La claridad del cuarto oscuro

Los argentinos van hoy al cuarto oscuro, como lo vienen haciendo en forma puntual desde hace 40 años, cuando con la elección de Raúl Alfonsín se reinició el camino, siempre espinoso pero aireado, de la democracia. Y con referencia a los cuartos oscuros –así llamados por cuanto se supone que el votante no está siendo visto por nadie y que las ventanas del lugar se encuentran tapiadas- hay una anécdota digna de memoria.

Uno de los cronistas de la historia electoral argentina, Exequiel César Ortega, que fue decano de Humanidades en la UNLP escribió un admirable ensayo titulado “Quiera el pueblo votar” –la emblemática frase que pronunció Roque Sáenz Peña- en donde básicamente se narra la historia de la ley electoral que impuso en el país el voto secreto y universal.

En una de esas crónicas electorales Ortega habla de un amigo que había terminado de votar. Y que un conocido lo interrumpe en la calle, para preguntarle de dónde venía. El hombre le respondió: “Vengo de la claridad del cuarto oscuro”.

Es que esa suerte de aura contrastante, luminosa y hasta algo paralizante rodea a cada persona cuando ingresa al cuarto oscuro. Hay como una suerte de incertidumbre, de ansiedad y hasta de temor frente a esa responsabilidad. No obstante, cuando el elector introduce su voto en la urna, lo invade una extraña sensación de señorío.

Desde luego que, pese a volverse después en ilusoria, y pese también a los torrenciales desengaños posteriores, esa dignidad cívica acompaña a cada persona cuando vota, cuando tiene la oportunidad de opinar sobre cuál sería la mejor forma de administrar la sociedad en que vive. Importa menos el error que la sensación de haber estado ante una puerta abierta.

Es claro que siguieron existiendo omisiones y deficiencias desde la ley Sáenz Peña. Los cuartos oscuros no siempre fueron tales. Por ejemplo, en una ciudad del interior y en una elección ocurrida hace muchas décadas, las ventanas estaban tapiadas, como lo ordenan las normas electorales. Pero no así la claraboya, que dejaba pasar la luz solar.

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Desde esa atalaya, una suerte de enigmática sombra humana golpeaba el vidrio de la claraboya cuando un votante estaba por tomar una determinada boleta.

Ese misterioso vigía golpeaba el vidrio con un revolver de caño largo: el votante sentía el ruido, miraba hacia arriba y el hombre con el caño del arma le hacía un gesto negativo, para después sugerirle que se corriera hacia otra pila de boletas. De modo que “elegía” finalmente lo que ordenaba el inesperado tutor desde el techo. Así que cuando salía del cuarto oscuro, el elector solía indicarle a los que venían a votar: “te recomiendo que antes de tomar la boleta mires hacia arriba…”, era el consejo.

Claro que hubo desvíos y trampas electorales, que en la Argentina se le asignaron esencialmente a los conservadores de la década del 30. Pero los distintos tipos de fraudes y de trampas nunca tienen un solo dueño y –si se hiciera un homenaje a la verdad objetiva- nadie podría tirar la primera piedra.

“Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”, dijo Abraham Lincoln

Antes de la ley Sáenz Peña, sobre todo antes, pero también después de su sanción, las trampas también rodearon y muchas veces entraron a los cuartos oscuros. Las crónicas de Fray Mocho, de Mansilla, de muchos historiadores pueblerinos, son copiosas en anécdotas. Una de ellas, ya transcripta hace años, con mayor desarrollo, en esta columna, se registró cuando muchos ciudadanos votaron por “el mesmo”.

La crónica sobre una elección registrada en su provincia el 10 de enero de 1875 que pertenece al escritor entrerriano Juan Bautista Ghiano, cuenta que el acto comicial se desarrolló en el atrio de la iglesia principal de Nogoyá, para renovar el Concejo Deliberante de esa ciudad. Se votaba frente a la mesa, a voz alzada.

El que hacía de presidente de mesa escribiría en el acta electoral: “A las 12 del día los componentes de la mesa llamaron a votar de la siguiente forma: preguntado el vecino Santiago Aquino, manifestó votar para municipales por Mateo Carboni, Darío Graz, Avelino Mantero, Teodoro Menoyo, José Salas, Evaristo Martínez, Padre Hipólito Lesca, Francisco Bolívar, Crispin Gallo, Tristán Frutos, Juan Iturburo, Fco. Pruso y Juan Bonetti”.

