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En las cifras generales y en la mayoría de las áreas, salvo las ciencias duras, superan en número a los hombres. Sin embargo, la cantidad decrece a medida que se avanza en el escalafón hacia espacios de decisión
daniela senra, nara guisoni, marisa bab y paula bergero: “hay desigualdades que persisten”/demian alday
Cuando Marisa Bab, hoy doctora en Física e investigadora independiente del Conicet La Plata, comenzó a soñar con una carrera científica, encontró muy cerca suyo un primer obstáculo difícil de sortear: en su casa veían con malos ojos que una mujer quisiera dedicarse a la ciencia. El lugar de la mujer, decían, era la casa, el cuidado del hogar. Obstinada, Marisa se las arregló para llevar sus sueños adelante por su cuenta a lo largo de muchos años en los que debió alternar el estudio con trabajos que le permitieran ganarse la vida mientras estudiaba. Pronto descubriría, con todo, que trabajar de cajera en Pumper Nic (una antigua casa de comidas rápidas) mientras aprobaba materias y cursadas era apenas uno de los obstáculos que la esperaban para concretar su sueño. A él se sumaban los chistes sexistas de las cursadas, los prejuicios de sus compañeros varones, las dificultades para hacerse oir en las reuniones de trabajo una vez que, ya recibida, pudo abocarse a la investigación.
La historia de Marisa tiene elementos que se repiten en la de muchas otra mujeres científicas platenses que debieron enfrentar mandatos históricos y prejuicios muy arraigados para hacerse un lugar en el ámbito de la investigación.
Pero las cosas están cambiando. Y muy rápidamente. En la última década, y sobre todo en los últimos cinco años, no sólo la cantidad de mujeres investigadoras creció hasta superar a la de hombres en algunas áreas, sino que se abrieron espacios de contención para las mujeres científicas, que también lograron el reconocimiento de nuevos derechos relacionados con el género.
Con todo, hay quienes ven en el crecimiento del número de mujeres en la ciencia un “indicador engañoso”. Y lo entienden así, porque sigue habiendo una larga lista de obstáculos que todavía tienen que sortear las mujeres en el ámbito científico y que limitan el desarrollo de sus carreras.
Los dos principales de esos obstáculos tienen que ver con el ascenso a espacios de decisión. Uno de ellos es el conocido como “techo de cristal”, esa limitación invisible que limita a las mujeres a la hora de llegar a los puestos más altos de las organizaciones y, por ende, a los mejores sueldos.
Pero también se habla del “efecto tijera”, por el cual la mayoría del personal femenino se encuentra entre las becarias y las categorías iniciales de la carrera científica y va descendiendo de manera sostenida a medida que se asciende hacia otros escalafones.
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Si bien se trata de un problema que se da a nivel interncional (ver aparte) también se puede verificar en La Plata.
Así, los datos oficiales del Conicet La Plata (corresponden a diciembre de 2018, pero marcan una tendencia que persiste) muestran como el número de becarias supera al de becarios (683 contra 478. Los varones sólo superan a las mujeres en el Gran Area de Ciencias Exactas y Naturales y apenas por dos decenas.
Las cosas cambian cuando se observan los datos referidos a los investigadores de carrera, las mujeres son 587 y los varones 543. Pero cuando se observan las categorías máximas, vale decir, principal y superior, las mujeres son 57 y 4 respectivamente y los hombres 84 y 13. En cuanto a los cargos directivos, de las 29 unidades ejecutoras de la órbita local siete están dirigas por mujeres que en ocho ocupan la vicedirección.
Y si estas dificultades para el acceso a los espacios de decisión persisten en el ámbito de la investigación académica, se profundizan cuando se trata de organismos estatales o empresas privadas, según indica a este diario Pilar Peral García, directora del Conicet la Plata (ver aparte).
Pero el problema del acceso a los puestos de decisión y a los mejores sueldos no es el único que enfrentan las mujeres científicas, según surge de una charla mantenida por este diario con un grupo de investigadoras platenses integrado por la Mariana Bab, Nara Guisoni, Daniela Senra y Paula Berguero. Todas son físicas e investigadoras en una de las áreas donde las mujeres siguen siendo minoría.
Los límites, cuentan, pasan también por el acceso a congresos, conferencias y otros espacios de visibilidad y a las distinciones y premios, reservados en la mayoría de los casos a los hombres.
Nara Guisoni destaca por caso, que de los 32 premios entregados por la Academia Nacional de Ciencias Exactas entre 1992 y 2017, sólo uno reconoció a una mujer del área.
A todos estos obstáculos que se les presenta a las mujeres científicas se suman aquellos que de a poco van desapareciendo, pero que todavía se pueden encontrar en el día a día: desde los chistes sexistas hasta la dificultad de dotar a la palabra femenina del mismo peso que la masculina en una reunión de trabajo.
“Aunque cada vez menos, todavía hay científicos varones que parecen sentirse más cómodos cuando quien da una directiva es un varón”, indica, por ejemplo, Pilar Peral García.
Cuando Marisa Bab empezó su carrera como investigadora recuerda que no existían derechos tales como la licencia por maternidad o por embarazo. Daniela Senra. que es becaria doctoral, dice que las cosas cambiaron mucho para las científicas de su generación. Y no sólo en los derechos. También en la desnaturalización de algunas conductas que representaban (y todavía siguen representando) un obstáculo para la mujer en la ciencia.
“Hoy un chiste sexista no tiene eco; si surge se cuestiona, incluso está mal visto entre los compañeros varones. Pero igual persiste un prejuicio según el cual la mujer tiene que demostrar que es inteligente, cosa que al varón no se le exige”, dice Daniela.
Paula Bergero destaca, por su parte, que las cosas cambiaron positivamente en dos aspectos: actualmente hay estadísticas que reflejan puntualmente la situación de la mujer y más información disponible. También en cada espacio de trabajo se han creado comisiones de género que no sólo dan cauce a denuncias, sino que también funcionan como espacios de contención.
Son jalones, no obstante, de un camino todavía largo que lleva a la igualdad, pero en el que aparece la necesidad de cambiar algunas cuestiones de fondo.
“Por ejemplo, la imagen del científico”, dice Paula Bergero: “cuando hablamos de ciencia aparece el estereotipo del hombre de anteojos y con el pelo desordenado. La referente científica femenina sigue siendo madame Curie que queda lejos en el tiempo, cuando tenemos un montón de científicas argentinas y platenses que podrían ser modelo para las más jóvenes”.
Para las científicas también es más difícil acceder a espacios de visibilidad y premios
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