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Para muchos innecesaria, la cuarta parte de la saga animada no solo es un festín, sino que además actualiza el mito y brinda a los juguetes libre albedrío
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
“Toy Story” creció con nosotros: el primer filme animado de Pixar, que fue el primer largo realizado íntegramente con computadoras y que salvó a la compañía que cambiaría para siempre la industria de desaparecer, fue también la primera experiencia cinematográfica de muchos. O al menos, la primera experiencia relevante, inolvidable, como fuera “E.T.” o “Indiana Jones” para sus padres. Y la saga progresó durante una década y media, siguiendo a Andy, el dueño de los juguetes, de su infancia hasta viajar a la universidad, cerrando para muchos un ciclo perfecto: los juguetes pasaban de unas manos camino a la adultez a las manos de una niña en “Toy Story 3”, un regreso al inicio que hizo que muchos se preguntarán ¿Para qué existe una cuarta parte?
Porque parecía que el dilema existencial que atraviesa toda la saga, la obsolescencia, estaba ya resuelto con aquel final tranquilizador.
Woody teme toda su vida dejar de ser útil, de ser el héroe de su dueño, de practicar su esencia de juguete. En la primera entrega, se confronta a lo nuevo. Encarnación de la evolución del sueño americano, uno exploraba la frontera del Salvaje Oeste y el otro, el del espacio. Uno decía “¡arriba las manos, hacia el cielo!”. y el otro “hacia el infinito y más allá”. Woody era el héroe del western y los valores clásicos, que temía ser reemplazado por una versión más espectacular de sí mismo, el héroe de la ciencia ficción, Buzz.
Finalmente, había lugar para todos en 1995, en la primera entrega. Pero cuando Andy lo dejaba atrás en 1999, en “Toy Story 2”, para irse de campamento en el verano, Woody volvía a explorar el sentido de su existencia: un vaquero bastante depresivo, al final. Tentado con la posibilidad de un “retiro” como juguete de colección, el vaquero con voz de Tom Hanks decidía al final seguir con su deber y llevar alegría al corazón de los chicos.
Diez años después, Andy partía a la universidad en “Toy Story 3” y la angustia existencial regresaba al pecho del cowboy de juguete. Y con más fuerza que nunca: en un oscuro viaje, los juguetes se enfrentaban a su propia muerte (uno de los momentos más traumáticos para las generaciones más jóvenes que debutaron en el cine con esta entrega). La obsolescencia final, ser descarte, basura. El olvido. Pero el cierre de la trilogía sugería que la misión de los juguetes, parte de un círculo infinito, siempre tendrá sentido. Porque siempre habrá chicos y siempre habrá juego.
Entonces, ¿por qué una nueva entrega? “Toy Story 3” fue lanzada en 2010. Ya entonces habían comenzado los cimbronazos de este nuevo siglo, con dos transformaciones particulares: el movimiento feminista creció y fuerza día a día cambios en la sociedad (incluida la salida del creador de “Toy Story”, John Lasseter, acusado de abusos varios); y el empleo, en perpetua crisis, mutaba a un modelo informal mientras la juventud abandonaba los viejos modelos de estabilidad laboral por una vida de experiencias cortas y vitales (qué vino primero es cosa de la sociología).
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Rebelión en el cuarto
Ese bravo mundo nuevo daba a luz a una nueva audiencia que se preguntaba cómo era posible que aquellos juguetes no se rebelaran de ese destino “de 9 a 5”, de trabajo forzado, perpetuo, que no se desmarcaran de una narrativa tierna pero que los colocaba en un lugar de subyugados. Es en ese mundo, de hecho, donde Woody, al inicio de “Toy Story 4”, no encaja: ya no es el juguete favorito porque los héroes ya no son los blancos exploradores. Bonnie le pone la estrella del sheriff a Jessie y su autoridad, basada en el viejo orden, es cuestionada.
Otra vez crisis para el vaquero. Y para colmo un “juguete” improvisado por Bonnie, Forky, aparece con su propia neurosis para meter el dedo en la llaga y señalar la naturaleza descartable de todos en este mundo plástico del hiperconsumo que ya no es el mundo de la vieja EE UU de Woody y tampoco el del boom económico de Buzz. Y en ese presente de objetos descartables y realidades mutantes, provisionales, ¿cómo puede alguien sostener que su trabajo es su destino y que es para siempre?
Entonces aparece la verdadera heroína de la película, aunque al final del día el que salve las papas sea Woody: Bo Peep, desaparecida de la saga, regresa como la encarnación del empoderamiento femenino, sí, pero también para señalar otro orden posible. Propone que la incertidumbre laboral y metafísica del vaquero puede ser una aventura que lo lleve a encontrar un nuevo destino, propio, personal, no herededado: la aventura emancipadora que propone (dejar a Bonnie) lo despoja de sus privilegios y certezas, claro (ser el héroe masculino, el juguete favorito, el líder) pero lo libera de su narrativa patriarcal, de su destino manifiesto.
Así, “Toy Story 4” reescribe la lógica circular que proponía la tercera entrega: no hay un ciclo sin fin sino un mundo libre y pleno de nuevas satisfacciones para el que se atreva a salir de los roles establecidos y la zona de confort.
El mensaje lo escribe, claro, una nueva camada de Pixar, parte del siglo XXI. Y que aman el material, como está claro por el modo en que, lejos de la pereza con fines de lucro, animan (es decir, dan vida) a sus criaturas, el modo en que iluminan la piel de porcelana de Bo Peep o insuflan movimiento a un gato que es un mero extra, otra vez empujando la industria (de un medio que a veces parece achatar la creatividad como es la animación por computadora) al infinito y más allá.
Pero es una camada que también quiere apropiarse del material, contar su propia historia: y lo mejor de ese acto es que lo hacen con amor, sí, con respeto, también, pero con una absoluta desfachatez que hace de la cuarta entrega, aunque los más grandes quizás la juzguen innecesaria, un festín, un nuevo y divertidísimo viaje a ese universo del que hace rato, desde que éramos chiquitos, nos enamora.
Récord: 430 mil espectadores en su primer día
“Toy Story 4” aterrizó en los cines en pleno Día de la Bandera y, aprovechando el feriado y la ansiedad que había por ver la cuarta parte de la saga animada más querida por el público, marcó el récord de mejor día de apertura en la taquilla de los cines nacionales.
Más de 430 mil espectadores llegaron a las salas para ver la cuarta parte de las aventuras de Woody y compañía, lo que significó que de cada 10 personas que fueron al cine ayer, 9 eligieron la cinta de Pixar y Disney. Además, la película es un suceso en Latinoamérica: ya fue vista por más de 1.6 millones de espectadores. La cinta intentará convertirse en la más vista en su primer fin de semana, superando a otra de Disney: “Avengers: Endgame”.
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