

El Funeral del rey Balduino, el 7 de agosto de 1993. El rey Alberto, la reina Fabiola y la reina Paola / Web
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A través de la turbulenta historia, los reyes han enfrentado tragedias y desafíos inesperados, mostrando una mezcla de claroscuros que han dejado una huella en el presente
El Funeral del rey Balduino, el 7 de agosto de 1993. El rey Alberto, la reina Fabiola y la reina Paola / Web
VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU
La realidad supera la ficción. Una frase que es un lugar común pero que nos sirve para describir la historia de la monarquía en Bélgica. Aunque hoy, con los reyes Felipe y Matilde a la cabeza, parezca ser una de las casas reales más estables, el pasado los condena. Los reyes al frente de la monarquía belga conforman un ramillete de contradicciones que los opaca y los enaltece en partes iguales.
Leopoldo I, a principios del siglo XIX, fue el más ambicioso e influyente; Leopoldo II, monarca sanguinario, fue el responsable de la muerte de diez millones de nativos en el Congo a los que sometió al trabajo esclavo. Alberto I, sucesor de Leopoldo II, fue un héroe de la Primer Guerra Mundial pero inauguró la triste tradición que persigue a los reyes belgas: morir en vacaciones. El pobre Alberto falleció luego de una caída mientras estaba escalando.
Boda Balduino y Fabiola / Web
Leopoldo III, sucesor de Alberto I, pasó a la historia como “el rey traidor” por su comportamiento en la Segunda Guerra Mundial. Su vida fue marcada por una tragedia sucedida, justamente, en unas vacaciones. Él y su esposa, la muy querida reina Astrid, estaban en su casa veraniega suiza en el verano de 1935 y decidieron salir a dar una vuelta con el auto. Con el chofer, lógicamente. Pero al hombre lo mandaron atrás y tomó el volante Leopoldo, que recién estaba aprendiendo a manejar. Una pequeña distracción hizo que perdiera el control y chocara contra un árbol. Los hombres resultaron ilesos pero Astrid, murió. Tenía 29 años y tres pequeños hijos que quedaron desolados al igual que el pueblo belga que aún hoy la recuerda.
Así llegamos al rey Balduino, hijo mayor de Astrid y Leopoldo, quien es el protagonista de la reseña de hoy. Balduino se convirtió en rey en 1951 tras la abdicación de su padre. Y no pudo escapar a la maldición estival. Un 31 de julio de 1993 falleció de un infarto mientras descansaba en la terraza de Villa Astridia, su casa veraniega en la ciudad de Motril, en España. Dulce y discretamente, murió como había vivido.
Retrato de la reina Astrid / Web
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Se han cumplido 30 años de su fallecimiento y esa casa, testigo de su muerte pero tan llena de recuerdos felices, se ha convertido en un museo que evoca la figura del rey Balduino y de su esposa, Fabiola, de origen español. La inauguración del museo fue presidida por Felipe, el actual rey de los belgas, sobrino de Balduino, y por la reina Sofía de España, por quien Balduino y Fabiola sentían un gran cariño.
Solo 21 años tenía Balduino cuando comenzó su reinado. El rey triste, le llamaban. Y de verdad lo parecía pero, según sus biógrafos, detrás de esos ojos melancólicos, esa cabeza gacha y esa timidez se escondía un hombre con un gran sentido del humor.
Balduino era profundamente católico y, soñaba con ser sacerdote. Pero le tocó ser rey así que ni siquiera le estaba permitido consagrarse a la perpetua castidad. Debía casarse y dar un heredero al trono. Las cortes europeas se pusieron en campaña para ofrecer a sus mejores princesas.
Con Felipe y Matilde parece una de las casas reales más estables, pero el pasado los condena
Margarita, hermana de la reina Isabel II de Inglaterra, sonaba como posible pero fue rechazada por no ser católica. No podemos imagina peor matrimonio posible: Margarita que gustaba de cócteles y sexo desenfrenado al lado de un casi santo.
Mucho más adecuada parecía la infanta Pilar, hija del rey de España en el exilio. Católica, inteligente, de sangre azul y con muchas posibilidades de que su hermano, Juan Carlos, fuera alguna vez rey de España. En 1958, doña Pilar viajó a Bruselas con su padre y, como era costumbre, con una dama de compañía. Eligió a la tímida y no muy agraciada Fabiola de Mora y Aragón, hija de los marqueses de Riera y con ella fue a tomar el té al palacio. Pero las cosas no salieron como estaban previstas porque el rey quedó embelesado no con la infanta sino con la amiga. Y Fabiola, que en realidad quería ser monja, se terminó casando con Balduino, que en realidad quería ser cura.
Don Jaime de Mora y Aragón y su esposa en 1980 / Web
La boda se realizó el 15 de diciembre de 1960 y contó con la presencia de 40 testas coronadas y representantes de la aristocracia europea. Por España fue el entonces príncipe Juan Carlos acompañado por la duquesa Cayetana de Alba, una pareja singular que, según cuentan, fue la atracción el baile.
Fabiola lució un vestido de Cristóbal Balenciaga. Era de seda blanca nieve y con tiras de piel de visón en la cintura, escote y ribeteando la larga cola. Fue un vestido icónico que la propia Fabiola donó a la Fundación Balenciaga donde está expuesto. En la cabeza llevó una tiara ducal, regalo de la ciudad de Amberes. El día anterior, para la gala, había lucido la que le había enviado el dictador Francisco Franco de regalo cuyos diamantes, se descubrió al tiempo, eran falsos y hubo que mandar a cambiarlos.
