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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Los caminos de la memoria son insondables. ¿Por qué se recuerda? ¿Por qué se olvida? Un divulgado estudio aportó una conclusión que los melancólicos ya sabían: las evocaciones ingratas prevalecen sobre las más felices. Y vuelven siempre, sin permiso. Los hechos tormentosos lamentablemente son más porfiados que los dichosos.
Una investigación realizada por profesionales de la Universidad Dalhouse en Halifax, Canadá, sugiere que los recuerdos de un evento traumático no se borran de la mente de quien los padeció y predominan siempre”.
Son medio lentos los canadienses. Todo esto se sabía sin necesidad de hacer un estudio. Las obsesiones machacan sobre lo malo y no sobre lo bueno. Cuando uno dice “no me lo puedo sacar de la cabeza”, se alude a algo que duele y no que entona. Se sabe: el amor que más nos hace pensar no es el que tenemos sino el que estamos a punto de perder.
Hubo un día que el ser humano evocó y no le gustó. Desde entonces, anda buscando una panacea que lo libere de la nostalgia dolorosa. Una parte de la ciencia de hoy está dedicada a tratar de reducir el impacto de los malos recuerdos.
Se pretende manejar la memoria en función de nuestra conveniencia. Lo saben los canadienses y los políticos. Se busca la aparición de algo milagroso para poder transitar el ayer con una linterna imaginaria que sólo ilumine lo mejor del camino y oscurezca los pesares.
Hace un par de años fue recibido con bombos y platillos la llegada del propranolol. Aseguraban que la droga podría interferir con el modo en que el cerebro almacena las memorias y hasta eliminar o dejar en suspenso los sucesos traumáticos. No sólo los canadienses saben que lo malo no se va así nomás, que sigue allí, en los camarines del inconsciente, y que vuelve siempre, -lo decía Discépolo- “como los novios y los cobradores”. Pero había científicos que temían que el propranolol termine siendo una panacea al alcance de la mano de cualquier melancólico de barrio que, en su afán de borrar el desplante de la última novia, acabe borroneando hasta los besos inolvidables.
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El estudio había surgido a partir del descubrimiento de que las memorias son manejables. Borges decía que lo único que se puede corregir es el pasado. Y el propranolol venía a prometer que podía interferir con la memoria, tachando y agregando lo que haga falta para ajustar el ayer al tamaño del cliente. Lo probaron con ratas y anduvo. Aunque no deberían ignorar que una cosa es la pena de amor de una rata y otra muy distinta la congoja de un enamorado incurable.
Se sabe: la dicha, está visto, es volátil y siempre está lista para partir. En cambio, el temor y las preocupaciones andan toda la vida a la par de uno. El tango se hartó de divulgar esta tendencia y sus sufridos cantores se cansaron de entonar que la tristeza por el amor perdido no tiene fecha de vencimiento y que la famosa copa del olvido nunca llega a tomarse.
“Se podrán borrar los malos recuerdos y editar el pasado a pedido del cliente”
Pero un reciente artículo del académico Fernando Tomeo, director del programa “Derecho al olvido y cleaning digital” de la UBA, va más allá de toquetear la memoria con una borratina selectiva. Anticipa que no solo los malos recuerdos pueden eliminarse, sino que hasta se pueden implantar evocaciones inmejorables, es decir editar el pasado a pedido del cliente, apelando a reminiscencias –verdaderas o falsas- que nos alegren el alma
Investigaciones con ratones que padecen Alzheimer –dice el artículo- han utilizado combinación de genética y estimulación con luz para reactivar las huellas neuronales de la memoria, y restaurar habilidades perdidas. “El proyecto Restoring Active Memory, de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de los Estados Unidos, trabaja en el desarrollo de interfaces neuronales implantables que buscan recuperar funciones de memoria dañadas por lesiones o enfermedades y que, en un paso más allá, podrían modelar la forma en que almacenamos y evocamos sucesos”.
“Operen a su antojo narices, labios; trasplanten ojos o corazones, pero dejen en paz al recuerdo”
Incluso, agrega, la inteligencia artificial (IA) ya puede manipular la memoria indirectamente a través de la percepción. Estudios recientes acreditan que imágenes y videos creados por IA incrementan la probabilidad de que quienes los ven desarrollen recuerdos falsos, muchas veces con un alto grado de convicción.
Es saludable impedir que la extrañeza tristona nos atosigue tanto. La ciencia avanza hacia el ayer para reconvertirlo a su modo, aunque acordarse sólo de lo bueno puede ser una manera de falsificar el destino. No parece legítimo olvidarnos de lo que nos ha dolido para convertirnos en unos optimistas desaforados que andan con una alegría prestada. Los humanistas, los sensibles y los románticos no quieren editar los recuerdos. Elias Canetti desafía estos experimentos: “Que operen a su antojo narices, labios, orejas, piel y cabellos, que trasplanten ojos de otro color o corazones ajenos, que amputen, alisen, pero que dejen en paz al recuerdo”. El inglés John Banville dice que hay evocaciones que le procuran “dulces dolores…es la pena que queda cuando la memoria le quitó filo al dolor”. Y el español García Montero trae una estampa navideña que se saborea como una melancólica golosina: “Debajo de las iluminaciones navideñas hay demasiados recuerdos como para vivirlas sin heridas. En unos años más que en otros, la Navidad es una luz con espinas”.
Tenía razón aquel escritor inglés: “La memoria es el perro más estúpido: le lanzas un palo y te trae cualquier cosa”.
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