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El 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer gran quiebre institucional en la Argentina. Clausura del Congreso, persecución a opositores, luz roja para la democracia. El golpe de Estado contó con el apoyo de muchos sectores
Hoy se cumplen 90 años de la revolución del 6 de septiembre de 1930 que derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen, en lo que resultó ser el primer gran quiebre institucional que sufrió nuestro país luego del período de la organización nacional. A partir de allí se sucedieron, en distintas décadas, cinco dictaduras militares hasta el retorno del sistema democrático en 1983.
Cabría señalar que Yrigoyen había sido presidente entre 1916 y 1922, sucedido en el siguiente turno por el también radical Marcelo Torcuato de Alvear. Fue Don Hipólito un caudillo popular de personalidad carismática, que resultó electo por segunda vez en 1928 con un respaldo contundente: la vigencia de la ley Sáenz Peña, que había establecido la obligatoriedad y el secreto del voto en 1912, hizo que fuera a las urnas el 80 por ciento del electorado; el 60 por ciento sufragó la candidatura del caudillo de la UCR.
El cuño democrático del origen de su gobierno, el reconocimiento para la vida política por primera vez de los aportes de vastos sectores de la población -en especial de los inmigrantes y de la naciente clase media argentina, a las que dio identidad-, la incipiente incorporación de las maquinarias en la producción agraria, la consolidación de la educación pública en todos sus niveles y una primera política vial, con el tendido de algunas rutas nacionales gravitantes, formaron parte de los avances del gobierno de Yrigoyen.
En la primera presidencia de Yrigoyen no puede dejar de mencionarse un acontecimiento de enorme significación como resultó ser la reforma universitaria, concretada en 1918, que fue resultado del surgimiento de libertades y que mejoró en forma sustancial el funcionamiento y la concepción de las universidades nacionales de La Plata, Córdoba y Buenos Aires.
En “Mi vida, mi doctrina” (Ediciones El Aleph, 2000) se reproducen palabras del propio Yrigoyen sobre su doctrina: “Naturalmente que me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelaban un poco de justicia”.
Luego de señalar que se había opuesto siempre a las pretensiones particulares de sectores hegemónicos y que, en cambio, había querido el triunfo de sus ideas, “mi concepción de la libertad y de la justicia, y las glorias y prosperidades futuras serán comunes, porque no trasuntan el triunfo de un partido político sobre otro, sino el de la nación para bien de todos”.
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El del 30 se trató de un golpe militar cuyos líderes fueron José Félix Uriburu y Agustín P. Justo. El derrocamiento de Yrigoyen entronizó en el poder a Uriburu, pero, además, ese golpe de Estado contó a su favor con el apoyo de grandes sectores de la sociedad y se vio facilitado por las ingenuas actitudes de muchos líderes democráticos de ese tiempo. Los historiadores aseguran que hubo menos militares que civiles en la conjura. Como trasfondo existía una crisis económica inocultable que en esos años se hizo también sentir en la mayoría de las naciones.
Memoriosos platenses recordaban los festejos que se desataron ese día en la Ciudad por la caída de Yrigoyen, por ejemplo entre los conservadores que se nucleaban en la sede del Jockey Club. A esa actitud, a pocos metros de allí, se sumaban las expresiones favorables al golpe de Estado en la sede del Rectorado de la Universidad, por parte de grupos estudiantiles considerados progresistas, en su mayoría integrados por adherentes del partido Socialistas que por entonces era la tercera agrupación política en discordia después de radicales y conservadores.
Uriburu había contado con el firme apoyo de la plana mayor del Ejército, de un ala de los conservadores (ya que el conservadurismo de Salta, Tucumán, Córdoba, San Luis, Corrientes y Buenos Aires no se mostró de acuerdo con los alcances de la conjura de Uriburu) y del respaldo de las agrupaciones nacionalistas que simpatizaban con las ideas fascistas de Mussolini. A Justo, que llegaría un año más tarde a la presidencia, lo apoyaba el resto de los partidos opositores, especialmente el socialismo.
Uriburu siempre tuvo en claro que la finalidad de la rebelión, además de derrocar a Yrigoyen, era la de “evitar que se repita el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia”, es decir que apuntaba a suprimir el sistema democrático. En cambio, Justo sostenía la tesis de que la revolución debía limitarse a desalojar del poder al viejo caudillo radical, pero manteniendo el régimen institucional determinado por la Constitución.
