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Un entramado que reúne historia, literatura y hasta atisbos cinematográficos. Es la otra cara de la historia oficial: la otra verdad
Carlos Frank, papa de Emilio, y Percy Fawcett en la histórica foto / EL DIA
ALEJANDRO ALFONZO
Por ALEJANDRO ALFONZO
Durante más de un siglo, el nombre de Percy Harrison Fawcett encarnó el mito moderno del explorador: un hombre blanco, británico, cartógrafo y místico, perdido en algún rincón del Amazonas buscando una ciudad remota que nunca fue hallada.
Su historia, publicada póstumamente por su hijo Brian en “Exploration Fawcett” (1953), se convirtió en evangelio para generaciones de lectores y aventureros. De tal modo fue que alimentó ficciones como “El mundo perdido” (1912) de Arthur Conan Doyle y moldeó héroes del siglo XX como ‘Indiana Jones’. Sin embargo, hasta ahora, esa historia había sido narrada desde un solo ángulo: el europeo.
“Odisea Pelechuco: Memorias de Emilio Franck”, creado por el platense Juan Diego Soldi y publicado a principios de este año, posee otra mirada.
Escrito desde América Latina, armado como un palimpsesto entre manuscritos, dibujos, testimonios y documentos recuperados, el libro narra la vida de Emilio Franck -explorador, francmasón grado 33, platense por adopción e hijo de Carlos Franck, íntimo amigo de Fawcett-, pero también revela una contra-historia: la del otro explorador, el que quedó fuera de los libros, el que acompañó al coronel, pero cuya voz fue suprimida o reducida a nota al pie.
Emilio Frank, socio de Estudiantes de La Plata / EL DIA
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El corazón de esta historia late en Pelechuco, un pueblo boliviano enclavado en la Cordillera, donde Emilio y su padre vivieron años cruciales de su vida. Fue allí, en la casa de los Franck, donde Percy Fawcett se tomó la mítica fotografía que circularía por el mundo como símbolo de su epopeya. Pero esa escena congelada, lejos de ser un souvenir de viaje, es una marca de apropiación: quien posa es Fawcett, quien sostiene la cámara es la historia oficial. “Odisea Pelechuco” propone lo contrario: devolverle el punto de vista al continente.
Emilio Franck emerge como una figura fascinante, compleja, al borde de la leyenda. Explorador, sí, pero también testigo, víctima y pensador. Su vínculo con Mario Cellone -el primer antropólogo de la UNLP y autor de una olvidada tesis sobre máscaras indígenas- agrega una capa intelectual al relato, conectando la tradición académica platense con los saberes ancestrales que Emilio encontró en sus viajes. Esta red de relaciones no se construye como una genealogía sino como un tejido. Cada personaje -familiares, militares, indígenas, etnógrafos- es una hebra que borda una nueva forma de narrar.
Y es que “Odisea Pelechuco” no es solo una biografía: es una lectura crítica del mito. Por primera vez, alguien desde el sur interpela el relato de Fawcett, no para negarlo, sino para complejizarlo. Porque, ¿qué es una expedición si no también una forma de leer el mundo? ¿Y qué significa desaparecer en la selva si no es perderse en una imagen construida por otros?
El libro de Emilio Franck, como los viejos códices, está lleno de notas al pie escritas por su bisnieto, el autor de esta edición, quien articula el texto con prólogo y epílogo. Esa estructura de capas -relato, documento, comentario- funciona como una metáfora del trabajo de memoria. No se trata solo de relatar lo que pasó, sino de entender cómo fue contado y qué quedó afuera.
La figura de Fawcett, por su parte, continúa proyectando su sombra en la cultura contemporánea. La película “Z: La ciudad perdida” (2016), dirigida por James Gray, retoma su historia desde una clave existencialista: el coronel como Ulises moderno, dispuesto a sacrificarlo todo por su visión. Pero el film, como el libro de David Grann que lo inspira, sigue orbitando en torno a Fawcett como centro del universo. La pregunta que plantea “Odisea Pelechuco” es otra: ¿y si el centro no estaba en Londres, sino en Pelechuco?
Las resonancias culturales de Faw-cett son muchas. Desde “Tintín” hasta “Indiana Jones”, pasando por Hergé, Spielberg, George Lucas y Pixar, todos ellos tomaron elementos del explorador para construir personajes inolvidables. Pero todos, también, repitieron una matriz: la del extranjero que ilumina con su presencia lo que el territorio “desconoce”. Contra esa lógica, “Odisea Pelechuco” propone otra cosa: la selva no es lo inexplorado, sino lo ignorado. Y Emilio Franck no fue un guía, sino un autor silenciado.
Lo notable es que esta crítica no nace del resentimiento, sino de la relectura. Hay un tono afectivo en las memorias de Emilio, un reconocimiento a la figura de Fawcett, a su búsqueda incansable. Pero también hay un señalamiento necesario: el colonialismo no se expresa solo con armas, sino también con relatos.
En ese sentido, la figura de Emilio Franck no busca reemplazar a Fawcett, sino dialogar con él. Como en los grandes universos literarios -de Faulkner a Zambra, de Hebe Uhart a Bolaño, entre tantos otros- los personajes no son entidades fijas, sino puntos en un entramado de relaciones. Y en ese entramado, Emilio deja de ser sombra para convertirse en protagonista.
Desde La Plata, ciudad universitaria y masónica por excelencia, “Odisea Pelechuco” traza un mapa alternativo. Un mapa donde los caminos no llevan a una ciudad perdida, sino a una historia recuperada. Donde la exploración no busca tesoros, sino sentido. Y donde la leyenda, por fin, es contada desde el otro lado.
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