La única sombra en este feliz matrimonio fue la imposibilidad de que Fabiola llevara los embarazos a buen término. “Nos hemos preguntado por el sentido de este sufrimiento. Poco a poco hemos ido comprendiendo que nuestro corazón estaba así más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos”, dijo una vez el rey quien, ante la falta de herederos, se abocó a preparar a su sobrino Felipe para que algún día pudiera sucederlo.
El rey Felipe de los belgas y la reina Sofía de España en la inauguración del Museo del rey Balduino / Web
Tampoco desde lo institucional fueron todas rosas. En 1990 Balduino se negó a firmar la ley que despenalizaba el aborto por “objeción de conciencia”. Por otro lado tampoco tenía atribuciones para vetarla de modo que “abdicó” por 36 horas delegando las funciones de rey en el primer ministro, quien se hizo cargo de firmarla. Solo la gran popularidad de Balduino hizo que no se creara una crisis institucional ante el desacato a la constitución.
Solo 21 años tenía Balduino cuando comenzó su reinado. El rey triste, le llamaban
En noviembre de 1965 los reyes realizaron una vista a la República Argentina. Visitaron Córdoba, donde la reina pudo ver la clínica para cuya construcción había donado dinero y que a partir de ese momento y hasta hoy lleva el nombre de Reina Fabiola; en Salta visitaron los santuarios del Señor y la Virgen del Milagro, y en la provincia de Buenos Aires junto con el presidente de la Nación, Arturo Illía, se acercaron hasta Jáuregui donde el empresario belga Julio Steverlynck había fundado una fábrica de hilados. Pero don Julio no se había limitado a instalar máquinas sino que, a la usanza europea, había fundado un pueblo con su iglesia, su escuela, las casas para los obreros, el club de fútbol Villa Flandria que aún participa en los torneos de la AFA y una orquesta cuyos acordes sonaron en la vista real. Los reyes Balduino y Fabiola pasearon por la fábrica y por las calles de Flandria que, con sus arroyos, sus puentes y sus bulevares, recuerdan a los pueblos belgas.
Pero no fueron los únicos que vinieron a estas tierras. Como en toda familia, siempre hay una oveja negra. Y en el caso de los Mora y Aragón era Jaime. El hermano mayor de la reina Fabiola podía tener algunos blasones pero nada de efectivo y, como no le gustaba estudiar ni trabajar (aunque probó suerte de taxista y de estibador) encontró en la publicidad, el marketing y la organización de fiestas en Marbella una buena manera de bancar sus vicios. Era lo que en ese entonces se conocía como un “dandy”. Seductor, simpático, elegante y de impecables modales, era el rey de la noche. Cuando su hermana se casó con el rey de Bélgica aprovechó su minuto de fama y ofrecía fotos de ella con autógrafo falso, organizaba visitas guiadas por el ex dormitorio de la ahora reina y hasta vendió su diario íntimo. En sus tantas aventuras recaló por Buenos Aires en 1963 para dar un recital de piano y aparecer en programas de televisión. Por ese entonces comenzaba a emitirse por canal 9 Titanes en el Ring, un programa de lucha libre cuya figura principal era Martín Karadagián quien le propuso a Mora subirse al ring. Era una pelea desigual que nunca iba a llegar a ser pelea sino más bien un show con puesta en escena y todo.
Jaime Mora y Aragón y Martín Karadagian / Web
La historia se armó la noche en que Fabiolo, como se lo llamaba en la prensa argentina, fue de espectador al estadio donde se filmaba el programa y “sin querer” Martín Karadagian rozó la pierna de su esposa. Mora y Aragón, supuestamente ofendido, lo retó a luchar. Martín y Jaime se provocaban a través de los pocos programas de televisión de la época y Jaime hasta llegó a exigir pelear con kimono para que un plebeyo no tocara su cuerpo. Obviamente era todo una farsa pero el encuentro tuvo lugar en el Luna Park ante 16.000 personas y fue un éxito. “Me presentaban como ‘El Conde’. Iba con capa española, sombrero, saludaba muy fino a todas las señoras de la primera fila, besándoles la mano. Y luego salía el pobre armenio, que era el malo y rugía, escupía y me quería dar golpes a traición. Ganamos los dos. Estábamos contratados y, al final, nos repartimos la bolsa”, resumió Mora y Aragón en los medios españoles.
Es obvio que Fabiola y Balduino nunca se trataron con este hermano ni jamás lo invitaron al palacio ni a su casa española. Tampoco fue Jaime al funeral de Balduino del que el lunes pasado se cumplieron 30 años. Fue un funeral extraño en el que la viuda fue de blanco y con una beatífica sonrisa. La música fue protagonista y los discursos fueron polémicos. Una ex ministra habló sobre la realidad de los inmigrantes, un médico contó los sufrimientos de los enfermos de sida y se leyó la carta de una prostituta a la que Balduino había ayudado. Todo había sido organizado por Fabiola quien quiso destacar el carácter pastoral del catolicismo ferviente del rey, más allá de la intelectualidad de las oraciones.
“Este rey-pastor -decía el cardenal de Malinas-Bruselas el día del funeral- ha sido sobre todo el modelo de su pueblo. Le ha dado ejemplo de una conciencia llena de delicadeza, sensible, infinitamente cortés, dócil a las más mínimas exhortaciones morales y espirituales. Para él la conciencia era un absoluto: era la voz del hombre profundo y la voz de Dios y la ha seguido siempre, incluso arriesgando sus intereses personales, poniendo en juego la realeza.” Así lo definió un cardenal y así, como un hombre santo, es recordado.
Balduino poco antes de su muerte, y su esposa / Web
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