Amor sin tantos papeles: los nuevos modos de formar pareja

En La Plata, como en el resto de la Provincia de Buenos Aires, las uniones convivenciales empiezan a consolidarse como una alternativa real al matrimonio tradicional. Aunque los números todavía muestran una preferencia mayoritaria por el casamiento civil, año tras año esa distancia se achica y refleja un cambio profundo en las formas en que las personas eligen vivir y organizar sus relaciones afectivas. Mientras los casamientos descienden de manera sostenida en la provincia —de 58.671 en 2022 a 50.844 en 2024—, las uniones convivenciales no paran de crecer: en ese mismo período pasaron de 34.968 a 41.040. Sin embargo, en la Ciudad tanto los casamientos como las uniones convivenciales mostraron una baja simultánea como reflejó EL DIA hace algunas semanas, aunque el descenso fue más marcado en el caso de estas últimas.

El psicólogo platense y profesor de la Facultad de Psicología de la UNLP, Juan Manuel “Mel” Gregorini, consideró que “no se confía más en la institución matrimonial”. “Entró en jaque y hay una menor demanda de casamientos”, metaforeó. “Tiene que ver con la era de la posmodernidad, donde se apuesta mucho más a este tipo de vínculos más livianos, más flexibles”, enfatizó.

“Nosotros lo hicimos para poder alquilar juntos sin problemas”, cuenta Iván (34), trabajador de la economía popular, que desde hace cinco años convive con Martina (31), artista visual. “Nos pedían demostrar una relación estable y como no estábamos casados no nos alcanzaba con decir que éramos pareja. Con la unión convivencial pudimos inscribirnos como cotitulares del contrato de alquiler”, explica. Para Iván, el matrimonio siempre le pareció “una estructura antigua” y asegura que no lo ve como algo necesario. “Ni hablar de hacer una fiesta o gastar en un vestido. Si nos amamos no hace falta mostrarlo firmando un acta”, asegura.

Cada vez menos parejas deciden casarse / Freepik

Distinto es el caso de Carolina y Damián, ambos docentes, que eligieron la unión convivencial luego de más de diez años de noviazgo. “Queríamos algo que nos diera un marco legal, sobre todo por los bienes en común, pero sin tener que pasar por toda la burocracia del casamiento”, dice Carolina. “A nosotros nos gusta mantener cierta independencia, cada uno con su apellido, su cuenta, su ritmo. Y la unión te permite eso”, agrega. “Por ahora no pensamos casarnos. Puede ser que más adelante lo hagamos por lo simbólico, pero por ahora con esto nos alcanza”.

Desde la reforma del Código Civil en 2015, la unión convivencial se volvió una opción con peso propio dentro del derecho argentino. Gracias a ese cambio, parejas que conviven sin estar casadas pueden acceder a una protección jurídica clara, aunque existen diferencias sustanciales con la sociedad conyugal. Tal como explican los abogados especializados en familia, la principal divergencia radica en el régimen patrimonial: mientras que en el matrimonio los bienes se presumen compartidos salvo que se opte por la separación de bienes, en las uniones convivenciales ese acuerdo debe ser explícito desde el inicio. Además, ante una separación, si hay desequilibrio económico, el matrimonio prevé la posibilidad de solicitar una compensación, algo que no está contemplado con igual claridad en las uniones.

Más allá de los números, las nuevas formas de convivencia reflejan un cambio en la cultura y en las prioridades de las parejas. El amor se vive y se formaliza de otras maneras, con menos peso en lo simbólico del casamiento tradicional y más enfoque en la funcionalidad legal y económica.

Para muchas parejas jóvenes, lo que prima es la flexibilidad. “Yo me casé a los 23, me separé a los 28, fue un proceso larguísimo y agotador”, recuerda Estela (39), empleada administrativa, que hoy está en pareja con Camila desde hace cuatro años. “Con Cami decidimos hacer una unión convivencial para no tener que andar probando que vivimos juntas si alguna se interna o necesita tomar decisiones médicas”, cuenta. “Pero no queremos casarnos ni que nos mezclen con una estructura que no nos representa. Queremos que nuestros derechos estén claros, pero no hace falta imitar al modelo tradicional para eso”.

“En la era de la posmodernidad, se apuesta a vínculos más livianos, más flexibles”, afirman

Para muchas parejas, elegir entre una figura u otra no implica una desvalorización del amor o del compromiso. “Con Pedro estamos juntos desde hace ocho años, criamos a nuestra hija, compartimos todo, pero no sentimos la necesidad de casarnos”, dice Lucía, kinesióloga de 36 años. “La unión convivencial fue una herramienta útil para incluirme en la obra social de él y para firmar papeles en el colegio de nuestra hija. No fue una declaración de amor, fue una decisión práctica”.

El compromiso mutó y el matrimonio pierde peso / Freepik

Lo emocional, sin embargo, sigue jugando un rol. Como señalan algunos sociólogos especializados en vínculos contemporáneos: “Lo que se observa no es el fin del amor ni la caída de la pareja, sino una diversificación de las formas. La unión convivencial ofrece la posibilidad de formalizar sin el peso simbólico y ceremonial del matrimonio. No reemplaza al casamiento, pero amplía las opciones”.

El crecimiento de las uniones convivenciales plantea nuevos desafíos para el Estado y para el sistema legal, que debe acompañar estas transformaciones sociales. Mientras tanto, las parejas siguen buscando la manera que mejor se adapte a su realidad para decir “sí, quiero”... o algo parecido.

Cada historia revela un matiz, una motivación distinta, una forma de construir el amor más acorde a los tiempos que corren. Mientras algunos siguen soñando con el vestido blanco y la fiesta, otros priorizan la obra social o el alquiler compartido. Lo que está claro es que el afecto no necesita de una sola manera de validarse. Porque, al final del día, como dijo Iván, “si nos amamos, no hace falta firmarlo ante un juez”.

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