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En los festejos por el campeonato mundial, algunos argentinos subieron al obelisco y lo vandalizaron / web

Sergio Sinay*
Sergio Sinay*

8 de Enero de 2023 | 02:35
Edición impresa

Ocurre como un ritual durante y después de cada acontecimiento que nos conmueve colectivamente. Pasó con Malvinas, con el nacimiento de la democracia, durante los primeros tramos de la pandemia (cuando se aplaudía a los mismos médicos que luego se pretendía expulsar de los edificios en que vivían), y nuevamente ahora, con la obtención de la Copa del Mundo. Nos invade la convicción de que saldremos y seremos mejores, de que esta vez, sí, emergerá lo mejor de una argentinidad sumergida que espera la oportunidad de manifestarse. Y cada vez, como un ritual, la realidad nos baja a la tierra sin compasión. Cuando terminó la resaca de la consagración, apenas cuarenta y ocho horas después, emergió, desde las alturas del poder y desde el llano social, todo aquello por lo cual decimos no entender qué nos pasa ni por qué estamos como estamos. De un lado la demagogia oportunista y grosera, la falta de tacto, de oportunidad y de mínimo sentido de la organización (todo lo que ya se había exhibido en el velatorio de Maradona). Del otro lado la violencia, la delincuencia de ocasión, la anomia salvaje. Nada, por ninguna parte, que se pudiera identificar con las razones, la identidad y los valores por los cuales la selección ganó lo que ganó. La disociación entre ese equipo y la sociedad a la que nominalmente representa apareció en toda su dolorosa dimensión. La selección juega en nombre de Argentina, pero la Argentina del día a día es otra cosa.

Más que por ese equipo modélico una enorme y significativa porción de la sociedad parece mejor representada por las ideas de Carlo María Cipolla (1922-2000). Este fue un historiador italiano, nacido en Pavia y reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre la historia del dinero y del comercio. “Historia de la moneda”, “La declinación económica de los imperios”, “Historia económica de la población mundial” son algunos de los títulos que le granjearon respeto y prestigio. Catedrático en las universidades de Bolonia y Pavia, en Italia, de Berkeley, en California, y de la London School of Economics, en Inglaterra, Cipolla escribió, entre 1973 y 1976, dos ensayos que, en principio, estaban dedicados solamente a sus familiares y allegados. Sin embargo, trascendieron ese círculo íntimo y cada vez más personas querían acceder a ellos. Finalmente fueron publicados en 1988, en un solo tomo titulado “Allegro ma non tropo” (“Alegre, aunque no mucho”). De esos dos ensayos uno adquirió autonomía y vida propia y trajo para Cipolla una fama que excedió largamente a su profesión. Se titula “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”.

UNA ORGANIZACIÓN peligrosa

Escrito con un estilo claro, asertivo y didáctico, ese breve libro de apenas 89 páginas ofrece una explicación inapelable de cómo funciona una de las características que más dañan a las sociedades, a la convivencia dentro de ellas y a las relaciones humanas en general. Cipolla comienza por afirmar que la humanidad se encuentra en un estado deplorable y que sus desdichas y miserias tienen mucho que ver con el modo estúpido (son sus palabras) en que se viene desempeñando. Hay muchos más estúpidos de lo que se cree, de lo que parece y de lo que sospecha, señala, y los describe como un grupo no organizado, que no tiene jefe, presidente ni estatuto y que, a pesar de ello, logra que los actos de cada miembro contribuya a reforzar la actividad de todos los demás. “Se trata de un grupo más poderoso que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista”, escribe Cipolla, e intenta con su libro “neutralizar a una de las más oscuras y poderosas fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana”.

Las cinco leyes enunciadas por Cipolla son las siguientes: 1º) Se subestima la cantidad de estúpidos en circulación; 2º) Que una persona sea estúpida no excluye que tenga también otras características; 3º) El estúpido perjudica a otros sin obtener ningún beneficio y también se perjudica a sí mismo; 4º) Es siempre un error subestimar a los estúpidos y asociarse a ellos; 5º) El estúpido es el ser más peligroso que existe, más peligroso incluso que el malvado.

Respecto de la primera ley señala que los estúpidos pueden ser las personas menos pensadas, las que parecen racionales e inteligentes, y son capaces de emerger de repente en los lugares y en los momentos menos oportunos. Son muy numerosos, aunque no más que la población humana total.

De la segunda ley apunta que se nace estúpido y que eso no tiene arreglo, es un fenómeno de la Naturaleza, como el color de pelo y de ojos y el grupo sanguíneo. El porcentaje de estúpidos es alto e inalterable y es independiente de la raza o el nivel económico, social y cultural. Abarca toda la pirámide social.

A la tercera ley la llama “ley de oro” y en ella establece cuatro categorías de personas. Los inteligentes, que obtienen beneficios para sí y hacen ganar a los demás. Los malvados, que obtienen ganancias para ellos y perjudican a los otros. Los incautos, que se perjudican ellos mientras hacen ganar a los demás. Y los estúpidos, que no solo se damnifican a sí mismos, sino a todo el conjunto. Insiste en que estos son los más numerosos y en que proliferan por la ausencia de respeto a los valores de la conducta cívica.

PANDEMIA DE ESTUPIDEZ

La cuarta ley apunta que olvidar el alto costo que significa tratar con estúpidos hace que se los subestime, que se crea que son menos estúpidos de lo que son, que sean menos de lo real y que se sufran ingentes perjuicios debido a esa relación. El estúpido nunca sabe que lo es y quien quiera obtener algún beneficio tratando con estúpidos cometerá un grave error y solo cosechará perjuicios.

La quinta ley considera al estúpido como una persona muy coherente, porque, a diferencia de los no estúpidos (que según Cipolla son menos) nunca cambia y se mantiene fiel a sí mismo. Jamás se dará cuenta de que es estúpido y no habrá en él ninguna modificación, cosa posible en las personas que discurren. Por este motivo los estúpidos, según el historiador italiano, son las personas más peligrosas que existen. Dentro de esta categoría se encuentran los súper estúpidos, aquellos que “con sus inverosímiles acciones no solo causan daños a otras personas sino también a sí mismos” señala Cipolla.

Cuando se repasa lo que ocurrió el martes 20 de diciembre en la ciudad de Buenos Aires, con el pretexto del imposible encuentro entre la selección y su hinchada, cuando se recuerdan las fiestas clandestinas (incluida alguna en la residencia oficial de Olivos) que se repetían durante la pandemia, cuando se toma nota de la cantidad de accidentes y muertes viales debidas a la ingesta de alcohol y a la violación de velocidades máximas y otras normas viales, cuando se observan innumerables conductas cotidianas en diferentes escenarios, e incluso cuando se cotejan ordenanzas y dictámenes emanados de dirigentes y gobernantes es imposible no registrar la indesmentible regularidad conque las leyes enunciadas con enorme perspicacia y agudeza por el profesor Carlo Cipolla se cumplen una y otra vez en nuestra sociedad. La comprobación duele, pero permite entender mucho de lo que nos pasa y es una convocatoria a la unión de los que Cipolla describe como inteligentes.

 

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