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En tiempos de poliamor, falta de compromiso o poca paciencia, el amor suele verse como algo difícil de abordar. Nadie lo niega, tampoco los especialistas ni nuestros testimonios. Pero lo que vale, si es que el cariño es genuino, es la satisfacción de compartir la vida
Mañana se celebra el Día de los Enamorados en varios países del mundo occidental. Se trata de una fecha que para una gran mayoría sólo es comercial y puede ignorarse sin problemas, aunque tampoco faltan quienes este San Valentín hayan organizado algo especial para compartir con la pareja. De más está decir que desde hace unos años, ni lerdos ni perezosos, se han impuesto, también el 14 de febrero, las fiestas “anti romanticismo” a las que asisten los solteros.
Y es que en tiempos donde el amor, ese tradicional que pasaba de generación en generación mediante los cuentos de hadas, príncipes y héroes, ya no es tal. O no es tan así. Ha cambiado, se ha transformado, mutó.
“Como toda pareja hemos discutido, pero como no hay rencor de ninguno, no pasa nada”
El “hasta que la muerte nos separe” quedó obsoleto. “En el pasado las parejas y matrimonios eran concebidos más como un contrato social que como un vínculo amoroso. Se establecía implícitamente que el `para toda la vida´ no implicaba necesariamente estar enamorado para siempre del otro. En la actualidad, ya no se impone la sociedad, la familia, la iglesia ni el Estado en la conformación de las relaciones amorosas, con lo cual, se puede decidir sobre sí mismo y crear cada quien su propio modelo de unión. Es entonces que, en la sociedad contemporánea, el motivo más legítimo para estar en pareja es el amor, las elecciones de pareja se realizan con mayores libertades y tiempos para experimentar. En algún sentido, se podría decir que éstas relaciones serían más genuinas en tanto privilegian el verdadero sentir por sobre el `deber´, siendo el amor la principal condición para contraer matrimonio”, explica la licenciada en psicología Adriana M. Sznycer.
Para esta especialista, “existen algunas circunstancias que nos atraviesan y provocan que en la actualidad resulte difícil mantener una relación de pareja tan duradera como antes. Por un lado, la esperanza de vida se ha triplicado en los últimos 250 años. Esto significa que la frase `hasta que la muerte nos separe´ tenía un significado diferente al que tiene hoy. En aquel entonces, la muerte solía poner fin a la convivencia de la pareja en un momento en el que hoy en día estaríamos transitando la mitad de nuestras vidas”.
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Y a eso hay que sumarle que “antiguamente, la lucha fuera del hogar era cuestión del marido en tanto el cuidado de la familia/los sentimientos, responsabilidad de la mujer. En la actualidad cada vez son más los hombres responsables de la educación de sus hijos y de las tareas de la casa, del mismo modo que, actualmente, la mayoría de las mujeres trabajan y ocupan un lugar en la sociedad”, destaca Sznycer.
Y si antes muchas mujeres dependían económicamente de su marido para vivir, eso ya casi no pasa. “Hoy éste factor ya no es motivo suficiente para la convivencia. Hay muchas más mujeres que están en condiciones de prescindir de la persona que aporta parte de la economía hogareña si la gravedad de la situación lo requiere”, finaliza la psicóloga y agrega que “no puede sorprendernos que la perdurabilidad de las parejas se vea mucho más amenazada que hace tan sólo unas décadas. Mantener una relación feliz en el tiempo no es sencillo, pero, en la mayoría de los casos, lo que hace que una pareja dure y funcione bien es la calidad interpersonal de la relación de pareja. Lo que determina que los dos permanezcan unidos es, de manera cada vez más clara, el hecho de que compartan valores e intereses, se sientan cuidados, apoyados, seguros, confíen en el otro, mantengan una buena comunicación, vivan en armonía y el sentimiento compartido”.
Esto es un poco lo que trasmiten las grandes historias de amor. Y no hablamos de las novelas románticas, sino esos matrimonios - aveces ni siquiera están casados- que sin darse cuenta ya llevan más de 30 años de vida compartida. Aquí trajimos a algunos de ellos que nos cuentan sus “secretos” para que el amor se sienta todos los días.
Hace casi 70 años se conocían en el barrio de La Loma Albi Meyer (83) y Adolfo Borgarelli (87), cuando ella iba a visitar a unas primas que vivían al lado de la verdulería donde él trabajaba. Claro que cuando las chicas salían a la puerta, el “Vasco” se tomaba una especie de recreo o simulaba acomodar los cajones de la vereda. Así, meta charla y chistes se fueron conociendo y poco importó que él fuera fanático de Gimnasia y ella hincha de Estudiantes. Eso sí, cuando la cosa se puso seria hubo que pedir permiso a Don Anselmo, el padre de la novia, para que los dejara comenzar la relación.
