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Hace veinte años el vino regional resurgió por la unión de viñateros y académicos. Ambos están en problemas. Pero resisten
Dos productores de vino de la costa en pleno trabajo. Los viñedos han mejorado su productividad con la asistencia de universitarios / S. Casali
Carlos Altavista
caltavista@eldia.com
La crisis está pegando en la línea de flotación de la industria del vino regional.
En 1999, hace exactamente 20 años, el Municipio de Berisso convocó a la Facultad de Agronomía de La Plata y organizó una reunión con las cuatro o cinco familias que trabajaban las dos hectáreas de viñedos que quedaban en pie. Nació una sociedad muy exitosa. En 2013, unas 110 familias, que intervenían entre 25 y 27 hectáreas, produjeron 100.000 litros de vino. Se crearon subproductos. Se sumaron otras facultades. La Fiesta del Vino de la Costa se convirtió en un evento masivo. La cooperativa de productores inauguró bodega propia.
“Está todo dado para dar un salto de calidad. Hay un enorme conocimiento acumulado a partir de saberes compartidos (de los productores y de la academia). Pero en este momento la crisis está golpeando a esa ‘sociedad’ que logró salvar de la desaparición a una actividad histórica. Golpea a quienes producen porque crecieron los costos y se planchó el consumo, y golpea a las facultades que trabajamos con ellos porque recibimos cada vez menos fondos para investigación y extensión. Ello se da en un contexto de ajuste general. Por caso, ya cerraron tres de los cinco institutos de agricultura familiar”, describió la ingeniera agrónoma Irene Velarde, que participó de aquella reunión de 1999 y hoy sigue “al pie del cañón”.
“Los que apostamos a la producción, aunque hoy en día tenemos que decir que arriesgamos en la producción, estamos sufriendo la crisis económica general que impacta sobre quienes queremos ganarnos la vida con esta actividad; los costos de producción que se dispararon y, como si fuese poco, el clima. Ese combo alejó a algunos productores y estancó la elaboración de vino, pues para subsistir muchos deciden vender más uva en fresco en verdulerías y destinar menos cantidad a la producción en la bodega”, explicó a este diario el presidente de la Cooperativa de la Costa, Martín Casali.
Pero todos coinciden y afirman a pie juntillas que nadie se dará por vencido ni mucho menos.
“Berisso tiene una historia marcada por las crisis, y, a la vez, una cultura del sacrificio que lleva a tomar cada crisis como un motor de transformación de la realidad. Ningún viñatero va a vender su tierra para especular”, ironizó Velarde. “Costó mucho llegar hasta acá y nadie querrá retroceder”, acotó.
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Casali -quien habló con EL DIA dos días después de la entrevista con la agrónoma- contó una experiencia que le dio la derecha. “El año pasado (año crítico si los hubo), con el asesoramiento de un equipo de la Facultad de Trabajo Social coordinado por Alejandra Bulich, realizamos por primera vez una degustación en la bodega. La actividad surgió a partir de una recomendación de los profesionales: diversificar las estrategias de captación de público. El vino de la costa está atravesado por la nostalgia, la inmigración. Está bien que así sea, pero esa es su historia. Entonces apuntamos a un público joven. Con el rosado, el blanco, el tino y el de ciruela. Hubo un enólogo que enseñó a catar. Hubo productos regionales para comer. Y bandas de música. Fue un éxito. Vamos a insistir por ese lado”, subrayó el titular de la cooperativa.
Otro dato que da cuenta de que los berissenses ligados a la tierra no se dan por vencidos: de las parcelas que algunos productores dejaron por la crisis se hicieron cargo otros “para aguantar hasta que dejemos de cambiar la plata, como se dice, y la actividad vuelva a ser redituable”, resaltó Martín Casali.
Hoy en día existen unos 20 a 22 productores activos que trabajan entre 24 y 25 hectáreas.
En esas tierras producen al año entre 5.000 y 8.000 kilos de uva por hectárea. Hay que sumarle la ciruela, producto que adquirió gran valor desde que el vino de ciruela comenzó a ser muy demandado por jóvenes y mujeres.