Sigue el puntilloso informe de la autoridad: “Luego, se siguió llamando y se fue anotando en el acta: “Vota por el mesmo”, “vota por el mesmo”. A las cuatro de la tarde, se labró el acta firmada por algunos de los presentes, donde quedó asentado que “el mesmo resultó ser el imbatible vencedor”.

LA PLATENSE JULIETA LANTERI

En 1912 el presidente Roque Sáenz Peña, que la había impulsado, obtuvo la sanción de la ley que estableció el voto universal, secreto y obligatorio, hoy vigente. Pero una de las críticas más profundas que se le hace es que las mujeres recién pudieron votar por vez primera en 1948, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, cuando se incorporó el voto femenino.

Esta sola situación podría abonar la idea de que el sistema electoral argentino vino retrasado, cuando en realidad fue todo lo contrario. En primer lugar, la restricción del voto femenino rigió para la mayoría de los países hasta bien entrado el siglo XX.

“Te recomiendo que antes de tomar la boleta mires hacia arriba…”

Se asegura que la ley Sáenz Peña no prohibía en su texto el voto de la mujer, y esto ya era un adelanto para la época. Se conoce que la primera mujer que votó en la Argentina fue una médica, Julieta Lanteri, que votó el 26 de noviembre de 1911. Lo que después ocurrió es que el padrón electoral se conformó con las listas que surgían del servicio militar obligatorio, hasta que se reformó el sistema y se creó el actual padrón que incluyó a las mujeres, por supuesto que absurdamente relegadas desde más de treinta años antes.

Julieta Lanteri llegando a los comicios para depositar su voto / Web

Lanteri fue la primera egresada del Colegio Nacional de La Plata y la sexta médica en recibirse en el país. Una estación de subte lleva su nombre y ella fue definida como “una topadora sufragista”.

El sistema electoral consagrado por la ley Sáenz Peña, pese a todo, colocó a la Argentina entre los países de vanguardia, según lo consignó el jurista Carlos Alberto Mayón en su trabajo titulado “La ley Sáenz Peña en el contexto mundial de los siglos XVIII, XIX y XX”.

“El movimiento hacia el sufragio universal –que se estableció en la Provincia de Buenos Aires en 1821, más tarde en la Constitución en 1853, y en la legislación en 1857 en Argentina, comenzó casi al mismo tiempo en Francia al promediar el siglo XIX, en Gran Bretaña en 1866 y en Noruega en 1898. Alemania pasó a este sistema en 1907 y Suecia en 1909. Es decir que sólo cinco países europeos lo tenían antes que Argentina lo llevara a la práctica en 1912, pero donde normativamente se había establecido casi un siglo antes”, expresa.

Julieta Lanteri - primera mujer que logró votar en Argentina y América Latina, quinta mujer en recibirse de médica, fundadora y candidata por el Partido Feminista Nacional

Añade que Italia lo estableció poco después que Argentina, Dinamarca tres años más tarde, Holanda en 1917 y Bélgica y Luxemburgo en 1919. El sistema estadounidense, condicionado seriamente por la cuestión de la esclavitud y la secesión, recién reconoció el voto universal –es decir, dejó el voto calificado- en 1965 con la “ley de derecho al voto” (en inglés Voting Rights Act of 1965) que terminó con las prácticas discriminatorias en las urnas.

Tampoco Gran Bretaña fue un ejemplo. Según dice Rosendo Fraga “aun años después de que en Argentina entrara en vigencia la Constitución de 1853, los parlamentarios británicos era elegidos por un porcentaje muy pequeño de la población del país y, asimismo, el ejercicio del voto era bastante irregular, como lo demuestran las denuncias que recogen los diarios de la época, algunas incluso similares a las que se hacían en Argentina al mismo tiempo, en las últimas décadas del siglo XIX”.

VOTO Y DEMOCRACIA

Algunas frases de estadistas e intelectuales arrojan más luz, más claridad, sobre el valor del voto y la democracia. Winston Churchill sostuvo que “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

Charles Bukowski: “La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes.”

Winston Churchill / Web

“Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”, dijo Abraham Lincoln. El editor de famosas revistas literarias y culturales de los Estados Unidos, George Jean Natham, dijo hace varias décadas una frase que no deja de sorprender por su vigencia: “Los malos gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan”.

“Luz, más luz”, fueron las últimas palabras de Goethe. Y hoy la población argentina dirá algo parecido, cuando vuelva a los cuartos oscuros para buscar más claridad.

Exequiel César Ortega / EL DIA