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“The Midnight Gospel”: el sinsentido como epifanía

Desatada, abrumadora, la serie animada que Netflix estrenó se resiste a las reducciones: verla es una experiencia difícil de explicar

“The Midnight Gospel”: el sinsentido como epifanía

Serie animada para adultos, “The Midnight Gospel” llegó a Netflix y confundió al público / web

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

24 de Abril de 2020 | 02:12
Edición impresa

¿Quién dio luz verde a “The Midnight Gospel”? (¿Y estaba sobrio?) La serie animada (pero, especifican, para adultos) que apareció en Netflix es uno de los grandes “qué caraj…” de la temporada televisiva: es tan difícil resumir la trama y la experiencia como explicar cómo es que alguien accedió a producirla. 

De hecho aquí, a esta altura de este texto, debería ir una breve sinopsis, pero no sé “qué es” “The Midnight Gospel”: ¿es un conjunto de aventuras desquiciadas de visuales atractivas? ¿Es una disquisición sobre el espíritu? ¿Es una buena serie, de buen corazón y concepto elevado? ¿Hay que recomendarla? ¿O es una pavada cargada de filosofadas new age y animaciones desmadejadas, desatadas y lisérgicas para hipsters? 

Lo que parece, en principio, es una serie diseñada justamente para hacer estallar todo los intentos de definirla, de encasillarla, de ponerle puntaje y determinar su valor, una operación que se ha vuelto la norma en la era de Twitter y Letterbox: apenas sale de la cocina, cada producto es desnudado y medido por decenas de críticos virtuales, que debaten hasta que, finalmente, la esfera virtual llega a un veredicto. Si le bajan el pulgar, la serie es inmediatamente lanzada al olvido; si el pulgar es para arriba, la serie sobrevive algunas semanas, hasta ser reemplazada por el próximo tema de conversación. Vivimos en tiempo de “obras maestras” decretadas semanalmente y descartadas más rápido. Tiempos de perpetuo presente.

Pero “The Midnight Gospel” no permite que el espectador forme un veredicto: es una experiencia de la cual uno sale extático a veces, confundido a menudo, a veces incluso hasta algo aburrido, abrumado, cansado de intentar dotar de sentido lo que parece no tenerlo.

Ensayemos una sinopsis que no hará justicia a la experiencia. “The Midnight Gospel” es el conjunto de aventuras que sostiene un “slacker”, un vagoneta, Clancy, en mundos simulados, un conjunto de travesías por universos apocalípticos donde lo bizarro se disuelve en lo más bizarro. Nuestro héroe atraviesa esos universos caleidoscópicos, repletos de ideas brillantes y alocadas que ocurren incluso bien al fondo de la acción, como chistes desechados, mientras sostiene conversaciones sobre la muerte, el vacío existencial, las conexiones, la meditación y la iluminación con expertos en el tema: por ejemplo, combate un apocalipsis zombie mientras habla de drogas y adicciones, o desciende al infierno mientras charla con la Parca de la industria de la muerte. Durante todo este tiempo, o al menos hasta que el dispositivo narrativo se repite y se aclara, el espectador se pregunta qué es exactamente lo que está mirando.

También hay un perro con un agujero negro en la panza, un unicornio que vomita helado y otras criaturas ingeniosas, pero esas son superficies, conceptos que muchos reconocerán porque aparecen en cualquier fanzine adolescente: lo que define a “The Midnight Gospel” no es ser alocada, sino su aparente aleatoriedad, su libertad para abrazar ese absurdo y llevarlo siempre más allá del sentido. Es puro juego.

Es tan difícil resumir la trama como explicar cómo es que alguien accedió a producirla

Pero el espectador intenta adivinar lógica, alguna conexión entre los diálogos metafísicos y las extrañas aventuras que se ven en pantalla, las dos aristas del show. A veces parece aparecer, asomar desde el aparente sinsentido como una epifanía oriental, pero a menudo ese momento se disuelve rápido, la mano del autor jugando a un Dios que deja crípticas pistas de una verdad importante pero siempre elusiva, quizás inexistente. Protagonista y espectador atraviesan el mundo de la serie de forma similar: Clancy parece a la vez estar perdido y tener la llave para algún hallazgo espiritual, buscar algo desesperadamente y escapar de algo al mismo tiempo; el espectador también bucea en busca de sentido por esos extraños mundos, navegando este “Waking Life” sin bajada de línea, sin una brújula que aporte migajas de sentido. Algo tan libre, tan desatado de lecturas lineales, no es habitual en esta tevé sentenciosa (y más aún en el supermercado de Netflix, cada día más orientado a la comida rápida). 