En el terreno de la cultura del sacrificio de los berissenses -particularmente de los ligados a la tierra- que rescató Velarde, el hecho de mantener los precios fue subrayado por la ingeniera. En efecto, la botella de vino hoy se consigue en la bodega de Montevideo y Camino Bagliardi o en comercios de la Región a 95/100 pesos.
“Qué me van a enseñar estas rubias a mí, que hago vino hace 30 años”, escuchó Irene Velarde, junto con su colega Mariana Marasas, en aquella primera reunión con viñateros, en 1999.
Hoy, Martín Casali afirma que “el rol de las facultades fue y es fundamental. Además, lo bueno es que no vienen y dicen ‘esto es así’, sino que se genera un diálogo de saberes”.
¿Cómo se construyó esa exitosa sociedad entre productores y académicos? ¿Cómo evolucionó desde aquel rechazo instintivo hasta este presente simbiótico?
Es lo que estudia la socióloga y doctoranda de la Facultad de Agronomía, Cintia Barrionuevo.
La becaria hizo especial énfasis en la Fiesta del Vino de la Costa como un valor agregado de la industria que resurgió de sus (casi) cenizas hace dos décadas.
“La fiesta es un auténtico sello de calidad del producto. Allí realmente se celebra el vino de la costa y la gente va en busca de eso. Con una interesante particularidad. Nadie quiere encontrarse con un empresario viñatero ni con un Malbec, sino con los productores ribereños y sus productos; sin embargo, muchos jamás se convertirán en consumidores. Eso es algo que invita a pensar en cómo llegar a nuevos clientes”, reflexionó Cintia.
Potenciar aún más la festividad o incluso diversificarla pueden ser caminos para crecer, atendiendo a que “el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) le dio el estatus de vino regional pero con condicionamientos para no expandirse”, recordó la socióloga.
El doctor Claudio Voget, científico del Cindefi, centro de investigación y desarrollo en fermentaciones industriales dependiente de la Facultad de Ciencias Exactas y del Conicet La Plata, puntualizó el trabajo que realizó junto a la joven Aldana Brea durante su doctorando en ese instituto. “No existía información sistematizada. Entonces nos concentramos en las quintas de Rubén Verón (productor y actual encargado de la bodega de la cooperativa) y aislamos de las uvas 300 cepas de levadura, luego de un muestreo de 5 años. Hoy tenemos el primer cepario regional de levaduras de vino autóctono”, resaltó Voget, para indicar que hicieron vino en el laboratorio y que esa base única en su tipo “se encuentra a disposición para cualquier iniciativa e innovación futura”.
El fuerte aumento de los costos de producción es hoy el problema central que enfrenta el sector
El investigador remarcó que ante la falta de fondos para llevar a cabo esos estudios -que pueden potenciar y mucho la industria vinífera regional- se dedicaron a llevar a cabo servicios a terceros con el objetivo de poder financiar el trabajo. Que finalmente completaron.
La joven Florencia Ceccacci, biotecnóloga y también integrante del Cindefi, fue la encargada de montar un laboratorio de control de calidad en la bodega de la Cooperativa de la Costa. Un real salto de calidad para los productores.
Casali señaló que “el aumento de los costos de producción” es hoy “el principal problema a resolver por parte del sector”. Aunque hizo hincapié en que la cuestión no está precisamente en las manos de los productores.
“Subieron los insumos, los productos fitosanitarios, el combustible (que utilizan las máquinas), la mano de obra. Eso llevó a muchos a vender más uva en fresco, lo que hizo que no creciera la producción de vino”, comentó, para realzar que el proceso es largo y arduo.
“Se requiere de un año y medio para ver frutos económicos, ya que se planta un verano, se cosecha al siguiente y, luego, se tarda entre cuatro y seis meses hasta que se fabrica el vino”, detalló.
No obstante, dijo que seguirán apostando a la producción y explorando alternativas, como llegar a un público joven -como se indicó- y trabajar en una nueva partida de vino espumante, el cual “tuvo muy buena aceptación”. De hecho, el espumante que salió de la bodega de Los Talas fue ponderado por un reconocido enólogo cuyano.
En el 1999 renació. En 2013, la producción alcanzó los 100.000 litros, el 10 por ciento de lo que se elaboraba en los dorados años ‘40 (un millón de litros al año). Hoy, nadie piensa bajar los brazos.
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