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“Nadie dice que sea fácil, pero es posible”, coinciden tres matrimonios de nuestra ciudad que apostaron a reconstruir el hogar sobre sus antiguos cimientos
Mariana y Carlos volvieron a estar juntos luego de 11 años de separación. En la foto, con su hijo Tobías, de 20 años / EL DIA
CECILIA FAMÁcfama@eldia.com
Cada pareja es un mundo: un mundo de armonía y también de tempestades. Un universo de encuentros y desencuentros. Hay quienes deciden navegar las aguas calmas y las tormentosas juntos, a la par. Y hay quienes en determinado momento sienten que el mar no da tregua, y no encuentran otra salida que tomar el timón del propio barco y buscar horizontes despejados. Las separaciones y divorcios, se sabe, son cada vez más frecuentes. Pero también son frecuentes los casos en que los protagonistas, luego del distanciamiento, se dan una segunda oportunidad. Historias de amor que no sólo se ven en las películas, sino también en la casa del vecino.
El film “El amor menos pensado”, con Mercedes Morán y Ricardo Darín, puso en el centro de la escena un fenómeno que excede el terreno cinematográfico y se mete en las casas. El atractivo guión de la película encuentra a Ana y Marcos, con un cuarto de siglo de casados sobre las espaldas, atravesando una crisis existencial que los lleva a separarse; y si bien la vida de “solteros” les parece fascinante y excitante al principio, pronto se torna monótona para ella y directamente una pesadilla para él.
La historia de Paula (48) y Juan (47) tiene algunos de estos condimentos. Tras dos años juntos y con un hijo en común, decidieron separarse y seguir cada uno con su vida. Realmente se desconectaron: la relación pasó a ser de esporádicos encuentros, al llevar y traer a Pedro (21) de una casa a la otra. Pero luego de dos años, tuvieron el deseo de llevar a su hijo de vacaciones, a conocer el mar. Viajaron los tres, y de esas vacaciones nació el reencuentro como pareja. Hoy llevan más de veinte años juntos, con crisis que han vivido desde adentro y otras tomando distancia: “Si hay amor, si podés reconocerte vos y reconocer al otro como ser humano que puede equivocarse, todo es posible”, afirma ella.
El profesor y licenciado en Psicología Juan Pablo Scarpinelli explica que “particularmente, entre las parejas que vuelven a elegirse, no hablaría de reencuentro sino de un nuevo encuentro entre dos que poseen una historia vincular. Si habláramos de ‘re’ encuentro pensaríamos meramente en una repetición de lo anterior, y lo mágico es la oportunidad de que surja algo nuevo. Aquí se presenta una cuestión interesante de volver a frecuentar un vínculo conocido, del cual podríamos presuponer que no ha sido una experiencia frustrante y su final no fue traumático o conflictivo. Habría que ver si la interrupción de la cotidianeidad se produce en este pasaje del enamoramiento al amor”.
“Al tomar distancia entendimos que el cariño entre nosotros seguía”, aseguró Paula
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En los consultorios psicológicos, las consultas sobre estos casos son cada vez más frecuentes. Se trata de matrimonios que cuando acabaron su relación la cerraron bien y completamente, es decir, no podían convivir juntos, pero nunca fueron víctimas de humillaciones ni ofensas por parte de uno hacia el otro. La mayoría de las parejas que se dan una segunda oportunidad rompen la primera vez porque su relación está afectada por factores externos como el estrés laboral, la rutina, la incompatibilidad de horarios laborales, las diferencias de concepto en la crianza de los hijos, o algún episodio traumático en la vida de uno o ambos integrantes que desestabiliza el entramado familiar, hacen notar profesionales en la materia.
La historia de Paula y Juan sabe de pasiones, escollos y superaciones desde su origen. “Cuando nos conocimos, nos pegamos inmediatamente; a los meses nos fuimos de vacaciones al sur veinte días, y a la vuelta empezamos a convivir”, recuerda ella. “En nuestro caso tuvimos dos separaciones: una fue a los dos años de arrancar, cuando ya había nacido nuestro hijo y no nos encontrábamos para nada: el trabajo, la maternidad… había desconexiones de toda clase. Pasaron dos años, y en ese tiempo no tuvimos ningún tipo de relación, más allá de los temas de Pedro. Yo tenía en claro que esa breve experiencia de convivir no me representaba tal como soy. Estábamos como inmersos en los parámetros de nuestros padres, encasillados, estructurados por demás; y me planteé que quería una oportunidad para ser lo que verdaderamente soy y que el otro pudiera verlo”, agregó.
