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Si bien la Academia Sueca optó por otro ganador del premio, Samanta Schweblin y César Aira permanecieron en escena e hicieron ilusionar a los lectores que los siguen. Un racconto por sus recorridos
Samanta Schweblin / web
En los días previos a la entrega del Nobel de Literatura 2025, los nombres de Samanta Schweblin y César Aira comenzaron a circular con fuerza en las redacciones culturales y en los foros literarios del mundo como posibles ganadores. Hasta en las reseñas de los principales diarios anglosajones y norteamericanos, los autores argentinos aparecían como favoritos para alzarse con la condecoración que otorga la Academia Sueca.
Ahora, con el premio ya otorgado al novelista y guionista húngaro László Krasznahorkai, es un buen momento para conocerlos a ambos.
En el caso de Samanta Schweblin, no fue la primera vez que su nombre se mencionaba en el mismo párrafo que el del premio más codiciado de las letras, pero esta vez había un factor que encendió la chispa: la publicación de su nueva colección de cuentos, El buen mal (popularizado en inglés como Good and Evil and Other Stories), que llegó al mercado internacional a mediados de año y rápidamente despertó un entusiasmo poco habitual entre críticos y editores.
El libro fue leído como una consolidación de su universo narrativo: relatos breves, inquietantes, donde lo cotidiano se distorsiona con una precisión que incomoda y fascina. En la prensa británica y estadounidense, los elogios fueron unánimes. Se habló de una escritura que explora “la vulnerabilidad del cuerpo y del alma frente a un mundo tecnológico y emocionalmente tóxico”. Para muchos, esa capacidad de condensar en pocas páginas las ansiedades contemporáneas era suficiente para justificar una candidatura sólida al Nobel. El impulso se amplificó en septiembre, cuando portales de apuestas literarias como Ladbrokes y Nicer Odds la incluyeron entre las autoras con mayores probabilidades de recibir el galardón, ubicándola cerca de nombres como Margaret Atwood, Ngũgĩ wa Thiong’o y László Krasznahorkai.
Los méritos no eran solo coyunturales. Schweblin venía construyendo una reputación internacional sostenida desde hace más de una década. Distancia de rescate, traducida al inglés como Fever Dream, la consagró en 2017 al ser finalista del International Booker Prize. Más tarde, Kentukis —publicada en inglés como Little Eyes— confirmó su talento para abordar los dilemas éticos de la tecnología y la intimidad. Sus colecciones de cuentos Pájaros en la boca y Siete casas vacías recibieron elogios por igual en América Latina, Europa y Estados Unidos, un fenómeno poco frecuente para una escritora latinoamericana contemporánea. Con el tiempo, sus textos aparecieron en revistas de prestigio como The New Yorker y Granta, traducidos por Megan McDowell, una de las traductoras más reconocidas de la actualidad.
Esa visibilidad internacional fue clave para que los rumores ganaran cuerpo. En los círculos académicos se destacaba su maestría en el cuento breve, género que suele pasar inadvertido en las deliberaciones del Nobel, pero que en su caso se volvía una forma de resistencia frente a la narrativa extensa y solemne. En paralelo, su exploración de temas como la maternidad, la alienación digital y el deterioro ambiental era leída como un reflejo preciso del malestar del siglo XXI. El equilibrio entre lo íntimo y lo político, entre el espanto y la belleza, situaba su obra en un punto de tensión que seducía tanto a lectores como a críticos.
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Los medios nacionales coincidieron en señalar que Aira era “el argentino con más méritos vivos” para recibir el Nobel. No se trataba solo de una intuición patriótica. Desde hacía meses, el escritor había sido entrevistado por la televisión sueca en su casa, un gesto que, en el mundo opaco de la Academia, suele leerse como una señal. En paralelo, su última novela, El arqueólogo, era leída en clave simbólica: una historia sobre la búsqueda de lo oculto, casi una metáfora de su propio trabajo como excavador de las capas más imprevisibles de la ficción.
El caso Aira, sin embargo, excedía cualquier campaña mediática. Con más de cien libros publicados —muchos de ellos breves, desbordantes, imposibles de clasificar—, el autor de Cómo me hice monja y Las noches de Flores había construido una obra tan extensa como inasible. Escribía, según su propia fórmula, “una página por día”. Esa rutina, sostenida durante más de cuarenta años, generó un universo que se rehace a sí mismo en cada libro: mundos absurdos, fantásticos, plagados de humor y erudición liviana, donde el lenguaje es un laboratorio constante. En una época dominada por la corrección formal y el marketing editorial, Aira propuso una estética del riesgo, una literatura que no busca agradar sino sorprender.
Esa originalidad radical fue uno de los principales argumentos de quienes lo postulaban como merecedor del Nobel. En La Nación, críticos y escritores coincidieron en que su obra “cambió el rumbo de la literatura argentina”, reinventando la herencia borgiana y reescribiendo las reglas del verosímil. Aira no rompió con la tradición: la torció con elegancia, la deformó con humor, la llevó a zonas donde lo cotidiano se vuelve prodigioso. Su literatura, dijeron algunos, “es un experimento permanente con el idioma”.
Otro de los méritos señalados fue su coherencia artística. A diferencia de tantos autores que adaptan su estilo al mercado, Aira ha mantenido una línea estética inflexible. Cada texto, aun en su aparente improvisación, responde a una ética literaria: la de la invención como único deber. Esa constancia silenciosa —publicar en editoriales pequeñas, evitar los circuitos mediáticos, rechazar la solemnidad— le dio una mística particular: la del escritor que solo escribe.
Pero el reconocimiento internacional también sustentaba las expectativas. Su obra fue traducida a múltiples idiomas, celebrada por críticos europeos y reconocida con premios como el Formentor. En países como Francia, Inglaterra y Alemania, su nombre se volvió sinónimo de una literatura latinoamericana distinta, alejada del realismo mágico y de las fórmulas del boom. En Suecia, donde los lectores valoran la experimentación y la independencia estética, Aira parecía reunir todas las condiciones del candidato ideal.
“El buen mal” despertó un entusiasmo poco habitual entre críticos y editores
“El arqueólogo”, una historia sobre la búsqueda de lo oculto, casi una metáfora
Samanta Schweblin / web
César Aira / web
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