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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

¿Existe la sociedad?

¿Existe la sociedad?

SERGIO SINAYsergiosinay@gmail.com

7 de Octubre de 2018 | 08:15
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Levante la mano quien nunca se ha quejado de esta sociedad. Quien jamás ha dicho frases como “En esta sociedad es imposible”, “La sociedad no te permite”, “Hasta que la sociedad no cambie…”, “Vivimos en una sociedad injusta”, “Estamos en una sociedad corrupta”, “Esta es una sociedad violenta”, “La sociedad te juzga”, “Lo que la sociedad te impone es…”, y como estas muchas más. Por diferentes motivos, y de diferentes maneras, el concepto de sociedad está incorporado a nuestro modelo mental hasta el punto de haberse naturalizado. ¿Pero qué es la sociedad? ¿Existe tal cosa?

“La sociedad es una abstracción, y una abstracción no es una realidad”, respondía Jiddu Krishnamurti en una conferencia pública brindada en Bombay, India, el 25 de enero de 1981 (y recopilada en el libro “Las relaciones humanas”, junto a otras de sus charlas y escritos). Para entonces Krishnamurti tenía 86 años (moriría a los 90) y había protagonizado una significativa trayectoria como pensador, escritor y orador filosófico y espiritual. Sus charlas convocaban multitudes y sus ideas, siempre profundas y originales, incitaban a salir de la comodidad de los lugares comunes, de los prejuicios, de la repetición monocorde y automática de pensamientos y fórmulas ajenos. A abandonar, en fin, la red de seguridad de las ideas preconcebidas y las promesas incomprobables de gurúes y profetas.

NI DIOS NI PROFETA

El mismo Krishnamurti había rechazado reiterados intentos de convertirlo en uno de esos mesías y se había convertido en un referente imposible de calificar o encasillar. Se negaba a la categoría de maestro espiritual o a cualquier otra parecida, desafiaba a que se lo nombrara sin adjetivos. Había nacido en la población india de Mandanapalle. Jiddu era, en realidad, su apellido. Por iniciativa de su madre lo llamaron Krishnamurti, pues ella lo vio como una encarnación del dios Krishna (en el hinduismo los dioses se manifiestan en múltiples encarnaciones). Su padre era un brahman, es decir sacerdote de esa religión, y participaba además de la Sociedad Teosófica Internacional, agrupación esotérica creada hacia 1875 en Nueva York por la vidente Helena Blavatsky, exiliada rusa. Teosofía significa sabiduría divina, y esta Organización propulsaba el conocimiento de la realidad trascendente, según ella al alcance de cualquier persona, mientras aguardaba la llegada de un nuevo mesías denominado Instructor del Mundo.

Al niño Krishnamurti se lo consideró de inmediato como ese Instructor, aun cuando era débil y enfermizo. Se destacaba por sus notables dotes de observación, su pensamiento original y su capacidad de expresarlo, así como por su generosidad y empatía. Pero era muy mal alumno y su escolaridad fue dificultosa y espasmódica. Quienes creían que Krishnamurti representaba el advenimiento del Instructor del Mundo fundaron entonces la Orden Internacional de la Estrella de Oriente para nuclearse en torno a él. Así hasta que, en 1929, Krishnamurti, reacio a la idolatría, disolvió la Orden, devolvió el dinero y las propiedades que habían sido donadas a esa organización y prohibió que en adelante se creara ninguna otra en su nombre. Convertido en un pensador independiente, autónomo y único también se negó a instruir o reconocer discípulos, no adscribió a ninguna religión ni movimiento político y mantuvo esas condiciones hasta el final de su vida, el 17 de febrero de 1986.

Las ideas de Krishnamurti, recogidas en videos de sus conferencias y en numerosos libros, tienen una poderosa vigencia en la actualidad, resultan una nutricia fuente de material reflexivo y muestran una consistencia que escasea en muchos gurúes y profetas de ocasión, que aparecen y desaparecen con una velocidad acorde a su endeblez y a su oportunismo. Si se las recorre en orden cronológico se destaca su coherencia, la solidez de sus principios y la agudeza conque observa los fenómenos psicológicos, espirituales, vinculares y sociales, anticipándose en años a muchos de ellos.

El presente desorden social, con su acarreo de desdichas, tiene que resolverse por sí mismo, señalaba en una charla radial el 22 de enero de 1950. De inmediato insistía en cuál es el principio de esa resolución. La responsabilidad personal e intransferible de cada miembro de la sociedad. Jamás cambiará la sociedad, decía, si no hay transformaciones profundas en las personas y en las relaciones entre ellas. Cuando las personas dejen de utilizarse como medios, cuando dejen de pensar en cómo usar o sacar provecho del otro. Sin duda, se trataba de un pronóstico avanzado y aplicable enteramente hoy, cuando hedonismo, egocentrismo y egoísmo se han convertido más que en simples conductas, en verdaderos credos.

CAMBIAR LAS RELACIONES

Cada uno de nosotros es una red de vínculos y, como consecuencia, el modo en que construimos y cultivamos esos vínculos repercute en el tipo de sociedad en la que vivimos. No habrá respeto, confianza, honestidad, compresión en la sociedad si no la hay antes entre las personas en sus relaciones cotidianas, ya sea como pareja, padres, hermanos, hijos, amigos, clientes, proveedores, gobernantes, vecinos, deportistas, docentes, alumnos, etcétera. Cuando esto no ocurre, advertía Krishnamurti en otra de sus charlas, el 9 de enero de 1966, la vida de todos los días se convierte en una batalla en la que predominan la desdicha y la confusión con breves y ocasionales destellos de alegría. Si no cambiamos nuestras relaciones, acentuaba, no habrá solución posible.

La sociedad es una abstracción, repetía Krishnamurti. Lo real son los vínculos entre las personas. Esos vínculos crean la sociedad. De la misma manera que las conductas de cada uno dan como suma las conductas de la sociedad. No hay salvación individual la prometa quien la prometa, advertía. Y, por esa misma razón, si bien es importante empezar por uno mismo, esto no tiene una connotación egoísta, al contrario de lo que ocurre con las prácticas de moda y sus oficiantes, que pregonan ocuparse de sí mismo desentendiéndose de los demás. En la mirada de Krishnamurti, al final del día “yo” vendría a significar “nosotros”. En aquella charla pública de Bombay, en 1981, decía textualmente: “Todos estamos interesados en cambiar a la sociedad, en cambiar la fealdad, la brutalidad, el horror que tienen lugar en ella, y jamás nos preguntamos por qué cada uno de nosotros no cambia, por qué no cambiamos en nuestra relación”. A continuación, preguntaba: ¿Qué es la relación? ¿Nos atrevemos a examinarla? ¿Nos atemoriza hacerlo? Dejaba la respuesta en manos de cada persona y les pedía a todos que respondieran bajo su propia responsabilidad y no basándose en ideas ajenas.

En cada persona se sintetiza la historia de toda la humanidad, afirmaba Krishnamurti. Por lo tanto, cada uno es la humanidad, cada uno es la sociedad. Nadie está verdaderamente solo y todos influimos en todos según cómo actuamos y nos relacionamos. Si regresamos ahora al comienzo de esta columna, es posible que todos levantemos la mano. Quizás sepamos ahora que ninguna sociedad existe por sí misma. Empieza con las personas y las refleja. La sociedad en la que nos gustaría vivir será aquella que comencemos a transformar en nuestras conductas y relaciones de cada día.

 

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