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Información General |A pesar de los vínculos que facilita Internet, la soledad empieza a ser un problema central en materia de salud pública y funcionamiento social

Tan cerca, pero tan lejos: aislados en tiempos de hiperconectividad

Para los especialistas, no experimentar la compañía de otros seres humanos incrementa considerablemente la chance de padecer enfermedades. Y el uso de las redes puede provocar sensaciones de angustia y desamparo

Tan cerca, pero tan lejos: aislados en tiempos de hiperconectividad

NIÑOS Y ADOLESCENTES, INMERSOS EN EL MAGNETISMO DE LAS PANTALLAS, PUEDEN PADECER AISLAMIENTO Y angustia

4 de Junio de 2023 | 02:18
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A pesar de poder transitar infinitos puentes, muchas personas se recluyen en islas. Y en algunas de esas islas, la playa sólo muestra sus propias huellas. Se sienten solas, no importa desde cuántos barcos las saluden agitando las manos. Para otras personas, en cambio, ese apartamiento es indispensable para atreverse a socializar. No se bancan el contacto directo, y la mediación de las pantallas es un amortiguador tranquilizante.

Lo cierto es que en todo el mundo, a la pandemia de coronavirus, que sumió al mundo de las relaciones humanas en la virtualidad, le siguió una “epidemia de soledad”, que se venía insinuando desde antes del cimbronazo global sanitario y se profundizó después, haciendo sonar las alarmas entre los profesionales de la salud, que buscan resolver una aparente paradoja: ¿Por qué en un mundo hiperconectado, como nunca, la soledad avanza? Para muchos, se trata de uno de los principales desafíos que podrían enfrentar los sistemas de salud; aseguran que el aislamiento es un caldo de cultivo ideal para patologías del cuerpo y la mente como diabetes, obesidad, síndrome metabólico y depresión, entre otras.

Días atrás, el Cirujano General de los EEUU, Vivek Murthy, formuló un anuncio inédito e histórico: advirtió acerca de la “epidemia de soledad y aislamiento” que afecta a su país, y estableció el marco para lanzar una “Estrategia Nacional para Avanzar en la Conexión Social”. Murthy, cuyo cargo implica la jefatura operativa y ser el principal portavoz en asuntos de salud pública, en el gobierno federal de la superpotencia, advirtió que en los últimos años, “aproximadamente uno de cada dos adultos reportó haber experimentado soledad, aun antes de que la pandemia de COVID-19 nos aislara a muchos de nosotros de amigos, seres queridos y sistemas de apoyo”.

Un fenómeno que crece

En este sentido, el psiquiatra y neurólogo argentino Enrique De Rosa Alabaster expresó recientemente que “desde hace muchos años se viene insinuando este fenómeno que crece a medida que pasa el tiempo, pero aún más con los cambios sociales y tecnológicos; la comunicación virtual y la pandemia aceleraron algo que ahora abarca a todas las edades y grupos sociales pero golpea más fuerte, como siempre, a los más vulnerables. La soledad es un factor que no tiene la espectacularidad de otros, pero perjudica la salud”.

En este contexto, el papel de las redes sociales es motivo de profundos análisis, y las “comunidades” que crean, cuestionadas. Para el célebre sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), las redes ayudan a la gente a sentirse mejor “porque la soledad es la gran amenaza en tiempos de individualización”. Pero existe un problema, explicó: “es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales, las que se adquieren y desarrollan en la calle o el lugar de trabajo, encontrándose con gente con la que hay que tener una interacción razonable”.

“Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa” sentenció Bauman: “la gente termina por encerrarse en sus zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, y lo único que ven son los reflejos de su propia cara”.

La hiperconectividad, además, puede ser abrumadora y estresante, si cedemos a la tentación de querer estar permanentemente al día con las notificaciones y publicaciones de los demás. Esta presión, y la frustración que genera darse cuenta de que es imposible lograrlo, puede ser agotadora y hacernos sentir “offline”, desconectados... aislados.

Para el célebre filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han “en la actualidad, la comunidad está desapareciendo. La hipercomunicación que es consecuencia de la digitalización nos permite estar cada vez más interconectados, pero esa interconexión no trae consigo más vinculación ni más cercanía”.

El experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín agrega que “las redes acaban con la dimensión social al poner el ego en el centro. A pesar de la hipercomunicación digital, donde todos ponen en el centro la adoración del ‘yo’, la soledad y el aislamiento aumentan. Cada uno se celebra solo a sí mismo”.

En la investigación “¿Cómo conectamos? Mediación de las redes sociales en la experiencia de soledad de las personas jóvenes”, publicado por el Centro Reina Sofía de la Fundación FAD, que reúne a catedráticos de varias casas de estudios madrileñas, se señalan diferentes dimensiones en las que se está transformando la forma en que viven la soledad los jóvenes. Y se hace notar la paradoja de que “las relaciones entre jóvenes entrañan una incertidumbre constante: en una conectividad tan veloz es muy fácil quedar desconectados”.

