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Hace 85 años Charles Chaplin desafió a Adolf Hitler: el estreno de "El gran dictador", la sátira que se burló del nazismo

El 15 de octubre de 1940 se estrenó de una de las películas más audaces y recordadas del siglo XX. La obra maestra del genio británico, en plena Segunda Guerra Mundial, se atrevió a convertir en comedia el horror del fascismo. Fue su primer largometraje sonoro

Hace 85 años Charles Chaplin desafió a Adolf Hitler: el estreno de "El gran dictador", la sátira que se burló del nazismo
15 de Octubre de 2025 | 07:49

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El 15 de octubre de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el mundo asistía al estreno de una de las películas más audaces y recordadas del siglo XX: El gran dictador, la obra maestra de Charles Chaplin que se atrevió a convertir en comedia el horror del fascismo. Ese día, el genio británico rompía el silencio que había caracterizado a su carrera hasta entonces —literal y simbólicamente— al lanzar su primer largometraje sonoro, y al mismo tiempo, uno de los alegatos más poderosos contra la tiranía.

El contexto del estreno no podría haber sido más explosivo. Europa estaba en guerra: Alemania había invadido Polonia un año antes, y el régimen de Adolf Hitler parecía imparable. Francia había caído bajo la ocupación nazi, Inglaterra resistía los bombardeos del Blitz, y los Estados Unidos, todavía neutrales, observaban desde la distancia con cautela. En ese clima de incertidumbre y temor, Chaplin decidió reírse del dictador más temido del planeta.

El proyecto comenzó a gestarse en 1937, cuando el propio Chaplin advirtió las similitudes físicas entre él y Hitler —el bigote, la estatura, el peinado—, pero también las abismales diferencias morales. Mientras el dictador alemán propagaba el odio, el actor británico se había convertido en el símbolo mundial de la humanidad de los humildes. “La ironía era irresistible”, recordaría más tarde.

Una sátira arriesgada

El gran dictador fue filmada entre 1939 y 1940, en los estudios de Chaplin en Hollywood, con un presupuesto de alrededor de dos millones de dólares, una cifra enorme para la época. La historia se ambienta en la ficticia nación de Tomania, dominada por el dictador Adenoid Hynkel (una caricatura de Hitler), quien impulsa un régimen totalitario y persigue a una minoría llamada “judíos”, mientras conspira junto al dictador de Bacteria (una clara alusión a Mussolini).

Chaplin interpreta tanto a Hynkel como a un barbero judío que, tras sufrir los abusos del régimen, termina accidentalmente ocupando el lugar del tirano. Este recurso le permite alternar el absurdo con el drama, y construir una metáfora sobre la identidad, el poder y la resistencia.

El rodaje no estuvo exento de controversias. Muchos productores y distribuidores estadounidenses intentaron disuadir a Chaplin de continuar, temiendo represalias del régimen nazi o pérdidas en el mercado alemán. Incluso el embajador de Alemania en Washington, Hans Thomsen, protestó formalmente por la película antes de su estreno. Pero Chaplin no cedió.

La recepción: entre la admiración y la polémica

Cuando El gran dictador se estrenó en Nueva York el 15 de octubre de 1940, la crítica se dividió. Algunos la consideraron una obra maestra del coraje y la inteligencia, mientras que otros la tildaron de insensible o inapropiada, por usar el humor ante un drama real que ya se cobraba millones de vidas. El New York Times elogió la actuación de Chaplin y calificó su discurso final como “una de las expresiones más sinceras de esperanza que el cine haya ofrecido jamás”.

Sin embargo, en Europa la situación era distinta. En los países bajo dominio nazi, la película fue prohibida. En Gran Bretaña, donde el gobierno aún mantenía ciertos límites respecto a la propaganda estadounidense, el estreno se retrasó hasta 1941. En Latinoamérica, su llegada generó debates sobre la neutralidad y la censura, especialmente en Argentina, donde el país todavía no había declarado su posición frente al conflicto mundial.

El discurso que hizo historia

El momento más recordado de El gran dictador llega al final. Cuando el barbero es confundido con Hynkel, se ve obligado a hablar ante una multitud. Pero en lugar del discurso de odio que todos esperan, lanza un mensaje profundamente humano y universal:

“Lo siento, pero no quiero ser emperador. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Quisiera ayudar a todos, si fuera posible: a judíos y gentiles, a negros y blancos”.

Ese alegato, improvisado por Chaplin y grabado en una sola toma, fue un grito de humanidad en medio de la barbarie. Se convirtió con el tiempo en uno de los discursos más citados de la historia del cine, una pieza que sigue conmoviendo generaciones por su vigencia.

Tras el éxito del film, Chaplin fue alabado por muchos y criticado por otros. En los años posteriores a la guerra, con la expansión del macartismo y la paranoia anticomunista en Estados Unidos, su posición pacifista y sus críticas al capitalismo lo pusieron en la mira del FBI. En 1952, fue incluso expulsado de Estados Unidos y se exilió en Suiza, donde vivió hasta su muerte.

A pesar de todo, El gran dictador quedó como una de las películas más influyentes del siglo XX. Fue nominada a cinco premios Oscar, entre ellos Mejor Película, Mejor Actor y Mejor Guion Original. Su valor no reside sólo en la calidad cinematográfica, sino en la valentía de su mensaje: en plena ascensión del totalitarismo, Chaplin eligió el humor para defender la dignidad humana.

Un mensaje que no envejece

Hoy, 85 años después, El gran dictador conserva su fuerza intacta. En tiempos donde resurgen discursos de odio y exclusión, la risa inteligente de Chaplin sigue recordando que el arte puede ser una forma de resistencia.

El 15 de octubre de 1940, mientras el mundo se hundía en la oscuridad, un hombre con bigote pequeño y sombrero hongo decidió desafiar al miedo con una carcajada. Y esa risa, que sonó en los cines hace 85 años, todavía resuena como un eco de esperanza.

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