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El Papa Francisco canonizó al enfermero ítalo-argentino conocido como el “pariente de los pobres” por su labor en la Patagonia al servicio de las personas necesitadas durante la primera mitad del siglo pasado
“El hermano salesiano Artémides Zatti fue un ejemplo de gratitud”, destacó el papa en su canonización / AFP
El enfermero ítalo-argentino Artémides Zatti, conocido por su labor en la Patagonia al servicio de los más necesitados a los inicios del siglo XX, se convirtió en el tercer santo argentino al ser canonizado ayer por el papa Francisco durante una ceremonia en la Plaza San Pedro luego de que el Vaticano confirmara un milagro atribuido a su intercesión.
Nacido en Boretto (Regio Emilia, Italia) el 12 de octubre de 1880, Zatti vivió en Argentina desde 1897 hasta su muerte en 1951, en donde desarrolló una carrera como enfermero que lo acercó a la comunidad partir de su incorporación al movimiento de los Salesianos de Don Bosco.
“Artémides conoció a los salesianos en Bahía Blanca, donde había llegado en 1897 junto con su familia. Lamentablemente, muchos inmigrantes perdían el valor de la fe, absorbidos por el trabajo y los problemas que encontraban. Pero los Zatti, gracias a Dios, fueron una excepción”, recordó el Papa antes de su canonización.
La vida de entrega de Zatti comenzó casi al inicio del siglo pasado. A los 20 años ingresó como seminarista en la casa de formación de los salesianos en la localidad bonaerense de Bernal, donde cuidó a un sacerdote con tuberculosis y contrajo la enfermedad.
Gravemente enfermo fue enviado al hospital de San José, en Viedma, donde mientras se recuperaba rezó para sanar y prometió una vida de entrega y servicio si se recuperaba. Según sus biografías, fue en ese momento cuando prometió dedicar su vida al cuidado de los enfermos.
“Creí, prometí, curé”, fue su frase de cabecera para explicar su inmersión en el mundo de la fe y el cuidado de los necesitados.
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En 1908, ya recuperado, fue admitido a ingresar en la Congregación Salesiana como hermano coadjutor, donde se ocupó de la farmacia anexa al hospital, la única del pueblo.
“Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes. Lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias asumiendo las heridas de los demás”, enfatizó Francisco en su canonización
“El 18 de febrero de 1911 hizo la profesión perpetua como salesiano laico y enseguida se puso a trabajar con los enfermos, primero distribuyendo las medicinas, y luego en la gestión de todo el hospital de Viedma”, lo recuerda el Vaticano en la biografía oficial.
Desde ese rol, Zatti amplió el lugar hasta transformarlo en el primer hospital de la Patagonia argentina. Su pasión por el trabajo en esa región del país lo llevó incluso a obtener la ciudadanía argentina en 1914.
“En esa pequeña porción de tierra de la Patagonia donde transcurrió la vida de nuestro beato, volvió a escribirse una página del Evangelio: el Buen Samaritano encontró en él un corazón, unas manos y una pasión, principalmente para los pequeños, los pobres, los pecadores y los últimos”, destacó el Sumo Pontífice.
“Para atender a los enfermos en su domicilio recorría la ciudad en bicicleta e, incluso, cruzaba Río Negro para llegar a Patagones. Vestido con la bata y llevando el maletín con medicinas e instrumentos, sostenía el manubrio con una mano y con la otra desgranaba las cuentas del Rosario”, plantea un tramo de la biografía de la Santa Sede.
Siempre cercano a las personas con necesidades, Zatti llegó a estar en cárcel por dar asistencia sanitaria a un preso y trató al también salesiano Ceferino Namuncurá.
Tras una vida ayudando a las poblaciones de la zona de Viedma en la que se había instalado, alcanzó la certificación oficial en la Universidad Nacional de La Plata en 1948, a sus 67 años, ya que durante más de medio siglo se había dedicado antes a ayudar a los enfermos con una certificación de 1917, que lo declaraba “Idóneo” en Farmacia.
En 1950, tras cuarenta años de vida consagrada al servicio de los enfermos de la zona de Viedma y Carmen de Patagones, especialmente los más pobres, Zatti se cae de una escalera y es obligado al reposo. Después de unos meses se manifestaron los síntomas de un cáncer y murió el 15 de marzo de 1951.
Zatti, quien había sido declarado beato por Juan Pablo II en 2002, fue canonizado luego de que se reconociera el milagro logrado a través de su intercesión en la curación de un hombre que sanó de un “ictus isquémico cerebeloso derecho, complicado con lesión hemorrágica voluminosa”, en agosto de 2016 en Lipa, Filipinas.
El milagro, sin explicación médica según el informe del tribunal canónico que lo aprobó, se dio con la curación repentina del paciente que ya había sido trasladado a su domicilio para pasar sus últimas horas con sus familiares luego de estar internado más de diez días por una hemorragia cerebral.
La Santa Sede atribuye al hermano del paciente, también salesiano, el rezo a Zatti que derivó en el milagro por el que el “enfermero de los pobres” fue declarado Santo.
Con la ceremonia de ayer Zatti se convirtió en el tercer Santo “argentino”, tras Héctor Valdivieso, quien desempeñó su sacerdocio en la ciudad de Buenos Aires y fue canonizado en 1999 tras ser asesinado en la Revolución de Asturias española de 1934, y luego de José Gabriel Brochero, el “cura gaucho” canonizado por Jorge Bergoglio en 2016.
Durante la ceremonia de canononización, el Papa convocó a los fieles a comprobar “si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos y que frecuentamos cada día, somos capaces de caminar junto a los demás, de escuchar, de vencer la tentación de atrincherarnos en nuestra autorreferencialidad y de pensar sólo en nuestras propias necesidades”.
“Preguntémonos hasta qué punto somos realmente comunidades abiertas y que incluyen a todos; si somos capaces de trabajar juntos, sacerdotes y laicos, al servicio del Evangelio; si tenemos una actitud de acogida, no sólo con palabras, sino con gestos concretos, hacia los que están alejados y hacia todos los que se acercan a nosotros, sintiéndose inadecuados a causa de sus complicadas trayectorias de vida”, dijo luego.
“¿Los hacemos sentir parte de la comunidad o los excluimos?”, se preguntó el pontífice.
“Me da miedo cuando veo comunidades cristianas que dividen el mundo en buenos y malos, en santos y pecadores; de esa manera, terminamos sintiéndonos mejores que los demás y dejamos fuera a muchos que Dios quiere abrazar”, reflexionó Francisco.
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