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La Ciudad |OPINIÓN

Un nuevo encuentro

Un nuevo encuentro

JUAN PABLO SCARPINELLIMagister en Familia y Pareja,licenciado en Psicologíay docente UNLP

3 de Septiembre de 2018 | 02:57
Edición impresa

El “regreso al primer amor” es toda una leyenda, y un objetivo ambicioso para los audaces que se embarcan detrás de esta experiencia. Hablamos del amor, de cuando suponemos que fue posible compartir la noble y trabajosa experiencia de estar con un otro durante un tiempo determinado. Muchos “van y vienen” buscando inconscientemente perpetuar el enamoramiento, etapa idílica y de poco registro del otro, que de por sí es muy pasional y divertida aunque de la otra persona no se sepa demasiado.

El enamoramiento antecede al amor, como un momento que puede originarse en la atracción física o en el reconocimiento de algún atributo relevante en otra persona. Este suceso ocurre por un mecanismo básico de vinculación llamado en psicoanálisis “proyección”; hilando fino diríamos que lo que realmente “enamora” es una característica asignada de quien proyecta. Por eso hablamos del enamoramiento como acto narcisista. De ahí entendemos frases como “somos tal para cual”, “nos entendemos sin hablar”, “es lo que estaba buscando”, “nos gustan las mismas cosas”. Prima la semejanza como motor del vínculo.

El amor es un estado posible al caer la fantasía del enamoramiento. Freud plantea que no existe momento de mayor vulnerabilidad que cuando se ama, básicamente porque puede perderse la persona o lo que se siente por ella. Mediante el diálogo con el otro se intenta -aunque nunca se acepta del todo- registrarlo con su deseo, cuestión compleja porque el otro es, también, un ignorante de sí mismo. Aquí es oportuna la alusión de Joaquín Sabina acerca del amor como un juego donde “un par de ciegos juegan a hacerse daño”.

Isidoro Berenstein y Janine Puget fueron pioneros en conceptualizar estos temas, con sus aportes al psicoanálisis vincular en Argentina. Ellos sugieren que es necesario distinguir los fenómenos que ocurren cuándo se forma una pareja de cuando no se logra este cometido: estar acompañado no implica un vínculo.

Estar en pareja implica un gasto, un trabajo y múltiples renuncias. Es una decisión consciente, no es producto del azar -y que no se enojen los románticos-. En esta era en la que se viven muchas experiencias amorosas, se plantean quejas recurrentes: “no hay hombres”, “no hay compromisos”, “son todas iguales”, “no me rompió la cabeza como para seguir”, “no somos nada”. Enunciados que son mecanismos defensivos para no vincularse “en serio” y realizar el pago que exige estar con otro. Se continúa en una encerrona al apostar al encuentro con esa fantasía proyectada en el otro de rasgo narcisista. Se cree que se está “intentando” y se tiene “mala suerte”.

Asimismo, la separación física no implica la ruptura del vínculo. Muchas parejas se distancian, se proponen o -uno de los dos propone- una separación que no implica la ruptura. Existen los que continúan en contacto, se comunican, incluso se encuentran en fechas claves o en acontecimientos novedosos (recibidas, logro de metas) atribuyendo al otro un saber exclusivo: “sólo vos sabés lo que significa para mí”. En esta modalidad, pueden iniciarse nuevas parejas, pero se presenta una alianza inconsciente de cuidado recíproco dónde todo lo que se viva con otros será accesorio y superfluo; por este motivo no están dadas las condiciones para que funcionen las nuevas experiencias.

El encuentro con el otro -de por sí- es el encuentro con el azar y la incertidumbre. Volver hacia lo conocido genera la fantasía de ser menos costoso el trabajo vincular, por la predictibilidad del deseo del otro, el gasto estimativo del encuentro. Pero el otro cambia, quiere otras cosas y se vincula de otras formas. En realidad es un encuentro inédito, no es más fácil, aunque en un mundo de pocas novelas, cobra un sabor especial en el relato y memoria de ese vínculo.

 

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