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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Recta intención

29 de Julio de 2018 | 08:55
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

La intención es el deseo, la deliberación de ejecutar una acción determinada, lo cual tiene una gran importancia en el carácter ético de ese acto o proceder. Y es común escuchar referencias a la propia intención en el accionar: “no tuve intención de ofender”, “lo hice con recta intención”, “mi intención era ayudar”.

Por eso, y ante la posibilidad de equívocos, cabe preguntarse: ¿cuándo la intención es recta? ¿Cuáles son los parámetros para que exista una recta intención?

Dicho con todas las letras, la intención es recta cuando el bien es el motivo y el fin de todas nuestras acciones. Para los cristianos, la rectitud de la intencionalidad es igual a la conciencia de estar en la presencia de Dios y de proceder en todo para gloria de Dios.

Por el contrario, los que buscan la aprobación ajena y el aplauso de los demás, corren el riesgo de llegar a deformar su propia conciencia; y en vez de tomar la Voluntad de Dios como criterio de actuación se limitarán al “qué dirán los demás”.

Lamentablemente muchos tienen la preocupación por la opinión de los demás, lo cual implica cierto miedo al entorno y, en ocasiones, para mantener las consideraciones humanas, se ignora la coherencia con los principios morales. Es decir que se cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger sonrisas y cumplidos, o – en el mejor de los casos – del lado de la mediocridad. Mientras que aquellos que quieren vivir en la verdad de Cristo tienen que saber que su conducta será impopular y rechazada. Pero, en estos casos, los juicios humanos son poco fiables y nunca redituarán paz y tranquilidad.

En la presencia de Dios podremos reconocer si nuestra conciencia se mueve en la verdad, la lealtad, la rectitud, la nobleza, o acaso en la hipocresía, la cobardía, la vanagloria, el “que dirán”

 

Una mala intención destruye las mejores actuaciones. Por eso, una obra puede ser buena y estar bien hecha, pero si está corrompida en sus orígenes (en su intencionalidad) pierde todo valor ante Dios. La vanidad o la vanagloria suelen destruir totalmente lo que podría haber sido una obra santa. Sin recta intención se vive fuera del Camino. Aunque recibir un elogio puede ser expresión de amistad y buena ayuda para perseverar, debe reconocerse la eficaz ayuda de Dios y dirigir a Él la gratitud y alabanza. Además, una cosa es recibir un elogio y otra, muy distinta, el buscarlo para alimentar la soberbia.

En varias ocasiones Jesús señala que las buenas obras hechas sin recta intención, sólo pueden llegar a merecer una recompensa humana. Lo dice en referencia a los fariseos, que son hipócritas y buscaban hacer todo para ser vistos y honrados por los demás.

Para saber si somos varones y mujeres de recta intención, convendrá examinar las causas que motivan nuestras acciones. En la presencia de Dios podremos reconocer si nuestra conciencia se mueve en la verdad, la lealtad, la rectitud, la nobleza, o acaso en la hipocresía, la cobardía, la vanagloria, el “que dirán”. Dios lo sabe y a Él no podremos engañarlo jamás.

“La libertad hace del ser humano un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decir, el ‘padre de sus actos’. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos.” (Catecismo, 1749).

Actuando con la libertad de los hijos de Dios, por amor a Dios y al prójimo, nuestra recta intención merecerá que podamos andar por las sendas que conducen a la felicidad estable.

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