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Venezolanos en La Plata: “Emigrar fue la mejor decisión de mi vida”

La crisis los empujó a buscar un futuro lejos. Tras elegir nuestra ciudad como nuevo hogar, afirman que “acá tenemos tranquilidad”

Laura Romoli

Laura Romoli
lromoli@eldia.com

1 de Agosto de 2024 | 03:25
Edición impresa

Era una mañana de abril en 2019 cerca de Caracas, cuando, entre las góndolas del supermercado, Daniel vio a su hijo de cinco años correr hacia él exultante: “Papá, hay azúcar”, le dijo. La escena detonó en su mente y se respondió a sí mismo una pregunta que lo rondaba desde hacía años. “Listo, nos vamos”, decidió. Hoy, junto a su familia, Daniel vive en La Plata y, como él, muchos nuevos vecinos que llegaron de su país.

Se estima que unos 8 millones de personas dejaron su Venezuela y se en encuentran en todo el mundo. En Argentina residen unos 200 mil. Cerca de 15 mil de ellos viven en La Plata. Trabajan para vivir y para “la remesa”: girar dinero a sus familias, a las que, afirman, “cada vez les alcanza para menos”. Así lo cuenta Ricardo Nahmens. “Mi madre gana alrededor de tres sueldos y eso es el 20 por ciento de lo que una persona paga de expensas de un departamento en Caracas”, detalla durante una visita que ayer realizaron a la redacción de EL DIA.

Ricardo (32) llegó a La Plata en 2016, con un título universitario de kinesiología. No pudo pensar la decisión de emigrar demasiado. Después del tercer intento de secuestro, se fue. Hoy vive en el casco junto a su hermano, licenciado en Administración por la Universidad Católica de Venezuela, y puso un negocio de comidas.

“No vislumbraba que a través del trabajo honesto y de un profesional pudiera ahorrar y crecer con los planes que tenemos todos: de hacer una familia, tener tu hogar, comprar un auto, eso no es posible bajo unos parámetros normales de un trabajador profesional en Venezuela”, cuenta.

Lo escucha con atención Daniel Petit (40), un relacionista público que hoy trabaja de Uber y vive en Los Hornos con su familia. Al describir el contexto de pobreza en la que cayó Venezuela, sostiene haber sido “casi un privilegiado” en medio de una crisis económica en la que “la gente de mi alrededor perdía peso por no comer lo suficiente”.

Daniel recuerda que el proceso de decidir dejar su país duró años. Poco antes de ver a su hijo fascinado por encontrar azúcar en un supermercado, había visto a un amigo tardar tres días en conseguir una crema para una erupción. “Yo vi otra cosa, pero mi hijo no sabe lo que es un país libre y no quiero que crezca así”, sintió cuando resolvió lo que describe como “la mejor decisión de mi vida”.

Y describe: “Cuando llegué, tuve que aprender todo en un año. Reconvertirme, trabajar de algo para lo que no me preparé. Pero no estoy preocupado porque me secuestren, porque alguien de la familia se enferme, por no tener agua, luz o gas. Tengo tranquilidad”.

Nahmens grafica: “El salario mínimo se podría estimar en unos 100 dólares, que tienen incluidos pagos de tickets para la compra de comida. Pero hacer una arepa en casa cuesta unos 15 dólares. He visto a la gente contar las fetas de queso que le pone a la comida”.

De 68 años, Lysbeth Utrera escucha y asiente. Es concejal en licencia por el partido Voluntad Popular en la ciudad de Sucre. Vino a La Plata porque sus hijos viven aquí y porque “Venezuela se volvió invivible”. Insiste en remarcar las denuncias de la líder opositora María Corina Machado sobre “el fraude más descarado de la historia”, y en reclamar “apoyo internacional para frenar la dictadura de Nicolás Maduro”.

Remarca que la causa no es ideológica: “No hay una guerra de dogmas o corrientes de pensamiento, esto es una emergencia humanitaria. En Venezuela no hay estado de derecho. Lo hemos perdido todo, por eso estamos dispuestos a dar la vida”, explica.

Lysbeth se desborda al intentar transmitirlo. “La vecina que tenía antes de mudarme era una chica que no tendría más de 33 años. La semana pasada me enteré que falleció de un mioma porque para hacerse una tomografía necesitaba 250 dólares que nunca consiguió”.

Tiene dos nietos en La Plata pero uno en Sucre. “Va una vez por semana a la escuela pública. ¿Qué futuro puede tener?”, se pregunta. Daniel remata la escena general: “La desesperanza es la mejor amiga de Maduro, que busca desalentar el voto de la gente. Pero, como nos dicen ustedes todo el tiempo, los venezolanos siempre estamos felices y vamos a vencer”.

Y concluye: “Vinimos a sumar y a aportar a la cultura del trabajo. Como migrantes no hay otro camino que el del trabajo. Y estamos agradecidos de estar acá y de cómo somos tratados. No cambiaríamos los problemas que tiene la Argentina por los de Venezuela”.

 

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Lysbeth Utrera, Daniel Petit y Ricardo Nahmens, ayer, en la redacciòn de EL DIA / Gonzalo Calvelo

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