Preocupación

En una primera dimensión, el informe señala que “dado que los medios digitales prometen una disponibilidad y una simultaneidad constantes en la interacción social, la soledad se expresa como una preocupación por estar fuera de los canales comunicativos, un miedo por no ser partícipes de ciertos eventos o ser olvidados por otros. No estar actualizado o estar sin cobertura”.

En un segundo plano, los jóvenes padecen la soledad como “la frustración sobre sus vínculos significativos. Las redes sociales suponen nuevas formas de mantener esos vínculos, y eso implica tensiones y desencantos. Tener pocos seguidores, no ser etiquetado en una publicación o ser ridiculizado por una foto son cosas que disparan sentimientos de soledad”.

Los investigadores citaron el caso de una joven de 16 años que expresaba el deseo de “conectar con otras personas sin tener que conectar”, un tipo de contacto que permiten las redes y no tiene que soportar el peso de los vínculos. Pero no podía negar el deseo de vincularse.

Volviendo a Vivek Murthy, destaca que “la soledad y el aislamiento están relacionados con problemas de sueño, inflamación y cambios inmunológicos en adultos jóvenes. En personas mayores, están vinculados a síntomas como dolor, insomnio, depresión, ansiedad y una vida laboral más breve. En personas de todas las edades, se asocian con un mayor riesgo de enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, diabetes, adicción, suicidio y demencia”.

Psiquiatra y docente en la Universidad de Mármara, Estambul, Kemal Sayar afirma que “las redes sociales exacerban la soledad de las personas”. El profesional turco considera que “cuando atravesamos por momentos difíciles, nos damos cuenta de que lo que hay allí no es una verdadera amistad”, y que “las redes promueven el narcisismo. Todos queremos ser admirados y aplaudidos, lo que nos atrapa en un círculo extraño. Pasamos más tiempo en las redes sociales, para obtener más ‘me gusta’; y cuanto más tiempo pasamos, más nos alejamos de las personas. Esto puede derivar en adicción y depresión; por eso recomendamos usarlas con prudencia. No debemos ser juguetes de nuestros dispositivos inteligentes”.

Un minucioso relevamiento, a cargo de la estadounidense Janet Morahan-Martin, profesora de psicología e investigadora de vasta trayectoria, junto a su colega matemática Phyllis Schumacher -ambas del Bryant College-, abre dos hipótesis que se bifurcan y en alguna medida, contraponen.

Por un lado, expresan que “la soledad es un subproducto del uso excesivo de Internet, porque los usuarios invierten en relaciones en línea en detrimento de aquellas de la vida real”.

En EE UU van a implementar una “estrategia nacional para avanzar en la conexión social”

Por otro, que las personas solitarias “son atraídas por algunas formas de actividades interactivas en línea debido a las posibilidades de conectividad, compañía y comunidades que ofrecen”, y eventualmente pueden beneficiarse de “controlar y modular la cantidad y el momento de sus interacciones” para entablar relaciones satisfactorias.

Con una impronta similar, el trabajo “Soledad y uso social de Internet: senderos para la reconexión en un mundo digital”, de Rebecca Nowland -psicóloga de la Universidad de Central Lancashire-, Elizabeth Necka -neurocientífica social, de Washington DC- y John Cacioppo -neurocientífico e investigador, recientemente fallecido-, describe que “cuando Internet se utiliza como una estación de tránsito en la ruta para mejorar las relaciones existentes y forjar nuevas conexiones sociales, es una herramienta útil para reducir la soledad. Pero cuando se utilizan las tecnologías sociales para escapar del mundo real y alejarse del ‘dolor social’ de la interacción, aumentan los sentimientos de soledad”.

Interacción

Los autores proponen que “la soledad es un determinante de cómo las personas interactúan con el mundo digital. Las personas solitarias expresan una preferencia por usar Internet para la interacción social, y son más propensas a hacerlo de una manera que desplace el tiempo que le dedican a actividades sociales fuera de línea”.

Esto, de acuerdo con esa línea de análisis, sugiere que “las personas solitarias pueden necesitar apoyo con su uso social de Internet, para que lo empleen de una manera que mejore las amistades existentes y les permita, en la medida de lo posible, forjar nuevas”.

“En las relaciones entre jóvenes, con una conectividad tan veloz, es fácil quedar desconectados”

Con su habitual agudeza, Zygmunt Bauman supo señalar que “Mark Zuckerberg ganó millones con su empresa fundada en nuestro miedo a la soledad”, al advertir la imparable irrupción de las redes sin que sus usuarios contaran con chances ni herramientas para adaptarse en lo cognitivo y emocional. La soledad seguía allí, pero enmascarada por una ficción, una fantasía de relaciones humanas reales líquida, sin espesor, inasible.

 

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