“Estuvimos 10 años de novios y después nos casamos en 1963. Van a hacer 59 años el 27 de abril”, dice el “Vasco” desde Mar del Plata, ciudad que adoptaron hace 43 años cuando el futuro económico estaba ahí para él y ella no dudó en pedirse el pase de DEBA a Santa Clara, la cede más cercana que encontró para seguir trabajando. Pero antes de casarse, esta pareja que unió al Pincha y al Lobo, pasó su primera prueba de fuego: Adolfo se fue a trabajar a una imprenta a la ciudad Feliz durante 5 años. “Hablábamos por teléfono, que había que organizar mucho la llamada, yo viajaba a La Plata o venía Albi con la madre”. Una vez que él regresó a nuestra ciudad, se casaron y nunca más se separaron.
“Como toda pareja hemos discutido, pero como no hay rencor por parte de ninguno, no pasa nada. A veces estamos 2 o 3 horas sin hablarnos y al rato, cuando ya empezamos a dirigirnos la palabra nos olvidamos porque nos habíamos peleado. Decimos que gracias a Dios que estamos bien de la cabeza, no tanto del físico porque nos duele un poco todo”, explica Adolfo que destaca la bondad de Albi, su “Gorda”, “porque yo soy más reacio que ella”.
Mirta y Palmiro fueron de novios a Bariloche, una ciudad que les encanta y visitan siempre que pueden
Albi se pone al teléfono y lo primer que dice es que sigue enamorada, ese es su secreto para compartir la vida con el “Vasco”, con quien casi ya no discuten -lo hacían antes, cuando él no estaba en todo el día y ella se quedaba mucho tiempo con los chicos- y al que le molesta que ella cante siempre el mismo repertorio. Se conocen en todo y jugar es otra clave. “Él está con la computadora y yo hago unos solitarios o leo, me encanta leer. Por ahí después jugamos al rummy y cada uno festeja cuando gana. Con un plato de fideos moñitos con aceite y queso lo pongo contento, somos simples. Ahora disfrutamos de la familia, tenemos tres hijos y cuatro nietos. Yo quiero un bisnieto pero por ahora no me dan bola”.
Marisa Rodríguez (55) y Marcelo Desalvo (56) son de General Belgrano, tenían 14 y 15 años cuando se vieron por primera vez en el colegio secundario. Ahora llevan 40 primaveras juntos y 33 son de casados. Se vinieron a estudiar a La Plata y aunque siempre visitan su ciudad natal, se instalaron acá, donde formaron su familia.
Esta pareja es muy pareja. Ellos dicen que por suerte tienen “casi los mismos gustos, disfrutamos de las mismas cosas: series, salidas, vacaciones, viajes, que es lo que más nos gusta hacer. Y sobre todo, estamos siempre para acompañarnos en las buenas y en las malas también”. Claro que lo que más destaca Marisa es Paula, su hija “como fruto de esta relación, orgullosos ambos de ella”.
“Si no hay amor verdadero me parece que una relación tan larga no se sostiene”
Quizá por esas tantas similitudes es que Marcela no sabe si hay una sola clave para que el amor dure tanto tiempo. “En principio, si no hay amor verdadero me parece que una relación tan larga no se sostiene. Luego, por supuesto está la empatía, la comprensión y tener en claro qué queremos para nuestro futuro día a día, lo vamos construyendo”, dice y cuenta lo mejor de su marido: “De Marcelo destaco su predisposición. Él siempre está apoyándome en todo y acompañándome, es un sostén importantísimo. Lo que menos me gusta es que es un poco impuntual. Llegamos al límite a casi todos lados y aveces tarde”.
Marcelo retruca y aunque destaca de su mujer que admira cómo protege “a su círculo íntimo familiar y que siempre se brinda con todo el amor y el cariño posible, pero ha perdido un poco la paciencia”.
Como en cualquier vínculo hay mejores y peores momentos, y este matrimonio no es la excepción: “tuvimos crisis como pareja, no fue grave ni duradera y la superamos porque siempre pesó más el amor que nos tenemos”, cuenta ella, que pareciera ser la más determinada de los dos y lo ejemplifica con una anécdota.
