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Una multitud en la despedida del expresidente Juan Domingo Perón/web
Carlos Barolo
A medida que se hacía evidente el triunfo de los Aliados crecían las preocupaciones en los altos mandos del Ejército. También en dignatarios de la Iglesia Católica, entre empresarios y los grandes productores agropecuarios. Todos coincidían en la necesidad de construir una valla para impedir que la izquierda incrementara su poder y consideraban también que los partidos políticos tradicionales eran ineficientes para producir cambios sociales y económicos que evitaran la radicalización de los obreros.
A pesar de su rotundo triunfo electoral, que le otorgó el control del Congreso de la Nación y la legitimidad política para producir las transformaciones económicas y sociales que deseaba, lentamente el gobierno fue adquiriendo matices autoritarios. En principio, con la represión a los estudiantes universitarios opositores y después entre 1948 y 1949 fueron expulsados de la Cámara los diputados radicales Ernesto Sanmartino, Agustín Rodríguez Araya y Atilio Catani. En septiembre de ese último año se introdujo en el orden del día de esa Cámara el pedido de desafuero del presidente del bloque de diputados, Ricardo Balbín, a pedido de un juez en el proceso por desacato al presidente Perón. Rápidamente se resolvió el desafuero del líder radical y en marzo del año siguiente fue detenido y condenado a cinco años de prisión. Después de veinticuatro meses de permanecer en el penal de Olmos, Perón lo indultó.
En 1951 ante una huelga de los obreros ferroviarios decretó su movilización, lo que significaba que debían prestar servicios bajo las normas que regulaban a las Fuerzas Armadas.
También se politizó la enseñanza. En las escuelas primarias, por ejemplo, en los libros con los que los niños aprendían a leer se insertaban frases, como “mamá Evita”, “papá Perón”.
Todo eso a pesar de que más que observado había estudiado la experiencia del fascismo en Italia y advertido los errores cometidos por Mussolini que había ahogado todo intento de expresar siquiera un punto de vista tímidamente diferente. Estaba convencido de que el ejército al ejercer el poder era inevitable que sufriera algún desgaste y por eso debía ser especialmente cuidadoso ya que era el último recurso para garantizar la vigencia de las mejores tradiciones argentinas en las que la Iglesia tenía un papel fundamental. Sin embargo, las actitudes autoritarias eran cada vez mayores, se sucedían hechos de corrupción inocultables como el deterioro económico.
Ante la insurrección de 1955, es muy posible que haya calculado que las coincidencias entre él y Leonardi eran tantas que el nuevo gobierno sería amistoso con el peronismo, lo cual le daría tiempo y apoyo para hacer un reconocimiento de los errores que determinaron su excomunión y por lo tanto normalizar su relación con la Iglesia. Las designaciones de algunos ministros como el general Bengoa y Mario Amadeo parecieron darle la razón. Pero pocas semanas, después el 13 de noviembre de 1955, un nuevo golpe militar promueve al general Pedro Eugenio Aramburu a la Presidencia de la República, que inmediatamente proscribe al peronismo, deroga la Constitución de 1949, implanta la de 1853, interviene la CGT y son perseguidos numerosos dirigentes justicialistas. La reacción no se hizo esperar y el 9 de junio de 1956 un levantamiento cívico militar peronista es aplastado y varios de sus líderes son fusilados.
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Las décadas de enfrentamientos entre peronistas y anti atrasaron al país en todos los aspectos
Las décadas de enfrentamientos entre peronistas y antiperonistas atrasaron al país en todos los aspectos y en 1966 después de otro golpe de Estado asume el general Ongania. Con el beneplácito de muchos dirigentes sindicales peronistas, comienza por prohibir la actividad de los partidos políticos e intervenir las universidades nacionales. La disconformidad de los jóvenes se hizo sentir rápidamente y la situación económica al deteriorarse influyó sobre otros sectores de la población. Los altos mandos del Ejército buscaron una salida y comenzó a instalarse la necesidad del reemplazo del Presidente por un militar que pudiera convocar a elecciones con autoridad suficiente para evitar que las inquietudes ante un triunfo peronista en las urnas pudiera causar enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas. Uno de los nombres que iba logrando mayor aceptación entre los uniformados fue el propio Aramburu, pero fue secuestrado de su domicilio en el que no tenía custodia y asesinado en julio de 1970. Montoneros, una organización que se declaraba peronista se proclamó autora de lo que llamó fusilamiento, sin que Perón la desautorizara.
