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MAITE DURIETZ (*)
Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de la relación tóxica que tenemos con el plástico. Este material está presente en cada recoveco de nuestras vidas, desde la frazada que uno toca ni bien se levanta, pasando por el celular, el cepillo de dientes, la manija de la heladera, los utensilios de cocina, hasta las ventanas de la casa o las innumerables piezas plásticas del auto.
Esto es así porque hablamos de un material con muchos y variados beneficios. Es flexible, maleable, impermeable y, sobre todo, duradero. El plástico vino a dar soluciones, nos permitió una especie de democratización del lujo, donde todos empezamos a tener acceso a productos que antes eran solamente para algunos. También quitó el foco de otros recursos naturales que, si los usáramos al ritmo que usamos hoy el plástico, ya hubiesen desaparecido.
El problema no es este material tan valioso, sino nuestra forma de usarlo. Su característica principal es la durabilidad y nosotros, inmersos en la sociedad de consumo, lo usamos como un material descartable. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 50% de todos los plásticos que usamos son desechables. Se trata de elementos con funciones de menos de 5 minutos, en su mayoría. Y no tenemos mucha noción del impacto que generan tanto su producción como su descarte al momento de elegirlos.
Vemos los plásticos en la playa y solemos pensar que surgen de los turistas poco responsables. Sin embargo, muchas veces son residuos que generamos en las ciudades. Llegan a través de drenajes y ríos, todo lleva al mar. No importa donde vivas, todos sumamos nuestro granito de plástico al océano.
Hoy ya existen cinco islas de plástico, una en el Índico, dos en el Atlántico y dos en el Pacífico. Y hablamos solamente de lo que flota, porque también está lo que se hunde. Ya se encontraron plásticos a más de 10.000 metros de profundidad en el océano, mientras científicos buscaban descubrir los secretos de las profundidades de este ecosistema tan misterioso.
La otra parte grande del problema es que este material puede desaparecer a simple vista a lo largo del tiempo, pero en realidad lo que sucede es que se convierte en microplásticos. Partículas muy pequeñas de plástico, de menos de 5 mm, que terminan en el aire, en el agua, o hasta en nuestros alimentos, causando estragos en la naturaleza.
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Más del 88% de las especies marinas tienen partículas de microplásticos en sus organismos, según un estudio presentado en febrero de este año por WWF y el Instituto Alfred Wegener de Alemania. En el cuerpo humano ya los hemos encontrado en varios órganos, pero recientemente también nos enteramos de que tenemos microplásticos en sangre. Las consecuencias de esto son poco claras, pero probablemente no sean positivas, teniendo en cuenta los efectos nocivos que han causado estas pequeñas partículas sobre todo en la vida marina.
Podemos reciclarlo, pero no es suficiente. Que algo sea reciclable no significa que se va a reciclar. Solamente el 9% de los plásticos se recicla a nivel mundial, según la ONU. El resto termina en basurales, rellenos sanitarios o el ambiente en general. Por eso, si bien el reciclaje es un gran aliado de la economía circular, debe ser siempre nuestra última opción.
Así como nos alejamos de las personas cuando una relación se vuelve tóxica o ponemos límites cuando alguien no nos está haciendo bien, debemos cambiar nuestra relación con este plástico, ponerla en duda, asignarle límites, para estar mejor nosotros y cuidar un poco más a nuestro alrededor, el planeta.
Una buena forma de empezar es romper con nuestros hábitos desechables eliminando los plásticos de un solo uso. Revisando nuestro tacho de reciclables podemos identificar fácilmente aquellos que podríamos estar evitando directamente. Si reducimos el consumo, reducimos el problema.
También podemos evaluar opciones alternativas para aquellas cosas que vamos a seguir comprando pero para las que podríamos optar por otro tipo de envase, por ejemplo. Pero ser consumidores responsables no solamente apunta a evitar envases o envoltorios. En definitiva, lo que importa es lo de adentro.
Muchas fuentes de microplásticos están escondidas en nuestra ropa o en los productos de cosmética y limpieza que usamos. Eligiendo fibras naturales y evaluando la biodegradabilidad de los productos que consumimos y que luego van a la basura o vemos irse por la cañería, podemos evitar grandes fuentes de contaminación plástica.
Los cambios individuales cuentan. Siempre es importante recordar que nuestro aporte no es solamente lo que hacemos o dejamos de hacer de manera individual, sino que también representa un voto. Cada compra que hacemos, cada producto o servicio que elegimos, es un voto a un material, a una empresa, a un modo de producción en particular.
Somos parte del problema, pero también somos parte de la solución. Tenemos que apretar el freno y empezar a cuestionar nuestras elecciones. Identificar aquellas prácticas o hábitos que necesitemos cambiar para relacionarnos de manera más sana con el plástico y con la naturaleza en general, y hacerlo cumpliendo objetivos realizables, empezando por los cambios más chiquitos.
(*) Lic. en gerenciamiento ambiental
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