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La Ciudad |IMPRESIONES

Ocurrencias: gigoló reconvertido

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

7 de Septiembre de 2025 | 03:13
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Dicen que el encierro te transforma. Y no para bien. Sin embargo, a Javier Bazterica, que hace diez años fue condenado por seducir y estafar a un centenar de mujeres -muchas al mismo tiempo- ese mal rato lo transformó en un padre ejemplar, con señora única y todo, un vecino que se olvidó de su donjuanismo de barrio para convertirse en un padre ejemplar y que hizo a un lado su constante deambular por las casas de esas amantes, a las que les sacó, de un saque, caricias, plata y sueños.

Vale recordar sus hazañas. Javier en su momento había puesto en crisis el paradigma de los galanes. El “gigoló”, así le decían, atrapó cámaras y asombro con sus andanzas. Lo acusaron de seducir y estafar a un centenar de mujeres. Vendía amor y cobraba al contado. Un caso fenomenal que también habla de la ingenuidad de ellas. Javier había ganado dudosa fama en la TV de esos días. Y hasta logró ser escupido por un artista de cierto nombres, como Flavio Mendoza, hermano de una de esas enamoradas que se sintieron dolidas y estafadas por este don Juan sin plata ni casa que alquilaba caricias a propietarias carenciadas.

Aunque las embocaba haciéndose pasar por adinerado y con doble apellido, su facha no lo ayudaba. Pero hasta las estafadas ponderan su trato, su parla de tipo tierno injustamente maltratado por la soledad, un tipo que andaba transitando –decía- una mala época momentánea. Había hecho de la bigamia un arte muy concurrido. Y tuvo el buen ojo de dedicarse a esas chicas solas que andaban buscando alguna compañía. ¿Frente al gigoló, el paradigma de novias desconfiadas y controladoras se hizo añico? Uno imaginaba con otro porte y otro misterio al tipo que enamoró a un centenar de mujeres y que a todas les sacó cama, ilusiones y ahorros. Es cierto que cada uno ama lo que puede. Pero al tipo que se veía en la televisión daba más ganas de ayudarlo que detenerlo. Ni parla embaucadora ni pilcha lujosa ni facha ganadora. Un galán titubeante que supo ganarse el corazón de estas muchachas enamoradizas, tan crédulas y tan ahorrativas, que primero le dieron casa y comida y después las dejó solas, tristes y robadas.

Algunas tuvieron que dejar el traje de novia para ponerse el uniforme de víctima

¿Por qué le creyeron tanto? La soledad tiene sus altibajos y a veces te da ganas de creer en cualquier cosa. En el imaginario de algunas estafadas, la figura del recién llegado abría muchas expectativas. Javier gestionaba su cariño entre militantes de una tropa evocadora que extrañaba cada noche la falta de novedades. Su fixture lo obligaba a un sobre esfuerzo, pero cuando estaba, en la cama cumplía. No era violento ni cascarrabias. Su harem estaba feliz y satisfecho. A muchas lo que más le dolió no fue la estafa sino el engaño. La mujer sueña con ser exclusiva. Gastaban pero se sentían únicas. La plata va y viene, pero cuando supieron que eran una más dentro del poblado universo Bazterrica, todo se vino abajo. El desamor y la decepción no tienen equivalencia monetaria. Bastó que una se animara a contar su odisea, para que aparecieran las otras ex. Mujeres con ganas de probar algo nuevo, que habían acumulado suficiente pesos y ausencias y que estaban dispuestas a poner ahorros y proyectos a los pies de este novio ambulante, pedigüeño y muy repartido.

Cien mujeres se enamoraron del ladrón. Le dieron sus dólares, la mayor prueba de cariño en este país. ¿No dudaron de alguien tan raro y furtivo? En estas historias siempre existe un pacto tácito entre engañado y engañador. No cualquiera es ingenuo hasta el despojo. En el juego de cálculo y conveniencia, Javier y sus arrepentidas se manejaban con códigos de compra venta que daban dividendos a las dos partes. Cuando el depredador salió de las sombras, los castillos de arena se derrumbaron. Y algunas de ellas, las que se animaron a dejar el traje de novia para ponerse el uniforme de víctima, acabaron llorando por este ladrón de sueños y alcancías.

Ahora está libre, olvidando todo. Le dijo a Clarín que se dedica a publicidades, streaming y a hacer presentaciones en cumpleaños, asados, despedidas de solteros y divorcios. “¿Cuánto cobro? Mi cachet es de 2.000 dólares pero se puede hablar”. Y mira sonriente y confiesa: “Tené en cuenta que soy una marca”. Y lo demuestra: “Antes decir ‘Gigoló’ no me ayudaba, tenía mala prensa, injustamente. Pero ahora le saco el jugo, está instaladísimo y las cosas han cambiado… el sobrenombre, vende!”.

 

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