“El `hasta que la muerte nos separe´ tenía un significado diferente al que tiene hoy”
“Durante la pandemia yo me propuse ir tachando cosas que quería hacer antes de irme de este plano, y una de ellas fue tener un cachorro. Pero Marcelo no quería porque viajamos mucho y no teníamos con quien dejarlo cuando trabajamos. Sin embargo yo estaba decidida, acompañada por mi hija, que aunque no vive con nosotros me apoyaba en la idea. Asi que cuando él vio que yo compraba la mantita y el comedero se dio cuenta que mi deseo se estaba por convertir en realidad. Un día llegó Felipe -el perro- y la primera noche fue él quien se levantó a ver porqué el lloraba, yo ni me moví de la cama. Hoy es él quien lo malcría absolutamente y según dice, lo ama y se pregunta cómo no lo tuvimos antes”.
El matrimonio de Mirta Dagorret (65) y Palmiro Morino (66) lleva 44 años más otros 8 de novios. La historia cuenta que se conocían del barrio, cerca de plaza Moreno, donde cada unos se juntaba con su grupo de amigos. Fue durante un carnaval que se dio el primer flechazo, aunque no de amor: “todos jugábamos con el agua, pero ellos te tiraban unas bombitas que te mataban. Y una vez, desde la vereda de enfrente un gordito me dio un bombazo que casi me deja sin aire y yo me quejaba preguntando quién había sido. Resulta que el lanzador había sido él, así que lo re contra odié pero después me enamoré”, recuerda Mirta a carcajadas y agrega “lo más gracioso es que Palmiro estaba de novio con una amiga mía y yo era la novia del hermano de esa amiga, pero bueno, eran cosas de los amores barriales”, recuerda Mirta a carcajadas.
Así son ellos, divertidos y compinches. Pero se ponen serios a la hora de hablar del amor. “Lo primero y principal, que por ahí sería bueno para muchas parejas, es respetar la libertad de cada uno, los deseos de cada uno, ser respetuosos y además decirnos gracias. Nosotros nos agradecemos determinadas cosas porque nos complementamos. Empezar el día bien, con alegría y ser agradecidos hace que tengamos una convivencia muy llevadera”, subraya ella y su esposo suma lo suyo: “algo que prácticamente nunca hemos hecho es, por ejemplo, pedirnos perdón por algo. Como la frase de la película Love Story que decía `amar es nunca tener que pedir perdón´, y probablemente ese sea uno de los secretos. Solucionamos las cosas charlando. Ella es paciente y tiene buen humor. Destaco su comprensión, porque hay que entenderme a mi. Es buena madre y excelente cocinera. Tenemos dos hijos hermosos y un nieto, Pedro de 8 años”.
“Creo es que esa es la clave para que el amor dure tanto, porque algunos dicen que el enamoramiento se va y al enamoramiento hay que alimentarlo siempre. Nosotros almorzamos y cenamos siempre juntos con una linda mesa puesta, nos gusta salir a tomar un café, darnos caricias, abrazos, hacer el amor, todo eso hace que estemos siempre enamorados. Somos de las parejas que charlan”, cuenta Mirta. Palmiro agrega que han discutido “miles de veces” y ella lo interrumpe. Él se ríe, dice que hay que decir la verdad, y ella también se ríe pero aclara que siempre se trata de desacuerdos para “llegar en algo que es tirar para el mismo lado”. “Son muchos años, hemos vivido muchas cosas, acá y en España, donde estuvimos viviendo casi 7 años. Pero crisis no hemos tenido nunca”, señala Palmiro.
“`Amar es nunca tener que pedir perdón´, y seguro ese sea uno de los secretos”
Lo que sí tienen son miles de historias, como la del primer viaje de novios que hicieron cuando tenían 17 y 18 años. Resulta que los abuelos de Mirta viajaban con un grupo de jubilados a Bariloche y los noviecitos fueron con ellos también. “Nosotros nos imaginamos que iban a ser unos días súper románticos, de ensueño. Pero para empezar, no dormíamos en la misma habitación, yo dormía con mi abuela y él con mi abuelo. Y además nos pasamos todo el tiempo cuidando a personas mayores. Tanto fue así que Palmiro hizo de bastón humano de una señora que se había torcido el tobillo para que pudiese bajar un cerro. Luego volvimos muchas veces más, por suerte, yo amo esa ciudad y por eso queríamos mostrar fotos de ese viaje y de otro que hicimos años después”, cierra Mirta.
Marisa y Marcelo se conocieron en el secundario y nunca más se separaron
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