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Los cuidacoches volvieron a tener plena vigencia en la Ciudad y, por consiguiente, estacionar se convirtió en una suerte de riesgosa ruleta rusa para los automovilistas, por los trastornos y derivaciones negativas que estas presencias suelen generar. Tal como se dijo en el informe publicado en este diario, los también llamados trapitos ganaron terreno en el Centro y avanzan con más vehemencia que nunca sobre los conductores. Los pedidos de ayuda ya se asemejan a una orden antes que a un pedido de “colaboración”. Por cuadras, en algunos casos, ya hay entre 2 ó 3 trapitos. Según cuentan vecinos de la Ciudad, “el centro platense está cada vez más denso”.
Las estimaciones realizadas en estas jornadas fijan en más de 300 el número de cuidacoches que ocupan distintos sectores céntricos, la mayoría de estos correspondientes a zonas abarcadas por el estacionamiento medido que dispone la Municipalidad. En la práctica, esto significa que los automovilistas platenses que buscan estacionar se ven sometidos a una suerte de doble imposición: la tarifa municipal y el monto que ellos piden para “cuidar” el vehículo.
Ya se sumaron denuncias, relacionadas a los “aprietes” que sufren quienes buscan espacio para estacionar. Se sabe, también, que además de ofrecer la custodia del coche, los trapitos le suman el pedido de lavar el vehículo. Si la respuesta es “no, gracias”, los conductores suelen toparse con una mala sorpresa a la vuelta: rayones, suciedad, algún bollo producto de un puntazo, suelen ser la represalia que reciben.
Cercanías de plaza Paso, de Tribunales, la zona delimitada por las calles 4 hasta la 6, desde 45 a la 48, inmediaciones del Colegio Nacional, el sector que linda con la gran playa de estacionamiento de 3 y 48, son tan sólo algunos de los barrios tomados por estos espontáneos que saltan al ruedo de la Ciudad y que contribuyen al caos generalizado del tránsito. Ello, claro, a pesar de que están prohibidos desde hace años por una ordenanza que, por lo visto, se ha convertido en letra muerta.
A los trapitos se sumaron, también en forma masiva, limpiavidrios y artistas de variedades que en los semáforos prolongados avanzan sobre los automovilistas ofreciéndoles limpiar los vidrios o desempeñando diversas acrobacias, en lo que convierte a esas esquinas en una suerte de laberinto caótico. También aquí la no entrega de alguna ayuda por parte de los automovilistas suele derivar en episodios violentos.
A grandes rasgos debe decirse que -al margen de que no pocas personas acuden a estas tareas informales por no contar con un trabajo fijo, como una manera de obtener ingresos y superar así sus penurias económicas- no existe justificación alguna para que los trapitos y limpiavidrios apelen a comportamientos violentos y extorsivos. Tampoco debieran contar con luz verde para improvisar “reservas” de espacio, con baldes, conos o caballetes.
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Asimismo, corresponde sopesar que existen verdaderas organizaciones mafiosas -como ocurre con las que actuaban en épocas de prepandemia en torno a algunos estadios, en donde los barrabravas “administraban” los espacios de estacionamiento- ocupadas de ejercer en forma sistemática este tipo de presiones para así aumentar sus ganancias.
El problema, que es complejo, se nutre de la angustiante situación socio-económica en la que se encuentran muchas personas, pero eso merece otras respuestas por parte del Estado. Las autoridades no pueden dejar hacer y permitir la consolidación de actitudes intimidatorias, claramente delictivas en algunos casos, que degradan la calidad de vida de todos los ciudadanos.
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