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Paula Díaz de Arcaya
Socióloga y Puericultora de la ACADP.
@paulapuericultora
La maternidad, allí donde es deseada, tiene algo más que el vínculo entre dos partes que se dispensan amor, atención y miradas. El maternaje propiamente dicho está conformado, además de las muestras de afecto, el cariño, el contacto, los límites y los encuadres que proponemos los/las adultos/as, por toda aquella labor que no se ve pero se siente. Cuidar y cuidarnos (autocuidado), cocinar, lavar, hacer la tarea, organizar cumpleaños, coordinar las salidas de nuestros hijas e hijos, pensar en qué comer, comprar la comida, hacer la comida, etc. forma parte de la economía del cuidado de una familia con gran impacto social y económico.
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Todas estas acciones que conforman una estructura laboral de responsabilidad y sostenimiento diario, no sólo no son remuneradas, sino que además se suman condiciones de consideración social que las hacen casi una trampa: son un trabajo al cual no se puede renunciar, sobre el cual no se puede argumentar cansancio, y del que “no se puede” renegar. Y como si esto fuera poco, las condiciones materiales de su ejercicio son -en el mejor de los casos- bajo pactos negociados con otro/a (una pareja); pero no hay reglas, leyes, sindicatos que puedan arbitrar y enmarcar esa relación que ni siquiera es nombrada como tal.
Para tratar de entender siquiera si es posible conciliar el trabajo no remunerado de la persona (que mayoritariamente en nuestro país está desempeñado por mujeres) en relación con la crianza de sus hijos/as, las tareas de cuidados que despliega, la provisión de los bienes que se consumen el domicilio, los traslados que realiza, etc., es necesario asignarle el valor que estas funciones tienen para el sostenimiento de una sociedad. En general, esto es más fácil de visualizar cuando quienes trabajan fuera de su casa (y lo hacen por varias horas) deben delegar en una o en varias personas todas estas tareas diarias.
Esto pone en evidencia algunas cuestiones:
1.La mujer que se queda en su casa no sólo trabaja, sino que lo hace a destajo, tiene una sobrecarga psíquica y una sucesión de problemas coyunturales diarios que la implican física y psíquicamente, sin percibir remuneración alguna.
2. Las mujeres que se ocupan a diario de lavar, planchar, acompañar, cocinar, llevar y traer, acarrear, etc., hacen una tarea inmensa, inigualable, agotadora, mal remunerada y también deben dejar a sus hijos/as al cuidado de otras mujeres.
3. Otras integrantes de la familia -también mujeres-, realizan estas tareas sin paga alguna.
Ahora nos podemos preguntar ¿qué parte de ese trabajo nos da placer? ¿Cuánto de eso que hacemos, no sólo que no lo hacemos por nuestros hijos/as, sino que si pudiéramos, dejaríamos de hacerlo? ¿Cuántas familias pueden disponer de dinero para pagar por esas tareas de cuidado, y cuántos niños y niñas se ven en situación de quedarse con hermanos/as mayores y, en el mejor de los casos, al cuidado de otro integrante de la familia?
¿De qué hablamos cuando nos referimos a conciliar el trabajo no remunerado con el que sí lo es? ¿De poder sostenerlo a costa de un cansancio agotador? ¿De perder la paciencia al primer “mamá”? ¿De trabajar doble los fines de semana para la reproducción de la existencia y resolver cuestiones del trabajo remunerado externo que quedaron sin hacer?
¿Qué pasa con aquellas mujeres que retomaron sus trabajos remunerados, pero lo hacen desde sus casas? ¿A alguien se le ocurre dimensionar lo que implica estar en una reunión y que tu hijo o hija grite detrás de la puerta? ¿Qué pasa con la salud mental de las mujeres que criamos?
Nos urge transformar las condiciones en las que criamos, porque el criar es un trabajo de fuerte incidencia en el PBI de un país, porque se conforma de hora-mujer a gran escala y porque además esa misma persona debe sostener el hogar con su aporte en un trabajo externo remunerado, o bien relegando sus deseos de hacerlo.
Nos urge pensar estrategias reales para que el trabajo remunerado permita un espacio de realización por fuera de la esfera de lo privado y que al mismo tiempo el cuidado de nuestros hijos e hijas recupere todo lo placentero que se puede alojar en un espacio cuando somos disfrutadoras y no las sostenedoras de una estructura que nos aplasta, nos debilita y nos extenúa.
Cuando nos preguntamos si se pueden conciliar estas dos dimensiones. Todas repetimos en automático que sí. Sin embargo, creo que el desafío es pensar realmente en conciliación y no en la realización en automático porque “es lo que hay que hacer”.
Luego, esta atomización de tareas podríamos pensarla a la luz de la precarización del trabajo de las mujeres, la asignación de puestos de baja jerarquía, y en consecuencia la brecha salarial en la que ésta se cristaliza. ¿Esto quiere decir que no hay mujeres exitosas en sus trabajos remunerados? Por supuesto que las hay. Y, seguramente, también hay elecciones detrás de cada historia personal que no están sujetas a análisis. El punto sería pensar no las elecciones personales, sino las ‘no elecciones’ de aquellas mujeres que se ven en la necesidad de sostenerlo todo a costa de su salud física y psíquica de gran impacto en la salud de la familia, ante la falta de condiciones estructurales que posibiliten otras elecciones.
El rol del Estado, el desarrollo de políticas públicas que contemplen la compensación de las arbitrariedades de un sistema económico y social tecnológico e individualista, quizás pueda devolver una mirada sobre la importancia que tiene la crianza y el sostenimiento de la misma para la sociedad en su conjunto. Esto equivale a pensar, entre otras cosas, en licencias por maternidad y paternidad que reflejen el costo real de cuidar niños y niñas, no sólo en términos monetarios sino en términos de tiempo y recursos humanos. Equivale a pensar la alimentación y su dimensión epidemiológica y de salud pública, pero por sobre todas las cosas, equivale a pensar en qué importancia tiene la crianza de los niños y las niñas y la salud integral de los y las adultas que la sostenemos.
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