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Los arreglos prenupciales dejaron de ser un tabú y se consolidan como una herramienta moderna para ordenar el patrimonio, prevenir conflictos y construir vínculos más transparentes
Solo pueden regular cuestiones patrimoniales / freepik
Durante mucho tiempo, hablar de dinero antes de casarse fue visto como una falta de romanticismo. Como si poner sobre la mesa los bienes, las deudas, las herencias futuras o la autonomía económica fuera una forma de sospecha. Sin embargo, en los últimos años comenzó a consolidarse una mirada diferente: la de los llamados “matrimonios inteligentes”, una forma de entender que el amor no está reñido con la claridad jurídica, sino que muchas veces se fortalece gracias a ella.
Casarse no es solo compartir una ceremonia, una fiesta y un proyecto de vida. Es también un acto jurídico con consecuencias patrimoniales inmediatas.
Desde el mismo día del casamiento, la ley fija reglas sobre lo que se comparte, lo que pertenece a cada uno y cómo se distribuyen los bienes si la relación termina por separación o fallecimiento.
Esa dimensión legal existe, aunque muchas parejas la ignoren. Y justamente allí aparece el nuevo paradigma: decidir antes, cuando el vínculo está sano, lo que antes se dejaba librado al azar.
Los contratos prenupciales —o convenciones matrimoniales— existen en la Argentina desde la reforma del Código Civil y Comercial de 2015. Desde entonces, las parejas pueden elegir, antes de casarse, qué régimen patrimonial desean adoptar. No se trata de acuerdos informales ni promesas verbales: deben realizarse mediante escritura pública ante escribano y quedar asentados para que tengan validez frente a terceros, tal como lo establece la información oficial del Ministerio de Justicia de la Nación.
Aunque durante años fueron poco conocidos, los números muestran un cambio cultural. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por ejemplificar con territorio y estadísticas, solo en 2024, de los 10.468 matrimonios inscriptos, 3.501 optaron por el régimen de separación de bienes.
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Esto representa el 33,4% de los matrimonios, una cifra que duplica la de 2016.
En el resto del país el fenómeno es más heterogéneo, pero especialistas coinciden en que existe una tendencia incipiente: cada vez más parejas jóvenes conversan sobre dinero, patrimonio y autonomía antes de casarse, impulsadas por una mayor independencia económica de las mujeres y una conciencia más extendida sobre los derechos individuales.
En Argentina existen dos grandes regímenes patrimoniales. El primero es el de comunidad de bienes. Es el que rige automáticamente si la pareja no firma ningún acuerdo. Bajo este sistema, todo lo adquirido durante el matrimonio es considerado ganancial, excepto herencias, donaciones o bienes que ya eran propios.
No obstante, el segundo es el régimen de separación de bienes. Allí, cada cónyuge mantiene la titularidad exclusiva de lo que adquiere durante la vida matrimonial. En términos simples: se puede compartir el proyecto de vida sin mezclar necesariamente todos los patrimonios.
Pero estos contratos no son un “vale todo”. La legislación argentina es muy clara sobre qué puede y qué no puede incluirse. Solo pueden regular cuestiones patrimoniales. Está permitido pactar el listado de bienes propios que cada parte aporta, las deudas existentes al momento del casamiento, las donaciones entre futuros cónyuges, la elección del régimen patrimonial y la identificación y valuación de bienes registrables. Todo lo económico puede ser ordenado; todo lo íntimo queda excluido.
Lo que está prohibido es, muchas veces, lo que más curiosidad genera. No se pueden incluir cláusulas sobre conductas personales. No existen sanciones legales por infidelidad, no se pueden imponer penalidades por abandono, ni cláusulas sobre aspecto físico, peso, hábitos íntimos o exigencias emocionales.
En países como Estados Unidos se han firmado contratos con disposiciones llamativas —como sanciones económicas ante recaídas en adicciones o cláusulas de fidelidad—, pero en Argentina esas cláusulas serían nulas. El divorcio es incausado: no se juzga la culpa ni se castigan conductas privadas.
¿En qué casos suelen ser más útiles estos acuerdos? Cuando existe un patrimonio previo significativo, empresas, sociedades, emprendimientos, propiedad intelectual, activos tecnológicos, herencias previsibles o hijos de relaciones anteriores. También cuando se trata de segundas nupcias o cuando se busca evitar largos litigios.
Un dato poco conocido es que, incluso cuando un bien es propio, los frutos que generan durante el matrimonio —rentas, alquileres, dividendos— pueden transformarse en gananciales si no existe una previsión clara.
Los profesionales que trabajan a diario con separaciones y divorcios suelen ser contundentes: la mayoría de las rupturas no se planifican. No se imaginan, no se conversan, no se anticipan. Llegan por decisiones abruptas, cambios emocionales, crisis económicas o circunstancias inesperadas. Por eso, el enfoque del matrimonio inteligente no consiste en prepararse para el fracaso, sino en cuidar el vínculo desde el momento en que todo está bien.
La clave está en entender que prever no debilita el amor, lo fortalece. Pactar reglas claras cuando existe diálogo evita resentimientos futuros. Ordenar el patrimonio ayuda a que la pareja se concentre en lo importante: los afectos, los proyectos comunes, la crianza, los sueños compartidos. Lejos de generar distancia, muchas veces genera alivio.
Formalmente, los pasos son simples. Primero, firmar el acuerdo antes del matrimonio. Segundo, buscar asesoramiento profesional especializado, que permita equilibrar intereses y anticipar escenarios. Tercero, comprender que no se trata de dividir, sino de organizar. El amor no se pone en riesgo por hablar de dinero; se pone en riesgo cuando el dinero se convierte en un campo de batalla.
El llamado “matrimonio inteligente” es, en el fondo, una filosofía. No se casa quien teme que termine, sino quien elige construir sobre bases sólidas. Casarse con inteligencia es casarse con los ojos abiertos: sabiendo qué se comparte, qué se preserva y cómo se cuida el proyecto común desde el primer día.
Tal vez el romanticismo moderno no consista en jurar eternidades ciegas, sino en animarse a conversar lo que antes se silenciaba. Tal vez amar también signifique poner reglas claras sobre lo material para que lo emocional no se rompa.
Porque, a fin de cuentas, un vínculo no se protege con promesas vagas, sino con acuerdos honestos.
La mayoría de las rupturas no se planifican: llegan por decisiones abruptas o crisis
Los prenupciales existen en Argentina desde la reforma del Código Civil y Comercial de 2015
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