Hace diez años el constitucionalista Juan Paulo Gardinetti afirmaba en un artículo publicado en este diario que “el 6 de septiembre de 1930 es una fecha nefasta en la historia argentina por varios motivos. En primer lugar, se produjo una ruptura en el orden constitucional y democrático del país. Configuró un pronunciamiento militar con todas las características de los golpes de Estado modernos, propios del siglo XX: derrocamiento de las autoridades legítimamente constituidas, clausura del Congreso, anulación de la participación efectiva de la fuerza política popular mayoritaria, persecución, encarcelamiento y tortura a los opositores, favorecimiento a los grupos tradicionales de la oligarquía nacional, cuyos miembros, además, ocuparon importantes cargos en el gobierno de facto”.
El derrocamiento de Yrigoyen fue también el primer golpe de Estado en nuestro país en el que afloraron las tendencias autoritarias de dos grandes sectores representados por la izquierda y la derecha políticas de la Argentina. También, como se dijo, la superficialidad de líderes políticos que no advirtieron la magnitud de la crisis que se desencadenaría con el derrocamiento del gobierno constitucional. Pero también es cierto que la irrupción del movimiento armado contó con el apoyo de buena parte de la población.
Los militares habían tomado el poder como epílogo de algunas acciones desafortunadas del gobierno y por el empuje de parte de la oposición política, de grandes grupos económicos y de los estudiantes universitarios. Los rumores sobre la presunta senilidad del presidente, su aparente enfermedad, las impaciencias colectivas ante una situación económica que se deterioraba -en un contexto mundial dominado por la crisis del 30-, se combinaron para potenciar un clima de agitación en todos los niveles de la sociedad.
Un mes antes del golpe los diputados conservadores y socialistas independientes de varias provincias lanzaron una declaración -el Manifiesto de los 44- en el que exigieron al Poder Ejecutivo “el cumplimiento de la Constitución Nacional y la correcta inversión de los dineros públicos”.
En junio ganaron los antipersonalistas en Entre Ríos y a partir de allí las resistencias y la propaganda contra Yrigoyen se intensificaron. Unidos a los socialistas independientes y a los conservadores, los antipersonalistas realizan actos públicos de repudio al gobierno nacional en varias ciudades del país, entre ellas La Plata, la capital federal y Córdoba.
El 4 de septiembre se producían graves incidentes en la Plaza de Mayo cuando se reprimió una manifestación estudiantil que exigía la renuncia del Presidente de la Nación y que en parte encabezó el respetado líder socialista Alfredo Palacios. El saldo fue de un muerto y varias personas heridas.
Palacios era decano de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata y pedía ya la renuncia del Presidente, al tiempo que en la Universidad se suspendían las clases. La posición de los estudiantes platenses, sin embargo, era muy clara: cuestionaban expresamente al gobierno, pero la Federación Universitaria decía que el estudiantado “se alza indignado ante la sola suposición de ser gobernados por la espada”.
Gravemente enfermo, el 5 de septiembre Yrigoyen delegó provisoriamente el mando en el vicepresidente Enrique Martínez, cuando ya era público el famoso manifiesto revolucionario redactado por Leopoldo Lugones (“La hora de la espada”). Hacia la medianoche, una caravana de automóviles con civiles armados se internó en Campo de Mayo.
En La Plata se producían choques entre estudiantes y la policía y la Federación de Estudiantes de La Plata declaraba la huelga general con un fuerte pronunciamiento contra el presidente Yrigoyen, aunque afirmando: “Dictaduras. Nunca! Conservaremos intactas nuestras fuerzas espirituales y no soportaremos jamás una curatela infamante”.
El general Uriburu tomó el poder el 6 de septiembre. Dirigentes socialistas, conservadores y hasta radicales de renombre comenzaron a pronunciarse satisfechos y hasta partidarios con el golpe de Estado. Una verdadera muchedumbre documentada gráficamente asistió al juramento.
Lo cierto es que el 6 de septiembre, mientras Uriburu ingresa triunfante al poder, Yrigoyen, que se encontraba enfermo en su domicilio de la calle Brasil, decide dirigirse a La Plata acompañado por su ministro Oyhanarte.
Hipólito Yrigoyen
José Félix Uriburu
Alfredo Palacios
Agustín Pedro Justo
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