En un extenso artículo Graciela Fernández Meijide sostiene que Montoneros se venía conformando desde un tiempo antes con jóvenes del Colegio Nacional Buenos Aires, no necesariamente de origen peronista que provenían en general de familias de clase media o medio alta, tradicionalmente anti peronistas y algunos de sus integrantes habían sido militantes en Tacuara.
Los hechos de violencia fueron cada vez más numerosos, las disputas armadas ocurrían aún entre bandas como el CNU y los grupos de izquierda sumado a la represión ilegal, mientras Perón elogiaba a los jóvenes cuya lucha dijo admirar.
Miles de muertos y la creciente impopularidad de las Fuerzas Armadas y de los gobiernos que imponían decidieron finalmente al general Lanusse a convocar a elecciones sin proscripciones. En ella se impone Héctor Cámpora apoyado por Perón y entre otros por los Montoneros que lograron tener gran influencia en la casa Rosada y en varias gobernaciones.
La violencia continuaba y aumentó el número de formaciones ilegales como la AAA y de diversos grupos marxistas.
Perón había regresado al país describiéndose a sí mismo como un “león herbívoro” para pacificar y empezaron a manifestarse desacuerdos entre el líder y los Montoneros. La violencia entre las facciones del peronismo cobró mayor intensidad con hechos como el asesinato de José Rucci, un gremialista muy respetado y apreciado por el General. Poco después los Montoneros serían expulsados del peronismo por el propio Perón.
El General promovió la caída de Cámpora y poco después fue elegido Presidente. Pero murió sin poder pacificar al país, sintiéndose el defensor de la democracia argentina ante una izquierda irracional.
Así como en 1945 fue elegido como el hombre apropiado para enfrentar al peligro comunista y evitar su penetración en el país mediante el imperio de la justicia social para lo que contaba con la riqueza acumulada durante la Segunda Guerra Mundial por el aumento de los precios de los productos que exportaba la Argentina. Podía entonces, mejorar las condiciones económicas de los obreros y de la clase media baja, mientras al mismo tiempo subsidiaba la creación de la industria pesada y de la infraestructura económica. Se construían fábricas de productos de consumo y se desarrollaba la siderurgia. Pero los recursos no eran inagotables.
A fines de 1950 comenzó a sentirse el deterioro de la situación económica, aunque que su popularidad personal le permitió ganar las elecciones nuevamente en 1952. Debió lanzar el segundo plan quinquenal, haciendo hincapié entonces en el trabajo, la productividad y la eficacia. También comenzó a gestionar inversiones extranjeras en áreas estratégicas como el petróleo en la Patagonia. Todas esas circunstancias lo debilitaban políticamente y además no pudo superar la muerte de Evita, cuya desaparición lo distrajo y algunos de los más altos funcionarios del gobierno aprovecharon la situación a fin de lograr beneficios para sí mismos. Se sucedieron los errores y finalmente ocurrió el enfrentamiento con la Iglesia católica cuyo apoyo siempre había valorado tanto.
Si en 1955 el país tenía problemas económicos, en 1973 la crisis era inocultable, mientras crecían los grupos guerrilleros y la represión ilegal. En esas condiciones volvió a ser considerado como el hombre que podía construír una valla para detener a la extrema izquierda. Volvió para pacificar, pero le faltaba hasta fuerza física, ni siquiera podía prometer que la situación económica mejoraría y aún contando con el apoyo de la oposición política y del mismo Ricardo Balbín al que había encarcelado años atrás, pudo lograrlo. Pero fue enterrado en su patria, con el uniforme de General y despedido con honras donde se destacó la frase dé Balbín: “Un viejo adversario, despide a un amigo”.
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