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Séptimo Día |CORREO DE LECTORES

Matar a Perón (Parte 3)

Matar a Perón (Parte 3)

ANDRÉS SALINERO

9 de Noviembre de 2025 | 02:54
Edición impresa

 

Pero no era eso lo que molestaba ahora al bueno de Baroja, qué carajo le importaban las misiones secretas y la puta madre que los parió a todos estos tipos. Lo que invadía su mente como la langosta a un maizal era la hawaiana de su sueño, o mejor dicho, la humillante conciencia de que nunca jamás en su vida conocería a una bella hawaiana desnuda mirándolo extasiada desde una playa de arenas blancas; ni siquiera que alguna vez se subiría a una tabla de surf. Y, como tantas otras veces, no le encontró demasiado sentido a su existencia.

-Todo esto es medio absurdo.

Musitó por lo bajo, aunque extrañamente, lejos había estado en su vida de haber leído a Beckett o Sartre, y el mito de Sísifo le era ajeno. Era lo que se dice un talento desperdiciado, o en otras palabras tal vez más crueles -y por eso más certeras- un pobre tipo que nunca había tenido el coraje de vivir; aunque en el barrio de su infancia esto se decía de otra manera.

Absorto como estaba en éstas y otras disquisiciones, completamente baladíes por cierto a esta altura de su vida, Baroja había olvidado a Laramuglia, que seguía mirándolo fijo desde la puerta de la pieza como esperando alguna respuesta, alguna reacción, los brazos cruzados, las rechonchas piernas separadas. El tano pelotudo éste había entrado pateando la puerta, bien a lo milico aunque no lo fuera, interrumpiendo el húmedo sueño de Baroja (húmedo por el agua del Pacífico, donde está Hawai), y era eso lo que lo fastidiaba profundamente.

-Sí, enseguida voy.

Contestó Baroja con voz casi inaudible, su mirada dirigida al piso mientras se ataba los cordones. Laramuglia pareció conformarse con la respuesta, porque dio media vuelta y desapareció. Eso sí, dejando la puerta abierta.

A media tarde, Baroja se acercó a la bomba -a esta altura casi su alter ego-, y algo de lo que hasta entonces no se había percatado le llamó la atención. Entrecerrando los ojos, porque además de miopía tenía presbicia, en un extremo de la carcasa metálica leyó “Tora Tora”, escrito con letra pequeña. “Tora Tora”, redundó lánguidamente Baroja, a quien ya casi nada del mundo le resultaba ajeno. Pero esta vez se sentía sorprendido. No entendía. Ni el significado de esas raras palabras, ni mucho menos porqué alguien se habría tomado el tonto trabajo de escribirlas...

Continuará...

 

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