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Entre perlas, diamantes y secretos de imperio, el atraco reavivó la leyenda de una mujer fascinante: Eugenia de Montijo, musa de la alta costura y última gran soberana del Segundo Imperio francés.
Eugenia de Montijo, vestida de Worth y con sus joyas
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
Aunque el reciente robo al Museo del Louvre no esté en primera plana, sigue siendo una herida mortal en el corazón de los franceses. Hay algunas detenciones pero las piezas no aparecen. El que las encuentre y descubra al verdadero cerebro del robo, se convertirá en héroe.
En nuestro encuentro anterior les contamos la historia de María Luisa, Hortensia y María Amalia, tres de las reinas dueñas de las joyas desaparecidas en el atraco. Hoy abordaremos a una cuarta dama: la gran emperatriz Eugenia de Montijo, una verdadera influencer del siglo XIX.
La pobre Eugenia de Montijo fue la más “perjudicada” en el robo. A la que fuera emperatriz de Francia durante 18 años le sustrajeron las siguientes joyas:
• Una diadema compuesta por 212 perlas y casi 2000 diamantes. Era la preferida de la emperatriz ya que se la había regalado Napoleón III por su matrimonio, en 1853. Cuando la puso en venta, en 1887, fue adquirida por los multimillonarios príncipes Thurn und Taxis, dueños durante siglos del servicio postal europeo. No sabemos que uso le darán los ladrones a semejante pieza pero lo que sí sabemos es que la última vez que se usó fue para disfrazarse. En 1986 la princesa Gloria Thurn und Taxis, famosa por su joie de vivre, complementó con la joya el disfraz de María Antonieta que usó para una fiesta. Cuatro años después la joya se vendió al Museo del Louvre.
• Un broche-lazo con 2634 diamantes. Fue creado en 1855 como parte central de un cinturón. Cuando el imperio cayó, el broche-lazo fue adquirido por Caroline Astor, una de las grandes damas de la sociedad neoyorquina. Mientras las monarquías estaban en decadencia, las “reinas burguesas” comenzaban a brillar en el firmamento. En 1902 la joya volvió a cruzar el charco ya que lo compraron los Beauchamp, una familia aristócratica de Londres cuyas mujeres lo lucieron hasta la década del 80 en que fue vendido a una joyería que, a su vez, se lo vendió al Louvre en 2008.

El broche lazo hurtado
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• El broche-relicario es la pieza más importante de las robadas ya que contiene parte de la colección de los diamantes obsequiados por el cardenal Mazarino a Luis XIV, el rey Sol, quien los usaba como botón. La confección de la joya fue encargada por el emperador Napoleón III pero su esposa, Eugenia, nunca la usó. Pasó a formar parte de la colección del Louvre en 1887.
• La corona imperial que los ladrones perdieron en su huida y apareció seriamente dañada en la vereda del museo. Se trataba de la pieza de más valor con sus ocho águilas de oro, 2480 diamantes y 56 esmeraldas.
La pobre emperatriz Eugenia de Montijo fue la más “perjudicada” en el robo
• Eugenia fue una de las grandes damas del siglo XIX. Fue pionera en la manera de entender el papel de consorte y mucho le deben hoy a ella las Máximas y Letizias.
• Hasta mediados del siglo XIX los vestidos de las reinas y princesas habían sido confeccionados por costureras de palacio. Cuando Eugenia se casó con el emperador, encargó su vestuario al diseñador inglés Charles Worth, quien había sido pionero al etiquetar las prendas que confeccionaba. Eugenia recomendó sus servicios a sus colegas y amigas, la reina Victoria de Inglaterra y la emperatriz de Austria conocida como Sissí, y lo convirtió en el preferido de la alta sociedad europea.. Así nació la alta costura. Precisamente con trajes de Worth y luciendo estas joyas robadas es como la conocemos a Eugenia en sus más rutilantes retratos.
• Eugenia no era francesa sino española. Nació el 5 de mayo de 1826 en Granada, durante el terremoto más fuerte que ha sufrido la ciudad. Un verdadero presagio de lo que sería su vida. Era hija de un noble de poca monta apellidado Palafox y nieta del conde de Montijo. Recibió una educación esmerada y se codeó con grandes artistas que sembraron en ella la semillita del arte y del mecenazgo.

El broche relicario timado
De adolescente, frecuentó al escritor Prosper Mereimé a quien le contó una historia andaluza sobre un trío pasional formado por una cigarrera, un torero y un soldado. En ello se inspiró Merimé para escribir Carmen, su novela más famosa, luego convertida en ópera y en película.
Su familia tuvo que exilarse primero a Londres y luego a París, donde recibió una educación exquisita. A los 16 volvió a Madrid y se enamoró, primero, del duque de Alba, novio de su hermana mayor, y, luego, de un político que la engañó. Estos amores contrariados la llevaron a querer meterse a monja aunque, finalmente, prefirió volver a París, para olvidar.
Allí conoció a Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del gran Napoleón. Luis era presidente de Francia con anhelos de emperador, un cargo que logró, inesperadamente, en 1853. Reinó durante 18 años como Napoleón III.
Eugenia no era ni por asomo una buena candidata. Ya tenía 26 años, no era francesa y mucho menos de la realeza pero el muchacho se había enamorado. Primero intentó hacerla su amante. En una fiesta le preguntó, descaradamente, cuál era el camino para llegar a su dormitorio. Eugenia, rápida, le contestó: “El que pasa por la iglesia”
Sus joyas, robadas en un golpe audaz, esconden una historia de amor, poder y tragedia
El domingo 29 de enero de 1853 se casaron. Fue una gran boda con una noche nupcial desastrosa que presagió un matrimonio con problemas de lecho pero con gran complicidad en lo político. Fue una relación difícil por las infidelidades de él y los abortos espontáneos de ella. Tuvo una consejera de excepción en la reina Victoria de Inglaterra quien le aconsejó diversas posiciones sexuales para que lograra concebir. Y con buen resultado porque, por fin, en 1856 tuvo a su príncipe.
Supo ganarse el corazón de los franceses y se convirtió en una gran embajadora cultural, más admirada que el propio emperador quien, en 1870, fue derrocado.
La pareja imperial huyó a Inglaterra donde Eugenia comenzó a brillar socialmente pero la década del 70 fue cruel con ella: vio morir a su esposo, a su hijo y a su hermana.
Nunca más se sacó el luto y se retiró de la vida pública.
Eugenia vivió entre Inglaterra, Francia y España donde falleció en 1920 con 94 años. Un récord para la época.
Ya había vendido todas sus joyas, las mismas que hoy se encuentran en manos de vaya a saber quién.

La corona imperial robada
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