Tiene lógica: los creadores se están divirtiendo con la noción misma de sentido, porque ¿para que hacer una animación tan claramente lisérgica si no para sugerir la existencia (y quizás, la superioridad) de otro orden menos racional, menos matemático, de conocer nuestro entorno, de experimentar la vida? 

Esta falta de orden “racional”, claro, llevará al cerebro a abrumarse: a veces se quedará mirando las bonitas imágenes de apocalipsis de universos simulados; en otros momentos, no seguirá la acción, particularmente atrapado por alguna frase del diálogo espiritual; a menudo, simplemente, se apagará.

Por eso, al terminar, muchos van a querer poner claridad al asunto: el caos, ese desorden, esa imposibilidad de catalogar, etiquetar, comprender (y así poder seguir adelante, sin que algo pique en el fondo de la mente), no sienta bien con el cerebro racional y neurótico del siglo XXI. Entonces, googlearán, para entender algo de lo que acaban de ver, y el dios Google dará sus respuestas: enseguida, algo de la diversión se pierde. 

Aprenderán que la serie es el intento de Pendleton Ward, creador de la inventiva “Hora de Aventura”, de llevar al medio animado un podcast, el que Duncan Trussell sostiene desde los albores de la era del podcast, y que de esta unión nacen las dos aristas del show. Trussell mantiene en su programa conversaciones de dos horas con expertos en cuestiones como la meditación, la empatía, la energía, la vida y la muerte. Y es comediante, por lo que conversa en su podcast con sus entrevistados como si se tratara de una charla de bar, haciendo chistes y realizando comentarios totalmente auténticos, sin vergüenza, abriéndose y mostrando una dulzura e inocencia que, claro, definen la serie animada. Que es, después de todo, una serie de conversaciones del entrevistador con referentes de cuestiones espirituales y filosóficas animadas por la mente alucinada de Ward, charlas tan relajadas que a menudo los entrevistados llaman “Duncan” al protagonista, Clancy, que, como Duncan, viaja a mundos simulados para entrevistar a distintas personalidades, distintas formas de ver. Las risas del furcio de llamar al personaje por su creador salen grabadas en la serie: son parte del efecto trascendentalmente cómico que revela el corazón detrás del artificio animado, que muestra que lo natural, lo improvisado, es importante, auténtico, relajado de las imposturas, de las farsas sociales que tanta angustia y neurosis nos traen; o quizás, lo que señala es que nada importa demasiado; o quizás estoy queriendo dotar de sentido el sinsentido, el absurdo. Quizás la epifanía sea que no hay un sentido trascendente, que resuelva todo; que es hora de relajar esa perpetua búsqueda de orden.

Ahora, tras estas revelaciones, el caos de “The Midnight Gospel” va cobrando cierta lógica para nuestro hiperactivo cerebro (si sus cerebros son particularmente inquietos, quizás hasta intenten escribir un texto para racionalizar un poco más la cosa). Y se ordena todavía un poco más cuando leemos que “gospel” (“evangelio”) significa “buenas noticias”: “El Evangelio de la Medianoche” asume así una caterva de significaciones posibles, más aún cuando leemos a Trussell indicar que “el mensaje que queríamos transmitir es que incluso en las situaciones más catastróficas, cuando todo se derrumba”, en la mitad de la noche, o cuando los zombies atacan (o, por qué no, durante una pandemia), “hay una chance de crecer como personas. Podés enfrentar cualquier fin del mundo que atravieses con un corazón abierto: hay un pequeñísimo rayo de luz brillando a través de la oscuridad de vivir en un apocalipsis”. Si a alguien esto le parece el grandes éxitos de algún falso gurú espiritual, frases bonitas para compartir en Facebook mientras la ansiedad estalla, todavía no ha visto el sentido, poderoso y luminoso último episodio de “The Midnight Gospel”, que se cuenta entre la media hora más intensa de televisión del 2020. 

Sospecho, sin embargo, que tras esa sentenciosa frase, digna de la cultura tuitera de la que me mofé en el primer párrafo, el espectador ingresará al episodio armado, en guardia, preparado, y será más difícil para la serie conseguir desarticular los preconceptos y deconstruir la racionalidad occidental, apabullar y abrir corazones: y ser apabullado por el caos y abrir el corazón a nuevas formas posibles de pensar el mundo es la forma correcta de experimentar este evangelio animado del fin de los tiempos. Es decir, lo mejor habría sido ver la serie sin haber leído esta nota.

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