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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Rituales que curan el alma

1 de Abril de 2018 | 08:44
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Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

Thomas Moore nació en Detroit y vive en Massachussets, Estados Unidos, fue monje, músico, profesor universitario y, tras especializarse en psicología, trabaja desde hace años como psicoterapeuta. Es, además, un prolífico y exquisito escritor, que ha dedicado más de 15 libros a fomentar lo que propone el título del más conocido de ellos: “El cuidado del alma”. En una de sus obras más recientes (titulada “En busca de una religión personal”), Moore dice: “En mi consulta terapéutica me encuentro con muchas personas que necesitan más espíritu en sus vidas”. Por espíritu entiende un elemento que nos purifica y permite trascender, ir más allá de lo inmediato, ampliar la visión del mundo, de los otros y de la propia vida, así como del sentido de esta. El espíritu, según Moore, hace que dejemos de obsesionarnos por lo material, lo cuantificable, lo medible, por el tener. El alma, señala, es otra cosa. Vendría a ser esa porción del espíritu que encarna en nosotros y que se incrusta en nuestras experiencias de cada día, en nuestro trabajo, en nuestros vínculos, en nuestros sueños, en nuestras relaciones afectivas. El alma necesita participar de la vida que vivimos, señala Moore, pero sin espíritu ella languidece. Desde su perspectiva, el espíritu es universal y el alma es personal.

LAS RAZONES DEL DOLOR

Lo que frecuentemente las personas llevan a la consulta terapéutica, afirma este pensador, son problemas del alma. En esto parece coincidir con la experiencia de Carl Jung (1875-1961), el gran psiquiatra y psicoanalista suizo, padre de la psicología profunda, corriente que estudia el modo en que los humanos estamos habitados por arquetipos instalados en nosotros desde el comienzo de los tiempos. Por ejemplo, el arquetipo del mago, del amante, del guerrero, del rey, de la doncella, del eterno adolescente, del anciano sabio, etcétera. En ciertas personalidades predomina uno de esos arquetipos de manera tiránica, y la relegación o negación de los otros genera inmadurez y pobreza emocional y psíquica. En otras personas, los arquetipos comparten los espacios, danzan armónicamente, y tenemos así personalidades maduras, equilibradas.

Reconocer los arquetipos en uno mismo requiere tiempo, voluntad de auto indagación, atención, aceptación. Cuanto más se conoce una persona a sí misma más conoce y comprende al mundo, y se siente parte de un todo que es más que la suma de esas partes. Quizás no alcance una vida para semejante exploración, señalaba Jung, pero en el intento se ilumina el sentido de la propia existencia. Jung había advertido lo que refrenda Moore. Sostenía que la gran mayoría de las personas no acude a la consulta psiquiátrica por problemas clínicos, sino por cuestiones existenciales. El problema no está en sus mentes, sino en sus almas. No divisan el sentido de sus vidas, el para qué de sus acciones.

Cuando se presenta un tiempo de rituales y de tradiciones reafirmadas, como suele ocurrir en días como estos, en que coindicen las Pascuas cristiana y judía, pueden ocurrir dos cosas. Que sean días que se agotan en el ocio, las vacaciones, la mera diversión, la distracción, la comida y el shopping. O que haya un espacio de reflexión sobre el valor de los rituales. En un mundo en el que la aceleración se impone cada vez más sobre la pausa, el ruido desplaza al silencio, lo urgente prima sobre lo importante, el deseo hace que se desatiendan necesidades, la ansiedad hace trizas a la calma, el impulso ciego se lleva puesta a la contemplación, la voracidad puede con la mesura, el derroche le gana a la austeridad y, a pesar de todo eso, la insatisfacción cunde y el sosiego escasea, los rituales tienen especial importancia.

Una rutina puede ser también un ritual, según cómo se la encare y la función que cumpla en nuestra vida

 

La palabra rito proviene del latín “ritus” y originalmente se aplicaba a ceremonias religiosas y al orden en que se cumplían los pasos de estas. Una serie de ritos constituyen un ritual. La secuencia de los pasos y el tiempo de estos es importante, porque su respeto concede significado a la ceremonia. Además, un ritual no se agota en sí mismo. Su valor trasciende en la medida en que se instala en el tiempo. Su repetición cíclica, el regreso de la ceremonia, es la noticia de que seguimos existiendo, de que, en su nueva vuelta, la rueda de la vida nos sigue transportando, de que nuestro viaje existencial continúa. Y con esta comprobación, se abre un espacio de reflexión acerca de cómo hemos vivido el tiempo que fue desde la última celebración del ritual hasta hoy, en que se renueva.

LA ESPONTANEIDAD COMO RUTINA

Los rituales no deben ser necesariamente religiosos. Como dice Moore, también una dosis de ateísmo puede reforzar la espiritualidad, puesto que ella incluye a la religión, pero abarca más que eso. Los humanos somos seres espirituales por naturaleza, más allá de creencias o agnosticismos. Thomas Moore pone especial énfasis en la espiritualidad cotidiana, en la que se expresa en el día a día de la vida, a través del alma que ponemos en nuestro trabajo, de nuestro andar por el mundo, de nuestra relación con los otros, de nuestro vínculo con la Naturaleza y con todas sus criaturas, no solo las humanas. De eso trata su libro titulado “El reencantamiento de la vida cotidiana”. Es una invitación a la creación de ritos propios en la vida personal, en la familiar, en el desarrollo de las tareas que nos ocupan, en la pareja, entre los amigos, en la crianza de los hijos. Ritos cargados de sentido, no meras repeticiones.

Hay quienes aborrecen las rutinas y, por lo tanto, tratan de no planificar, de no repetir, de apelar siempre a lo que llaman “espontaneidad”, temen que reiterar algo (un acto, un gesto, una actividad, una palabra) sea el comienzo del aburrimiento. Sin embargo, una rutina puede ser también un ritual, según cómo se la encare y la función que cumpla en nuestra vida. La repetición de llegar a casa cada día para reencontrarnos con nuestros seres queridos y compartir las experiencias de la jornada, es un ritual. Hacer eso mismo para dedicarnos a mirar televisión, es una rutina. Por otra parte, vivir escapándole a la rutina puede resultar a mediano plazo justamente una forma de rutina. Y quizás caen prisioneros de ella los obsesivos de la diversión, los que necesitan del ruido permanente, los que no pueden quitar la mirada del celular para cruzarla con la de un ser humano cercano, de carne y hueso, los que nunca tienen tiempo para preguntarse qué necesitan (no qué desean) o qué huella quisieran dejar en el mundo.

En una boda, dice Moore, lo legal y lo práctico son aspectos importantes, aunque lo trascendente son los símbolos, como el anillo, la ropa, el vals, las palabras a los novios. En los rituales no es lo práctico lo que importa, advierte, sino lo poético. Un ritual es poesía. Todos podemos crear nuestros rituales, insiste este psicoterapeuta y escritor, si empezamos por salir del automatismo, si dejamos de prestar atención a lo que brilla para atender a lo que vale, si encontramos nuestros pequeños espacios sagrados, nuestros personales templos cotidianos. Lograr eso, en este tiempo y en este mundo, además de ser contracultural tiene un poderoso efecto sanador allí donde suelen estar nuestras mayores dolencias. En el espíritu y en el alma.

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