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Eran cuatro y tenían chalecos antibala “de la Policía”, dijeron las víctimas. El episodio ocurrió en una casa de 35 entre 152 y 153
Marcelo Carignano
mcarignano@eldia.com
La noche estaba ideal para una “picada con cervecita”. Eran las 20.50 del lunes. Alejandro (57) miró a su consuegro y, mate por medio, le propuso ir a comprar unas “salchipapas” a lo de Melbi, una conocida del barrio que vende comida. El encargado de caminar los 150 metros y traer las provisiones fue uno de los dos menores que había en la casa. El adolescente de 14 años tomó el dinero que le entregaban y salió mientras repasaba el pedido en su mente. Alejandro aprovechó para ganar tiempo poniendo la mesa. Fue hasta la alacena, separó seis vasos y cuando quiso colocarlos en la mesa escuchó los gritos de “¡Policía!”. Luego vio un arma que apuntaba a la cabeza del chico, todavía con la bolsa de compras y los billetes en la mano. Detrás de éste, un hombre con chaleco antibalas le ordenó tirarse al piso.
Así comenzó la fugaz y dramática secuencia que vivió a manos de cuatro delincuentes una familia del barrio Malvinas. Los intrusos pedían “la plata y la droga”, maltrataron a todos los presentes y finalmente huyeron a los tiros, sin llevarse nada. Según le contaron las víctimas a EL DIA, tenían entre 21 a 30 años, vestían chalecos de la Policía, barbijos (uno con pasamontañas, otro con capucha) y zapatillas. “¡Nos equivocamos de casa!”, le escucharon gritar a uno de ellos antes de que salieran a toda velocidad en el Volkswagen Polo blanco en el que habían llegado.
En la trama hay una vieja conocida, protagonista de muchas historias vinculadas al narcomenudeo y que aquí se asoma desde las sombras: la Palmera, que se yergue a unas dos cuadras de la escena, y es el epicentro del microtráfico que funciona en la zona.
La llegada de los desconocidos paralizó a todos en el inmueble de 35 entre 152 y 153. Alejandro, un albañil que vive en ese lugar desde hace más de 30 años, se sorprendió y accedió a hacer lo que le ordenaban. No dudó de que esos tres sujetos armados (“todos ellos con pistolas 9 milímetros”, apuntó su consuegro) pertenecían, en efecto, a la Fuerza. Por su parte, los intrusos redujeron a los dos adultos y también al joven de 14, que ni siquiera había conseguido salir de la propiedad, ya que lo interceptaron en la entrada del domicilio. Además, los separaron por grupos en los distintos cuartos de la casa. El otro menor de edad, de cinco años, temblaba y rogaba “que no maten” a su mamá.
La tranquilidad del obrero empezó a esfumarse cuando un integrante de la banda le puso la rodilla en la espalda y le preguntó dónde guardaba “la droga y la plata”. Alejandro intuyó que eran ladrones y pensó “saben que cobré el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia)”, aunque en realidad, querían un monto más elevado que creían que guardaba la familia. “Mi consuegro les decía que acá no había nada y el que estaba con él le decía que no lo mire”, apuntó.
Revisaron todas las habitaciones y cajones. Pero el dinero no aparecía. Afuera, los vecinos se congregaron en la calle. El cuarto sujeto, que hacía las veces de conductor, les pidió que regresasen a sus hogares. “Trabajo policial”, explicó. Nadie le hizo caso y cuando vieron arribar con su mamá a Camila (24), la hija de Alejandro, se le abalanzaron para contarle lo que ocurría. Una frentista que la cruzó en la esquina de 35 y 152 le dijo “se llevaron a tu cuñado encañonado y lo metieron adentro junto con el nene”, hijo éste de la joven.
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Camila no esperó a que la otra mujer culminara la frase, salió a la carrera y chocó con uno de los supuestos oficiales, a quien le exigió que le mostrara la orden de registro. “Yo me di cuenta enseguida de que no eran policías, por eso me metí y el tipo por querer detenerme me agarró de la campera y me la rompió”, señaló. En ese forcejeo, ella logró sacarlo de la entrada del inmueble y llevarlo hasta el Polo.
La cuadra era un hervidero de gente, el escándalo de gritos e insultos atrajo a curiosos de toda la manzana. Adentro, en tanto, la otra mitad de la banda se daba por vencida luego de revolver cuarto por cuarto. Por sus cabezas empezó a materializarse la realidad y uno de ellos la exteriorizó al salir: “¡Nos equivocamos de casa!”, gritó a viva voz y disparó cuatro veces al aire para liberar el camino hasta el auto. El barullo activó a otro vecino, policía, que advirtió el final del episodio y se subió a su vehículo a perseguirlos. Tomó la patente y la ruta que usaron para escapar, por 35 hasta 149, luego doblaron en 38 en dirección a La Plata y apagaron las luces para perderse en la oscuridad. “Pasan tantas cosas acá atrás -en relación a La Palmera-, que uno nunca sabe. Gracias a Dios no pasó nada grave, fue más un susto. Ojalá no quede en la nada”, reflexionó Alejandro.
“Yo me di cuenta enseguida de que no eran policías, por eso me metí. El tipo me agarró de la campera y me la rompió”
Camila Hija de Alejandro (foto)
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