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A 51 años de la renuncia de Richard Nixon: el día que el escándalo Watergate derrumbó a un presidente

El 8 de agosto de 1974, el mandatario de Estados Unidos anunciaba que dejaba el cargo tras quedar acorralado por un entramado de espionaje, encubrimientos y abuso de poder. A medio siglo del escándalo, sigue siendo un símbolo del poder de la prensa y los límites

A 51 años de la renuncia de Richard Nixon: el día que el escándalo Watergate derrumbó a un presidente
8 de Agosto de 2025 | 08:33

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La noche del 8 de agosto de 1974, con el rostro tenso y la voz apenas quebrada, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, se dirigió por última vez al país desde el Despacho Oval. En un discurso televisado en horario central, anunció su renuncia a la presidencia, que se haría efectiva al mediodía del día siguiente.

Fue un hecho inédito en la historia de Estados Unidos: por primera y única vez, un presidente electo abandonaba el cargo en medio de su mandato, no por razones de salud o fallecimiento, sino por un escándalo político de dimensiones colosales que sacudió los cimientos de la democracia más poderosa del mundo: el caso Watergate.

¿Qué fue el escándalo Watergate?

El término "Watergate" se refiere originalmente al complejo de edificios ubicado a orillas del río Potomac en Washington D.C., donde funcionaban oficinas, departamentos y el Comité Nacional del Partido Demócrata. La madrugada del 17 de junio de 1972, cinco hombres fueron detenidos tras ser descubiertos forzando cerraduras e instalando micrófonos ocultos en las oficinas demócratas.

Aunque en un principio se presentó como un robo menor, las conexiones entre los detenidos —todos con lazos con el Comité para la Reelección del Presidente Nixon (CREEP, por sus siglas en inglés)— pronto revelaron algo mucho más turbio: un plan sistemático de espionaje político y sabotaje dirigido desde el entorno de Nixon para favorecer su reelección.

Espionaje, encubrimiento y una red de corrupción

Con el avance de las investigaciones, se descubrió que el asalto al Watergate era solo la punta del iceberg. Los involucrados formaban parte de una estructura clandestina conocida como “los fontaneros de la Casa Blanca”, encargada de “tapar filtraciones” y realizar operaciones encubiertas ilegales contra opositores políticos, activistas y periodistas.

Más grave aún fue el intento de encubrimiento desde la Casa Blanca. Documentos destruidos, pagos en efectivo para comprar el silencio de los involucrados, presiones al FBI y manipulación del sistema judicial salieron a la luz gracias a la prensa y, más tarde, al Congreso.

El rol clave del periodismo

El caso alcanzó notoriedad mundial gracias a la investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros del Washington Post, quienes revelaron que el encubrimiento llegaba a los más altos niveles del poder. Su fuente anónima, conocida como “Deep Throat”, resultó ser décadas después Mark Felt, subdirector del FBI.

Pese a las presiones de la Casa Blanca, la cobertura periodística fue persistente y logró mantener vivo el tema en la agenda pública. El periodismo de investigación pasó así a ocupar un lugar central como contrapoder institucional, y Watergate se convirtió en caso de estudio en redacciones y universidades de todo el mundo.

Las cintas secretas y la prueba definitiva

Uno de los momentos clave ocurrió en julio de 1973, cuando Alexander Butterfield, un exasesor presidencial, reveló ante una comisión del Senado que Nixon había instalado un sistema de grabación en el Despacho Oval. Estas cintas contenían conversaciones que podrían confirmar o desmentir su participación directa en el encubrimiento.

Tras meses de batalla legal, la Corte Suprema obligó a Nixon a entregar las grabaciones. En una de ellas —grabada el 23 de junio de 1972— se lo escucha ordenar al jefe de Gabinete, H.R. Haldeman, que frene la investigación del FBI, utilizando a la CIA. Esa cinta fue la prueba definitiva: Nixon había mentido y había intentado obstruir a la Justicia.

El juicio político que no fue

Apenas se conocieron las grabaciones, el proceso de impeachment se volvió inevitable. La Cámara de Representantes ya había aprobado tres artículos para iniciar el juicio político por obstrucción a la justicia, abuso de poder y desacato al Congreso. Ante la inminente destitución, Nixon optó por renunciar.

El 9 de agosto de 1974, el vicepresidente Gerald Ford asumió la presidencia y, en un gesto polémico, indultó a Nixon un mes después, evitando así que enfrentara un juicio penal. Ford justificó la decisión como un acto necesario para “sanar al país”, aunque muchos lo consideraron un pacto de impunidad.

El impacto institucional de Watergate

El escándalo provocó una crisis de confianza sin precedentes en las instituciones estadounidenses. El Congreso respondió con una serie de reformas para limitar el poder presidencial, reforzar la independencia del FBI, y exigir mayor transparencia en las campañas políticas y los fondos partidarios.

Watergate también dejó como legado un cambio cultural profundo: aumentó el escepticismo hacia los líderes políticos y consolidó al periodismo como una herramienta esencial para el control ciudadano del poder. En adelante, la palabra “-gate” pasó a ser sinónimo de escándalo en la jerga política global.

El ocaso de Nixon y el juicio de la historia

Richard Nixon había construido una carrera política meteórica, marcada por su rol como vicepresidente de Dwight Eisenhower y sus éxitos en política exterior, incluyendo la apertura diplomática con China y la firma de acuerdos de desarme con la Unión Soviética. Sin embargo, todos esos logros quedaron eclipsados por el Watergate.

En sus memorias, Nixon negó haber ordenado el allanamiento, aunque reconoció errores en el manejo del encubrimiento. Vivió el resto de su vida alejado de la política activa, hasta su muerte en 1994. Su figura sigue siendo objeto de debate: un estratega brillante que terminó siendo víctima de su propio exceso de poder.

A medio siglo de Watergate

Hoy, a 51 años de aquel 8 de agosto, Watergate sigue siendo una referencia obligada cuando se habla de corrupción, abuso de poder y democracia. La imagen de Nixon subiendo al helicóptero presidencial, saludando con los brazos en alto mientras dejaba la Casa Blanca, quedó grabada como un símbolo del costo político de traicionar la confianza pública.

La historia de Watergate no es solo la caída de un presidente: es también una lección sobre los frenos y contrapesos de la democracia, y una advertencia sobre el precio de vulnerarlos.

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