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Ocurrencias: afectos cronometrados

Ocurrencias: afectos cronometrados

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

9 de Marzo de 2025 | 02:57
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ABRAZOS CORTOS.-El aeropuerto internacional de Dunedin, en la isla sur de Nueva Zelanda, mide la duración de los adioses. En la entrada hay un cartel que dice: “El tiempo máximo de abrazo es de tres minutos. Para despedidas más cariñosas, utilice el estacionamiento”. De besos, ni hablar.

La cosa no está para andar desgastando energía y mimos en el pre embarque. Tres minutos y no hay alargue. Lapso uniforme para los que se marchan para siempre como para los que vuelven la semana que viene. No se puede andar carreteando con mimos intensos y prolongados. Llorar mucho tampoco concede tiempo adicional. Tres minutos y “¡buen viaje!”.

Hubo quejas. ¿Se puede cronometrar una despedida? ¿Quién es quién para decidir la duración de un adiós? A los más apasionados les advierten que la torre de control está vigilando. Un abrazo largo y efusivo es observado como una exagerada muestra de cariño en un no lugar donde entre el cacheo, el despacho, el llamado a embarcar y la muestra de documentos le va quitando romanticismo a la despedida más sentida.

Partir es una palaba que dice más de lo que se cree. Es iniciar un viaje, pero también partirse en dos cuando llega la hora de separarse. Hay algo de inminente lejanía en ese avión que despega llevándose por el cielo lo que tanto queremos. No hay lugar para agitar la mano desde la ventanilla. Cuando el aparato levanta vuelo, el que queda en tierra ensaya una caminata mezclada de soledad y nostalgia. En un abrazo de tres minutos hay tiempo suficiente como para descansar sobre otra persona, llorar, prometer, ver caer el corazón al piso y recogerlo. Y dejar ir, que para eso se ha inventado ese abrazo de despedida, una paradoja tramada entre dos cuerpos, sus almas y la distancia.

GUSTAR EN CINCO MINUTOS.- Cada vez son más los solteros y las solteras que se unen a la experiencia de las citas exprés (fast dating). En la ciudad de Buenos Aires esta modalidad de encuentros funciona desde 2002. La dinámica es simple: las solteras se sientan en mesas separadas y los hombres van rotando cada cinco u ocho minutos por todas las mesas. Si a alguno de ellos le gustaría seguir conociendo a una persona, deberían indicarlo en la planilla que se entrega al inicio del evento. Si ambos quieren seguir conociéndose, hay match, y la empresa les facilita los contactos al día siguiente. Por supuesto, de más duración. Te proponen en una noche un máximo de 15 citas en hora y media. Si en la recorrida no recibiste ni una mirada ni una sonrisa, más vale que dejes el donjuanismo extra rápido para otros. Conmueve ver una sala llena de ilusionados vendiéndose a los apurones. Hay que ser rápidos y ocurrentes para poder ganar de entrada la atención del otro. Es un casting maratónico y a toda marcha que te exige ingenio, buen decir, presencia y la cuota de inspiración y azar. Flechazo en un circuito vertiginoso. El va a buscar una apariencia vendedora. Ella se conforma con un fracasado interesante. Cinco minutos bastan, no para descifrar las zonas secretas del otro, pero si para andar descartando aburridos/as, chocantes y estropeadas/os. Como dijo Milena Busquets: “Nunca se sabe lo que ocurre entre dos personas, pero todo lo que ocurre, ocurre siempre entre dos personas”.

FESTEJO SOSPECHOSO.- Esto del reloj midiendo afectos también apareció en otros espacios. Se acuerdan cuando echaron al mandamás del fútbol español por haber besado sin permiso a la capitana del equipo de fútbol que había ganado un torneo mundial. Se lo consideró como un beso demasiado prolongado para ser calificado de festejo. El juicio habló de intensidad, consentimiento y abuso. El insiste que le avisó. Ella se quejó de que no le dio permiso para enfrentar semejante estilo de regocijo. La cuestión es que la capitana se graduó de premiada y victima en una misma tarde y el ex presidente tras ser despedido hasta moderó los besos navideños.

A los afectuosos exagerados se les va achicando mucho la cancha. Es difícil descifrar la diferencia entre la galantería bien inspirada y el halago que busca algún vuelto. Los viejos donjuanes andan confundidos y cabizbajos. El hombre, en un par de años pasó del beso obligatorio al abrazo culpable. Cuando ya se había acostumbrado a besar todo lo que se movía, aparecieron las justicieras para tarifar hasta la amabilidad. Hoy, al viejo amor lo han instalado en una dinámica de velocidad y acertijo

 

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