La excusa de las vacaciones la reunió con Juan. Y a partir de allí comenzaron una nueva vida en pareja “que trajo todo lo que pudimos vivir”. Pero hubo un segundo distanciamiento, cuando el hijo en común tenía once años. “Ahí hubo situaciones, generadas por ambas partes, que involucraron a terceros y fueron realmente devastadoras”, admite Paula.
“Pero al tomar un poco de distancia entendimos que el cariño entre nosotros seguía, y que nos pasaban cosas de personas normales; quizás la rutina, la tentación de dejarse llevar, de proyectar un ideal en alguien que uno ve ocasionalmente, te pueden hacer confundir y desconectar de la persona que realmente querés”, explicó.
“Fue muy traumático sanar -repasa la platense- el ego está herido, está enojado. Pero los obstáculos suelen servir para replantearse las cosas y mejorar; entonces, bienvenidos. Hay que conocerse a uno mismo, encontrarse con uno mismo, para poder encontrarse bien con el otro. Siempre que no haya algo oscuro de por medio, me parece que experimentar una segunda oportunidad está buenísimo. A veces salimos de viaje, en nuestra camioneta, y pienso: ‘qué lindo, si no hubiera pasado todo lo que pasó, si no nos hubiéramos vuelto a elegir, esto no estaría sucediendo’”.
Juan Pablo Scarpinelli apunta que “muchas parejas vuelven a elegirse por la atracción propia que propone el “hacer en familia”. Explica que “si bien actualmente existen múltiples formas de configuraciones vinculares, estos vectores todavía guardan vigencia como explicación de por qué las personas se deciden por la vida compartida. Existe algo más que la suma de las partes; el valor de ‘lo familiar’, por ejemplo, permite el ingreso en el mundo de la parentalidad, arribando a un grupo social cuyo sentido de pertenencia contiene a los sujetos que lo integran”.
Mariana (49) y Carlos (55) se conocieron en Barcelona, en 1997. Ella es argentina y él venezolano. Se conocieron, se atrajeron al máximo y estuvieron juntos alrededor de tres años, que trajeron un hijo -Tobías, hoy de veinte- y un viaje definitivo a nuestra tierra en el medio. Luego, la rutina los separó. Vivieron durante más de una década en esa condición, con otras parejas en el medio, pero siempre preservando el vínculo de cariño. Y desde hace dos años y medio están nuevamente juntos. Reconciliaron su pareja y saldaron cuentas también con sus historias familiares, sobre todo la de él, que había dejado en Venezuela cinco hijos a los que no veía desde el momento en que salió de su patria natal.
Es una historia con muchos condimentos, pero con un ingrediente fundamental. “Carlos es el amor de mi vida”, afirma Mariana, mientras muestra fotos en las que lucen una sonrisa amplia y un brillo singular en los ojos. “Con Carlos nos atrajimos mucho desde que nos conocimos. Y nos pasaron muchas cosas que hicieron que nuestro primer intento como pareja no fuera el ideal: yo quedé embarazada y me enteré cuando vine de visita a Argentina. Él vino a verme y cuando volvió a España lo deportaron, así que tuvo que volver acá. Ahí decidimos quedarnos y viajé embarazada a desarmar el taller de él, que es orfebre pero hoy se dedica a la construcción en seco con estructuras de metal. Entonces yo retomé la docencia; él se puso a buscar trabajo en un país que no conocía”.
“Además de eso, fue encarar juntos una familia, con un nene, casi sin conocernos del todo nosotros. A los 6 años de Tobías nos separamos -repasa Mariana- nos seguimos viendo, incluso ambos hemos tenido otras parejas, hemos conocido a nuestras parejas y hasta compartido muchas cosas, siempre con buena onda, incluso él con toda mi familia, que es su familia acá en Argentina y lo ha sido siempre. Yo siempre lo he adorado; y en estos once años, nos hemos hecho espacio para compartir parte de nuestras vidas, por lo que implica tener un hijo en común”.
