el de los marrones.

“Tres de mis hijos salieron parecidos a mi señora, con los ojos marrones y tres a mí, con los ojos celestes”, explica Piki, que no puede evitar la risa cuando recuerda lo que escribió en el grupo su hijo radicado en España, después que todos estuvieron de regreso y a salvo: “Que se dejen de embromar los celestes, que nos ponen mal”. Es que según la dinámica familiar, “los celestes agarran la ruta” para el desvelo de los “marrones, más organizados, cautelosos y preparaditos”.

Tati no tiene dudas de que acompañar a su papá “fue bastante especial, mientras que Martín confirma que lo “haría mil veces más”.

Más allá de cualquier broma, “Piki” sabe que en este clan tan especial “todos apoyan, de una u otra manera”, como sabe que el pequeño koala de peluche que lleva colgado en la bici, a modo de amuleto, ya espera que lo eche a rodar en la próxima aventura.

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