“El reencuentro se dio después de mi distanciamiento de mi última pareja -señala Mariana- justo coincidió con que él estaba solo. Ambos construimos nuestras casas a seis cuadras de distancia, en Villa Elisa; y en una de esas idas y vueltas, por cuestiones de Tobías, él me dijo que siempre me había estado esperando. Eso fue hace dos años y medio, y hoy seguimos juntos. Nuestro hijo ya tiene veinte años y casi no está en casa, es un hombre, con su novia, su trabajo, su propia vida, y para nosotros es una etapa de reparación, de vivir en cierta forma algo que en su momento no se pudo, un volver a reconocernos”.
“Después que nació mi hijo, lo que más feliz me hizo fue la reconciliación”, dijo Mariana
A principios de año, los tres fueron a Venezuela. Mariana armó el viaje, un reencuentro de Carlos con los hijos a los que no veía desde hacía 22 años; terminó conociendo a sus nietos y a un bisnieto de diez meses. “Fue un viaje reparador. Me encontré con personas hermosas y niños que me decían ‘abuelita Mariana’. Es muy difícil describirlo con palabras”.
“Las segundas oportunidades claramente no son para cualquiera, pero tampoco se dan porque sí -reflexiona Mariana- cuando uno va madurando busca estar al lado de la gente que vibra del mismo modo que uno. Si me preguntan qué es lo más feliz que me ha pasado, después del nacimiento de mi hijo, es haberme reconciliado con Carlos. Somos felices, pero no sé si lo hubiéramos logrado si no nos pasaba todo lo que nos pasó”.
“El amor todo lo puede”, aseguran Catalina (38) y Nicolás (41), quienes tras cuatro años separados decidieron volver a apostar al suyo, al que comparten desde hace más de una década y media y estuvo jaqueado cuando se distanciaron inmersos en una profunda crisis: de pareja y de experiencias personales.
Ella acababa de ser mamá y se enfrentaba a la noticia de una grave enfermedad de su padre. “En su momento fue mucho; ya teníamos a Agostina de tres años, y luego llegó el bebé. La maternidad es un momento bisagra para cualquier mujer y también para la pareja”, relata. “Hay personas a las que les cuesta seguir adelante con todo. En ese momento decidimos que lo mejor era la separación, para ambos y para nuestros hijos, porque las peleas, los reproches y el día a día se habían vuelto muy difíciles y tristes para todos”, afirma.
“Llevábamos nueve años juntos, más tiempo los dos solos que con nuestros hijos. En esos años, aún en pareja, pudimos preservar los dos nuestras independencias, nuestros espacios personales vinculados con cuestiones profesionales, de viajes, de gustos. Pero bueno, con los hijos, las cosas cambian y no pudimos atravesarlo de una manera natural”, reconoce Catalina, que es profesora de Historia en un colegio secundario. “Nos enfrentamos a muchas responsabilidades y a tener que resignar cosas sin quizás estar preparados para eso. Nos costaba mucho. Eso sumado a que mi energía estaba puesta en un bebé que amamantar y un padre con un tratamiento contra el cáncer hizo que ambos dijéramos ‘es hasta acá; es demasiado, mejor distanciarnos que seguir lastimándonos’”.
En los cuatro años en que permanecieron separados, Cata y Nico nunca tuvieron otras parejas estables. Afirman que siempre tuvieron como prioridad la familia, no sólo a los hijos, sino preservando espacios para compartir entre los cuatro, con vacaciones en común, viajes, actos escolares, cumpleaños infantiles y el día a día de jardines y escuelas, casas de amiguitos. “Siempre mantuvimos un vínculo. Al principio hubo más distancia, pero luego nos fuimos acercando cada vez más, y dando cuenta de que la felicidad estaba en nuestro amor, en nuestra historia pasada y la actual”, advierte ella. La felicidad verdadera la teníamos sólo cuando estábamos juntos y no en nuestros espacios ‘de solteros’”.
“No fue fácil llegar a este lugar. Fue un camino de aceptaciones, de largas charlas, de reconocer lo que amamos y también lo que no nos gusta del otro, de acercarnos desde otro lugar, hoy con los nenes un poco más grandes. Disfrutarnos los cuatro y nosotros dos”, dice Catalina, mientras después de varios meses sigue ordenando su ex casa, la que dejó hace cuatro años, pero a la que volvió hace unos meses y hoy está segura que es donde quiere estar.
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